domingo, 8 de septiembre de 2019

La hora de un acuerdo antigrieta

Por Gustavo González
Si no estuvieran en medio de la campaña. Si no compitieran por un cargo. Si no se vieran en la obligación de ratificar los prejuicios de sus electorados. Si no vinieran de años de enfrentarse como enemigos irreconciliables. Si no usaran a los jueces para lastimarse mutuamente. Si no nadaran en esta grieta honda y oscura. Si no fuera por todo esto: ¿qué tan distintos de verdad serían? ¿Cuáles las profundas diferencias políticas y económicas que los separarían?

La grieta es ese abuso de la estrategia política que simplifica los mensajes, consolida los prejuicios, profundiza las contradicciones y divide a la sociedad. Es esa construcción sectaria que cavaron tanto Cristina como Macri...

La grieta es el uso de los miedos de la sociedad como herramienta para reforzar el poder propio y debilitar al adversario.

En plena lucha con el campo y con los medios, Cristina la abonó para alimentar la épica de su militancia y construir un Mal poderoso al que responsabilizar por los problemas económicos de su último mandato. Fue eficaz para construir un núcleo duro de apoyo que no la abandonó ni ante las peores denuncias de corrupción.

Macri profundizó esa grieta para paliar la debilidad de un gobierno con minoría parlamentaria y disfrazar la crisis con un enfrentamiento mítico con “el pasado”. La comparación permanente con una herencia corrupta le sirvió para ganar en 2015, en 2017 y llegar a estas PASO como una opción competitiva, pese a índices de crecimiento, desocupación, pobreza, inflación y endeudamiento peores que los recibidos.

La grieta fue abonada por Cristina y Macri. Se beneficiaron en el corto plazo, pero luego pagaron caro.

Tanto Cristina como Macri fueron responsables de esa estrategia sectaria de construirse en función de la pelea y del temor al otro. Les pudo dar resultados en el corto plazo. Pero para quien pretenda gobernar con vistas al mediano y largo plazo, y para quienes son gobernados por ellos, es una trampa mortal.

Con una sociedad quebrada, no hay futuro.

La misma grieta que sirve de dique de contención ante los problemas reales que un gobierno enfrenta es la que también impide construir alianzas más duraderas para hallar las soluciones de fondo de esos problemas.

Gobernar entre grietas es gobernar con un tercio de la población de cada lado de la guerra y otro tercio que no sabe en quién creer. La grieta es perder la esperanza de encontrar acuerdos básicos con el otro, porque el otro es un enemigo. Es la desconfianza en los demás. Y sin confianza no hay relaciones sociales ni económicas.

El negocio de la confianza. Las sociedades suelen buscar esa confianza interna para sobrevivir y prosperar. Por eso a los niños se les enseñan “juegos de confianza” (dejarse llevar a ciegas por otros niños, subirse a una “sillita de oro” con la seguridad de que no lo dejarán caer) para que aprendan los beneficios de ayudar y ser ayudados.

A fines de los 90, los sociólogos identificaron a través de distintas experiencias la relación entre desarrollo de la confianza y desarrollo económico. Eran pruebas basadas en la Teoría de los Juegos, en las que se demostraba que si las personas tendían solo a maximizar sus beneficios sin importar los beneficios del otro, todos perdían (nadie prestaba dinero, nadie invertía, nadie obtenía un rédito). Confiar era mejor negocio.

Sin confianza no habría sistema financiero, ni intercambio comercial que no se resolviera en el acto y en cash, no se harían sociedades ni se firmarían contratos, porque hasta lo firmado se podría incumplir. Ni siquiera habría papel moneda, porque nadie estaría seguro de que ese papel tuviera algún valor en el futuro.

En 1996, Francis Fukuyama escribió Trust, convertido en un clásico sobre el tema. Allí, este duro crítico del neoliberalismo al que quienes no lo leyeron califican de neoliberal, demostraba con infinidad de ejemplos la relación entre confianza social y prosperidad económica. Y anticipaba que tanto en los Estados Unidos como en América latina se advertía un creciente deterioro de la confianza y la sociabilidad.

