lunes, 28 de octubre de 2019

Hora de puentes y no de grietas


Por Sergio Sinay

El tiempo, los acontecimientos y las conductas dirán si las elecciones dejaron una tajante profundización de la grieta que hiere malamente a la sociedad argentina desde mucho antes de los años de este siglo, aunque con especial encono en la década reciente, o si, por el contrario, los porcentajes de esta elección señalan la posibilidad de una suerte de bipartidismo (aunque paradójicamente sin partidos reales) en el cual la representatividad de dos grandes y significativos sectores de esa sociedad encuentren quien refleje sus necesidades y anhelos y quien sea capaz de negociar las diferencias hasta encontrar, entre el blanco y el negro excluyentes, un tono de gris integrador y prioritario.

Buena parte de los discursos, despojados de antiguos y clásicos resentimientos y de hirientes triunfalismos, para los que no había lugar, más la inédita invitación del presidente a su sucesor para un desayuno de trabajo en el día después, podrían ser síntomas que alienten a esperar la segunda posibilidad, entre las mencionadas al comienzo de esta columna. Pero se sabe que esto es Argentina y que aquí la volubilidad del clima político y social es aún mayor que en la alta montaña. Lo cierto es que quien ganó no tendrá margen para aventuras autoritarias ni para derroches asistenciales, clientelistas o populistas como los que lleva en su ADN, ni para ejercicios autoritarios a piacere, y quien perdió tendrá la seria responsabilidad, transmitida por sus votantes, de aprender y ejercer aquello que siempre despreció y a lo que siempre se negó por causa de un optimismo infantil y de una soberbia ciega: la política, el arte de reconocer y articular diferencias, argumentando con solidez y buena fe. Convertido ahora en oposición ya no podrá canalizar rechazos viscerales alimentándolos con promesas incomprobables ni con certidumbres banales, como lo hizo en 2015 para alcanzar el triunfo. Es la hora de la madurez o de la desaparición.

Los ganadores podrán cargar las tintas sobre la herencia recibida (como el gobierno saliente no se atrevió a sincerar en su momento), pero eso no les proporcionará una confortable luna de miel. La situación (para la cual ellos araron la tierra del desastre económico y social que el gobierno de Cambiemos se encargó de sembrar) no da para chicaneos. Y si de veras saben, según aseguraron, como poner a la Argentina de pie, llegó el momento de demostrarlo.

Ojalá el resto de los partidos no desaparezca tras haber jugado a la aventura electoral, como suele ocurrir salvo en el caso de la izquierda. Porque entre todos, y con sus diferencias, representan a poco mas de cuatro millones de argentinos, que, en un país serio, no deberían quedar políticamente huérfanos. 

Todo esto se verá, y se verá pronto, porque no hay tiempo para devaneos ni para desatinos. Pero no todo dependerá de gobernantes, de opositores y de alternativos. La sociedad en su conjunto tiene un importante papel para jugar con madurez o para desvirtuar con una ya clásica conducta adolescente, hecha de pensamiento mágico, de intolerancia hacia el que piensa o es diferente, de conductas tribales en donde solo importa uno y los suyos y, a pesar del careteo con la solidaridad, esta solo se aplica a los propios y se le niega, junto con la empatía, a “ellos”, los “otros”. En lo que viene no habrá actores de reparto. Todos juntos (palabras tan usadas y vaciadas de significado real hasta ahora) deberemos decir, más con las conductas que con las palabras, si empieza un tiempo de articulación de lo distinto orientada al bien común, o si el 27 de octubre de 2019 es la fecha en que la grieta se hizo tan profunda que caímos en ella hasta lo más hondo, irreversible y trágico. Ya no da para grietas. Es tiempo de construir puentes.

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