jueves, 16 de abril de 2020

¿Llegó la hora del "pensamiento único " antiliberal?

Por Loris Zanatta (*)
"El enemigo número uno será el neoliberalismo", tituló un diario de renombre mundial. ¿Será el Granma? ¿El sitio web de Telesur? En absoluto: es el Osservatore Romano del 10 de abril. Profesa neutralidad en Venezuela, mide palabras sobre Cuba e Irán, usa guantes con Putin, pero tiene un "enemigo": el "neoliberalismo". ¿La pandemia ayudará a erradicarlo? Tal vez Dios la haya enviado para eso.

Nada nuevo, en realidad, pero me llamó la atención el tono belicista: dudo de que sea casualidad; suena más bien a grito de guerra. Nos dirán que no es una proclama "ideológica", que es "el Evangelio", pero no recuerdo que las Escrituras mencionen el "neoliberalismo", que indiquen una doctrina económica. De hecho, hay economistas católicos de muchas tendencias.

La oportunidad para lanzar la cruzada es una entrevista con Stefano Zamagni, economista de brillante carrera y algunas sombras, uno de los cerebros de la "economía del papa Francisco". Como lo consideraba un hombre moderado, no me cuadraba el título histérico de la entrevista. Entonces la leí cuidadosamente. Lleno de buenas intenciones, explicaba con palabras cautivadoras que debemos pasar del welfare state al social welfare, que la burocracia y los rentistas deben ser combatidos, que el futuro está en la subsidiariedad. Nada sorprendente: son, en parte, ideas compartidas por varios "neoliberales" y en parte eslóganes genéricos, de "comisiones de expertos" que piensan como él.

Pero ¿cuál es, entonces, el "neoliberalismo" contra el cual ladra tanto? ¿ Cuál es el "enemigo"? ¿Será un tiburón de Wall Street, un cínico especulador, un gran mago de las finanzas? Pues no: el "enemigo" es Adam Smith, la supuesta "mano invisible" del mercado, su absurda creencia de que, al subir, la marea del crecimiento económico levante todos los barcos, incluso los de los más pobres. Quienes lo afirman, dice, son "incompetentes o de mala fe", excomulgados. Hasta el crescendo final: Evangelii gaudium, sentencia, demolió La riqueza de las naciones; game over, debate cerrado. No esperaba tanta arrogancia. Grandes palabras y baja cocina: si es verdad, como dicen, que la mano de Zamagni está en aquella encíclica, estamos ante una desagradable oda a sí mismo.

Es difícil pasar por alto el despropósito: si Adam Smith era "neoliberal", los Beatles eran punk; una barbaridad en términos históricos. Expresión cristalina de la Ilustración escocesa, Smith fue un gran humanista. Su tan despreciado "individualismo" era una saludable aspiración de rescate y superación, en plena armonía con la "simpatía" hacia el prójimo. El pensamiento de Smith ayudó a demoler las sociedades estamentales basadas en el nacimiento y a sentar las bases éticas de las libertades modernas. Hizo más por la libertad y contra la pobreza, por la igualdad y contra la esclavitud que todos sus críticos juntos. Al condenar las antiguas doctrinas mercantilistas, allanó el camino para el libre comercio y el Gran Enriquecimiento que en los últimos doscientos años ha emancipado a millones de pobres de la miseria eterna. Y así sigue pasando donde sus enemigos no imponen bridas, controles, trucos, frenos y mordazas a la libertad económica.

Se habla mucho de "reformar" el capitalismo: excelente; todo cambia, ¡ay de quien se detenga! Pero en lugar de apuntar a Adam Smith, no sería malo reevaluar su espíritu. Combatir su herencia sabe a rancio anticapitalismo, una sopa tóxica ya recalentada mil veces con resultados nefastos; es como volver al Syllabus que condenó el liberalismo, el padre de todos los "errores" modernos. ¿Por qué sorprenderse? En Laudato si leemos que los últimos dos siglos han estado "deteriorando el mundo y la vida de gran parte de la humanidad". Una frase desconcertante, una bofetada a la evidencia histórica, un pequeño monumento antimodernista en pleno siglo XXI. ¿Tienen alguna idea de cómo vivía "la gran parte de la humanidad"? ¿Una vaga y mínima idea?

Cuando me cruzo con semejantes disparates, cuando pienso en los "remedios" del repertorio anticapitalista que promete enterrar a Adam Smith -precios administrados y mercados protegidos, monopolios estatales y asistencia indiscriminada, impuestos ciclópeos y rentas corporativas-, se me pone la piel de gallina: ¿después del Gran Enriquecimiento se anuncia el Gran Empobrecimiento? Más pobres pero más buenos, piadosos, morales. Cómo se engañan: la pobreza no es ninguna escuela moral. Me recuerdan un viejo chiste, el de Jesús, que después de tanto e inútil deambular encontró comida y alojamiento en una casa de campesinos pobres. "¿Cómo puedo ayudarles?", les preguntó agradecido. "Nuestro vecino tiene una cabra que da mucha leche", le dijeron. "Bueno, la tendrán también". "No", le respondieron sus anfitriones: "Queremos que muera". Así es: la furia moralista de los antimodernos prefiere hundir los botes de los demás que levantar los suyos propios, que empujar a la mayor cantidad de personas posible hacia el "escape de la pobreza", estudiado por Angus Deaton; otro "incompetente" invitado a callar.

Pero aún más que el mérito, me interesa discutir el método: ¿llegó la hora del "pensamiento único" antiliberal? ¿Otra vez? De Lenin a Castro, de Hitler a Mao, es un deporte antiguo y popular. Acaso sea porque no tolero los "pensamientos únicos", pero quiero escuchar tanto a Paul Krugman como a Olivier Blanchard; quiero leer a Thomas Piketty, pero también a Deirdre McCloskey, que lo vapulea. Y así sucesivamente, argumento por argumento, a ver quién es más persuasivo. ¿Hay algo más autoritario que aprovechar la pandemia para pretender poner fin a siglos de disputas filosóficas y económicas?

La verdad es que ya no se aguanta más a los profetas que anuncian el fin y el nuevo comienzo, lo que fue y lo que será, el apocalipsis y la redención: que la globalización terminará, que la democracia se acabará, que nada será igual, que el mundo será de tal modo o de tal otro. ¡Pero por favor! La historia no va a ninguna parte en particular. Teócratas y milenarios, los magos de esta temporada sueñan con la construcción del Reino sobre las ruinas del virus; un Reino, claro, a su imagen y semejanza, a su gusto y placer. Les dejo las grandes profecías, me limito a una predicción pequeña y banal, la más fácil del mundo: en un siglo se seguirá estudiando a Adam Smith. ¿Y la Evangelii gaudium? No lo sé.

(*) Ensayista y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia

© La Nación

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