Para Fukuyama, el capital social de una nación es tanto o más importante que su capital físico: “La habilidad de la gente para asociarse, para trabajar en grupos y con objetivos comunes es lo que se llama capital social, y depende del grado en que las comunidades comparten valores y normas, y en que son capaces de subordinar los intereses individuales a los de grupo. De estos valores compartidos nace la confianza, y la confianza tiene un inmenso valor económico (…). Los gobiernos pueden adoptar políticas que vacíen el capital social, pero enfrentan grandes dificultades para construirlo de nuevo”.

Liderazgos. En la última década, la conflictividad política generó una constante destrucción del capital social del país. Los dirigentes cristinistas y los macristas rechazan responsabilidades y explican que la grieta viene de abajo hacia arriba.

Pero lo que viene de abajo hacia arriba son las naturales disputas de intereses que todas las sociedades presentan. Y eso no necesariamente se refleja luego en fracturas sociales. Porque existen liderazgos que profundizan esas pujas y otros que tienden a suavizarlas.

Alfonsín ayudó a la construcción de una mayoría que acordó la consolidación de la democracia y el castigo a los dictadores. Menem reflejó un período de distensión entre las históricas antinomias políticas (liberales vs. nacionalistas, peronistas-antiperonistas). Y Duhalde durante su mandato y Kirchner en sus primeros años condujeron a una mayoría que decidió ceder ciertos beneficios sectoriales para salir en conjunto de la crisis de 2001.

En cambio, Cristina y Macri no tuvieron la misma ductilidad política. No supieron encontrar otras herramientas para fortalecer sus gobiernos que no fueran las de extremar las diferencias con los adversarios políticos.

Los insultos, los desplantes institucionales, la incapacidad de dialogar, la subestimación por las ideas del otro, las falsas acusaciones y los gritos son mensajes que calan en la sociedad y refuerzan y profundizan sus naturales conflictos de intereses. La crispación de estos años en las relaciones sociales es el reflejo de la confrontación de los líderes políticos, que regeneran y agravan las diferencias innatas entre los distintos sectores.

¿Tan distintos son Vidal, Larreta, Bielsa, Taiana, Lavagna, Uñac, Cornejo, Morales, Sanz, Pichetto, Lifschitz, etc?

Tanto Macri como Cristina alcanzaron a percibir para estas elecciones que la sociedad empezaba a descubrir el truco y a hastiarse. El sumó a su fórmula a un opositor moderado como Pichetto. Ella, a quien se había ido de su gobierno criticando sus distintas formas de extremismo. Lavagna fue el tercero en discordia, quien directamente hizo campaña como el candidato antigrieta.

Alberto Fernández, el probable futuro presidente, no se cansa de repetir: “Este juego de la grieta ha dejado gente de ambos lados, tenemos que parar”. Ojalá sea sincero. Si no será malo para todos, incluyéndolo a él.

Desafío antigrieta. Volviendo al principio: si no fuera lo que fue, lo que nos hicieron creer que es, qué tantas diferencias de verdad habría entre Rodríguez Larreta, Vidal, Pichetto, Frigerio, Monzó, Schiaretti, Lavagna, Urtubey, Massa, Bielsa, Argüello, Taiana, Morales, Cornejo, Uñac, Bordet, Lifschitz, Perotti, Solá, Randazzo, Filmus, Sanz, Alfonsín y Stolbizer. Qué brecha económica tan grande podría evitar que se consulten Lacunza, Lousteau, Prat-Gay, Redrado, Alvarez Agis o Nielsen. Quién de todos ellos expulsaría a Jorge Todesca del Indec.

Para que el próximo gobierno no vuelva a fracasar tendrá que recrear la confianza social mostrando que es posible construir acuerdos de largo plazo que puedan unir a dirigentes políticos, empresariales, sindicales y sociales que representen a una amplia mayoría.

Nuevos oficialismos y oposiciones que discutan abiertamente, sin que eso signifique que cada cuatro años todas las reglas corren el riesgo de cambiar otra vez.

No sería raro lograrlo. Lo raro es lo que venimos haciendo.

Es hora de acordar consensos básicos. Sin ellos, será más difícil vencer a la inflación, generar inversiones y volver a crecer.

Nos engañaron demasiado tiempo haciéndonos creer que es peligroso confiar en el otro. Y son los políticos los primeros que deberían rebelarse ante esa idea.

Sería el primer paso para vivir en un país mejor.

© Perfil.com

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