martes, 7 de abril de 2020

El talento en los tiempos del cólera

Por Carmen Posadas
Dicen que La peste, de Albert Camus, se ha agotado en Francia; también que han aumentado en todas partes las ventas de obras como el Decamerón, Muerte en Venecia o el Diario de Samuel Pepys. Ha distraído mucho mis horas de encierro echar un vistazo a estas cuatro obras, revisitar las que ya había leído y leer por primera vez (mea culpa) el Decamerón. Y, con el tiempo por premio –algo bueno tenía que tener el coronavirus–, me he divertido viendo los paralelismos que existen entre estas obras.

Un primer e importante denominador común, diría yo, es el binomio amor/muerte. Vaya obviedad, pensarán ustedes: toda obra literaria se reduce a una combinación de estos dos elementos y lo único que cambia es la dosis de uno u otro. Cierto, pero cuando las situaciones que se retratan son extremas, cuando el miedo, la incertidumbre o el dolor imperan, es interesante comprobar que el ser humano reacciona siempre de la misma manera.

Y da igual que la situación de la que se hable sea la peste del Prerrenacimiento en la Italia de Boccaccio; el Londres del XVII de Pepys; la decadencia veneciana de Mann a comienzos del XX; o el Orán de Camus en 1947. Los cuatro autores hablan de la existencia de dos grupos antagónicos. El bando de los insolidarios, los aprovechados, los pícaros o los miserables; y luego el de los heroicos, los abnegados, los generosos. Otras dos particularidades destacan con fuerza. Por un lado, un aumento de la libido (al bello Eros le pone mucho su fea contraparte, Thanatos) y, por otro, un aumento  también muy notable de la inventiva y la creatividad.

 Seguro que en unos meses aparecerán innumerables libros y novelas con el COVID-19 como personaje estelar, pero incluso desde ya estamos viendo espléndidas muestras de talento. Hay memes que circulan por ahí que son verdaderas obras de arte. Por supuesto, proliferan otros estúpidos, inanes, cursis e incluso muchos de mal gusto o de odio. Pero me da la impresión de que el porcentaje de bobadas es menor que antes de que nos atacara el virus. Y es que para otra cosa no servirán las crisis, pero para descubrir talento son únicas. Si miramos atrás, a la última gran tragedia colectiva, la Segunda Guerra Mundial, es fácil ver que fue pródiga, por ejemplo, en liderazgo y en personajes políticos de primera fila. Churchill, De Gaulle, Roosevelt o Adenauer no son hijos de la prosperidad o la molicie, sino de la sangre, el esfuerzo, el sudor y las lágrimas a los que aludió el primero de ellos.

Tampoco instituciones como las Naciones Unidas, la Comunidad Europea, Unicef o tantas otras vieron la luz en tiempos de vino y rosas, sino más bien de hiel y espinas. Con la cultura ocurre otro tanto. En pintura, en música o en filosofía, los grandes genios florecen mejor entre el estiércol que en los bellos parterres y, en cuanto a la literatura, ya he mencionado antes unas cuantas obras maestras nacidas de la peste, pero a ellas se pueden sumar infinitas más hijas de la guerra,  el holocausto, los gulags, el dolor o la necesidad extrema. Es pronto para saber qué obras maestras alumbrará el coronavirus, pero, por lo que he visto en Internet, hay mucho ingenio –y también genio– suelto por ahí. Así de contradictorios somos los seres humanos. Nos volvemos lelos en la abundancia y heroicos y talentosos en la adversidad.

Otra conclusión que pude sacar de la lectura de los autores antes mencionados es que, después de una situación como la que estamos viviendo, la sociedad reordena sus prioridades. O, para decirlo en palabras de una de esas reflexiones, muchas de ellas anónimas, que circulan en Internet: «[…] Después de descubrir que las fronteras que defendíamos con guerras se quebraron con unas cuantas gotitas de saliva […], nos dimos cuenta de lo que era importante. Y una enfermera se volvió más indispensable que un futbolista, y un hospital se hizo más urgente que un misil. Y en el mundo hubo tiempo para esperar en casa y reunirse frente a fogatas, mesas y mecedoras y a contar cuentos que a punto estuvieron de ser olvidados». Su autora se llama Edna Rueda Abrahams, y no la conozco, pero me encantaría.

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