jueves, 23 de julio de 2020

Tres heroínas que derrotaron su belleza

Hedy Lamarr, Dorothy Parker y Lee Miller
Por Manuel Vicent

Son tres mujeres, Dorothy, Hedy y Lee, por las que hubiera dado cualquier cosa por conocer. Decía Dorothy Parker: “Me gusta tomarme un Martini. Dos como mucho. Después del tercero estoy debajo de la mesa. Después del cuarto estoy debajo del anfitrión”. 

En mi primer viaje a Nueva York acababa de morir de un ataque al corazón en un hotel, sola con su perro Troy, el miércoles 7 de junio de 1967, pero en el aire aún estaban vivos sus versos. “Bebe y baila, ríe y miente, ama toda la tumultuosa noche porque mañana tenemos que morir”.

Había intentado suicidarse dos veces, una cortándose las venas con la cuchilla de afeitar de su marido y otra con Veronal. En los tiempos de esplendor, en esta mujer confluía el mundo que uno podía soñar, Scott Fitzgerald, William Faulkner, Dashiell Hammett, Raymond Chandler, el Hollywood al final del cine mudo, la época dorada de Montparnasse, las vacaciones en la Riviera, siempre invitada por amigos ricos que necesitaban de su ingenio mordaz para animar las sobremesas o las copas en los sillones blancos de los jardines, para sentirse maravillosos, malvados y evanescentes.

Parecía frívola, siempre con un lulú en brazos, pero nunca dejó de ser una radical, un punto de referencia entre los periodistas de The New Yorker, ejemplares divinos que habían establecido su tertulia en mesa redonda del hotel Algonquin, en el 59 de la calle 44 Oeste, hasta el punto de ocupar allí una suite donde los amantes entraban y salían como en una oficina de correos. Un día se puso de rodillas y rezó: “Dios mío, te ruego que hagas que deje de escribir como una mujer”. ¿Cómo suena hoy esta plegaria?

Lee Miller fue modelo, fotógrafa y musa de artistas, cuya espléndida belleza no cesó de ser devorada por algunos lobos privilegiados de su tiempo. Como reportera de guerra cubrió el desembarco de Normandía con un arrojo casi suicida, que se debía, tal vez, a que su cuerpo había sido de niña su primer campo de batalla. Fue violada varias veces y su padre, también fotógrafo, llegó con ella al borde del incesto.

Nació en Poughkeepsie (Nueva York) en 1907, y con todo el esplendor juvenil de sus 18 años realizó una primera descubierta a París, donde cayó como un artefacto explosivo en medio de la dorada bohemia de Montparnasse. El fotógrafo Man Ray capturó a esta salvaje y la hizo suya a cambio de enseñarle todos los últimos secretos de la fotografía.

El cuerpo de Lee Miller se convirtió en un objeto de creación para la cámara de Man Ray. El artista lo desmembró en diversas partes y cada una de ellas se convirtió en un icono. Los labios de Lee Miller, sus piernas, su espalda, sus glúteos, su cuello, su torso, su rostro. Jean Cocteau, que la adoraba y no la deseaba, la convirtió en estatua y Picasso la había inmortalizado en sus cuadros.

Hedwig Eva Maria Kiesler, conocida como Hedy Lamarr, fue tenida en su tiempo como la mujer más bella del mundo y ha pasado a la historia del cine por ser la primera actriz que se exhibió totalmente desnuda en la pantalla e interpretó un orgasmo con el rostro en primer plano. La película se llamaba Éxtasis. Fue rodada en Praga por el director Gustav Machaty, en 1932.

Su extraordinaria belleza comenzó muy pronto a causarle más problemas que ventajas. No comprendía por qué despertaba en los hombres solo bajos deseos y ninguna admiración por su talento, que sin duda iba mucho más allá de su cuerpo. Aunque lo odió hasta la muerte, Hedy Lamarr siempre recordó que Hitler fue casi el único que le besó con delicadeza la punta de los dedos en aquellos salones donde esta inquietante judía se movía en los años treinta.

El magnate Fritz Mandl, propietario de una siderurgia, que fabricaba municiones de guerra, comparable a la de Krupp, abducido por la belleza comenzó a cortejarla, aunque de hecho la compró mediante una descarga erótica de joyas y oro macizo. Una vez capturada, comido de celos, la encerró en casa bajo llave. La llevaba a las reuniones sociales donde la exhibía como una pieza de caza y luego la dejaba atada al pie de la cama como a una perra. Un día se fugó y perseguida por su marido no terminó de huir hasta llegar a Hollywood.

Durante los dos años que duró este secuestro Hedwig Eva Maria tuvo tiempo de reemprender los estudios de ingeniería y puesto que asistía con su marido a reuniones, cenas y viajes en los que se trataba de nuevas tecnologías para armamentos, ella por su cuenta inventó una fórmula, el llamado espectro expandido, una técnica de conmutación de frecuencias que posteriormente se usó para proteger la dirección de los misiles. Este invento de Hedy Lamarr fue patentado en 1940 y todavía hoy tiene aplicación. Hizo posible por primera vez la trasmisión de señales secretas sin poder ser interferidas, se utilizó en Vietnam y en la crisis de los misiles en Cuba.

¿Hay en el mundo de hoy mujeres como ellas o solo son el reflejo de un tiempo dorado?

© El País (España)

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