sábado, 21 de septiembre de 2019

Hipatias

Por Fernando Savater
Cuando traicioné mi destino manifiesto, el derecho, al matricularme en la Facultad de Filosofía, mi madre trataba de disuadirme: “¡Pero si a eso solo van niñas!”. Lo que aún me animaba más. ¡Solo ante el peligro femenino y sin competencia! Me veía como único gallo del gallinero, en aquella época inocente en que los usos estupradores de los que llevan cresta eran todavía ignorados. Después la realidad fue menos regocijante pero también mereció la pena. Siempre hubo varones suficientes en las aulas para que las chicas, aunque sobreabundantes, no me hicieran ni caso.

En segundo de comunes suspendí Latín por soplar en el examen a la maciza oficial del curso, que ni antes ni después me había rozado la mano ni mirado más que de lejos, como si fuera iraní. Lo mío eran las monjas: con velos, tocas y todo, aunque aguerridas como nadie. Cuando hicimos pinitos revolucionarios, hubo tres o cuatro que nunca me fallaron. No daban arengas pero no tenían miedo... y además sabían latín.

Ahora una de las propuestas de Sánchez, ni siquiera la más disparatada, propone regalar la matrícula del primer curso universitario a las chicas que elijan ciencias. Deben creer que los varones tenemos vocación y por tanto somos insobornables, mientras que a ellas les da lo mismo con tal de ahorrar. ¡Sobran filólogas y filósofas, menos Hannah Arendt y más madame Curie!

Pero no es tan fácil dar gusto a los educadores de mujeres: en el siglo V, Hipatia (que algunos suponen virgen, como mis monjas) fue desollada viva por una turba de cristianos pedagógicos, a pesar de que además de filósofa era matemática y astrónoma. Reconozco que hemos mejorado desde entonces, porque ahora las científicas salvan el pellejo. Que dure la tregua.

© El País (España)

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