miércoles, 24 de julio de 2019

Las disculpas tramposas de Cristina a Novaresio

Por Pablo Mendelevich
Las disculpas que Cristina Kirchner le acaba de pedir a Luis Novaresio son ciertamente tramposas, algo que no debería llamar la atención en quien maneja con proverbial solvencia los malabares del enredo dialéctico. "Le pido disculpas si se sintió ofendido, porque estuvo muy lejos mi intención de hacerle ningún tipo de imputación y menos de esa naturaleza de tan triste memoria para los argentinos y las argentinas", escribió la ex presidenta en Twitter.

Según ella, lo que Novaresio habría entendido como "una imputación de cuasi torturador" en realidad fue hecho "en un sentido obviamente metafórico".

Cristina Kirchner había afirmado en Mar del Plata que en 2017, cuando fue entrevistada por Novaresio, se sintió "interrogada". Y graficó: "sólo faltaba que me pusieran un reflector adelante y me hicieran algo desde atrás para que hablara".

La novel escritora sostiene que esas son metáforas. En rigor ella confeccionó esta narración, igual que otras ya legendarias, con insinuaciones. Ahora insinuó una sesión de tortura con ella como víctima. La palabra interrogatorio, aquí usada para describir una entrevista periodística, convoca sin nombrarlo al adjetivo que a menudo completa la escena sórdida, de consabida connotación represiva: el interrogatorio policial. Situación temeraria donde confluyen las culturas política y policial argentinas, a su vez asociadas en el inconciente colectivo con la tortura.

Para nombrar lo que acá vulgarmente se llama reportaje, pieza periodística que varía entre lo inocuo, lo atrapante, revelador, incisivo o también insípido, la expresión interrogatorio policial habría sonado aún más absurda. Quienes son sometidos a interrogatorios policiales normalmente no lo hacen como voluntarios, mientras que a Cristina Kirchner nadie la obligó a comparecer delante de Luis Novaresio. El reconocido periodista, recordemos, en su momento ganó entre decenas de profesionales independientes ávidos por entrevistarla un concurso de facto, con reglas desconocidas y un solo jurado.

En su pedido de disculpas por Twitter -se ve que no le pareció que el malentendido diera para levantar el teléfono- quedó aclarado que no piensa que Novaresio sea un torturador, ni siquiera un "cuasi" torturador. Nada personal, faltó decir. Seguramente las disculpas vinieron luego de que alguien del entorno le recordó a la expresidenta que se trataba de un periodista de buena reputación pública, que justo por eso ella lo había seleccionado. Lo interesante fue el esfuerzo hiperbólico por dejar a salvo la honorabilidad, o alguna honorabilidad, del profesional salpicado. En otras palabras le dijo: la entrevista periodística es una tortura inadmisible, los medios son horrendos y equivalen a la dictadura, pero con vos todo bien, Novaresio, para nada te quise ofender.

Más importante es que en las disculpas no enmendó un ápice la idea expuesta mediante frases sueltas, sugerencias y más insinuaciones. A saber: que el periodismo profesional es funcional a Macri, que Macri es la dictadura (como entonan los militantes K) y debe su existencia a "los medios hegemónicos", que ella sólo puede contestar preguntas preparadas, amables, ya que nadie debe incomodarla y, en definitiva, que sobre el funcionamiento de la república sigue pensando lo mismo que cuando era presidenta.

Para dejar claro el símil del presente con la dictadura no ahorró palabras. Como en otras ocasiones machacó con lo del "blindaje mediático" para explicar la llegada al poder y la permanencia de un gobierno que no existe porque lo encumbró la mitad más uno de los argentinos, como manda la Constitución, sino gracias a la conspiración mancomunada de los medios de comunicación. Fue en ese contexto de metáforas, diría ella, donde revolcó a Novaresio, descerrajándole el "interrogatorio" en el que sólo faltaba que le pusieran un reflector por delante y le hicieran a ella algo por detrás para que hablara.

Algunos portales titularon la noticia diciendo que Cristina Kirchner había pedido disculpas "después del exabrupto". En verdad no hubo ningún exabrupto. Aireó ideas. Fue un error de campaña, una comprobación más de que callar a esta veterana política, que tiene el récord de ser el presidente argentino que más habló públicamente en toda la historia argentina, es imposible, pero no para el Grupo Clarín, como ella dijera en 2007 cuando interpretó a los gritos una caricatura del artista Hermenegildo Sávat como "un mensaje cuasimafioso" de Héctor Magnetto para callarla, sino para su propia gente. O acaso para ella misma, vista su pulsión personal a entrelazar creencias, pareceres y sucesos mundanos en cualquier horario y lugar, un plato que siempre deja los ingredientes al descubierto. Se suponía que el kirchnerismo, con Alberto Fernández trabajando a destajo, estaba tratando de convencer al electorado indeciso de que ya no volverá a perseguir periodistas ni medios no controlados y que ni por asomo planea restituir aquel periodismo de Estado que con dineros públicos difamaba a los profesionales no alineados y armaba multimedios de propaganda.

Lo importante que viene de decir Cristina Kirchner en Mar del Plata no es su opinión oscilante, recortada, anacrónica y descortés sobre Novaresio, sino que el corpus del kirchnerismo está intacto. Como cuando gobernaba, su líder abomina de contestar preguntas bien formuladas, pero no porque no quiera sino porque no puede. Las contradicciones flagrantes, el apañamiento obsceno de los que se hacen millonarios cuando gobiernan, la propia impudicia, dan para slogans, spots, barricadas, consignas encendidas, puestas en escena, pero trastabillan delante de las preguntas básicas administradas en un ambiente de respeto y sin las cartas marcadas.

En la entrevista en cuestión, que cualquiera puede revisar en youtube, no se ve a nadie sometido a ningún interrogatorio desafiante. Hay una entrevistada que repite sus mantras con absoluta libertad. O con impunidad: "Tenemos hace 42 días a un desaparecido", dice para concluir de allí, del caso de Santiago Maldonado, que "en la Argentina no hay estado de derecho". Educadísimo, Novaresio persevera como un caballero cuando la entrevistada, de repente, amaga llorar. Ella no se manifiesta atosigada. Está conmovida. ¿La razón? El periodista le acaba de nombrar al ingeniero José López, el de los bolsos en el convento, quien fuera funcionario de los Kirchner desde la Municipalidad de Río Gallegos hasta el último día en la Casa Rosada sin que se hubieran dado cuenta de que el hombre tenía con los dineros públicos un afecto especial. La entrevistada dice que la congoja se debe al dolor causado por ese caso (sic) en la militancia. El entrevistador accede al pedido de arrimarle un vaso de agua para calmar la angustia.

Novaresio recibió elogios pero también críticas, entonces, de parte de quienes lo juzgaron poco incisivo. Hoy la historia lo reivindica. Se ve que para los estándares de Cristina Kirchner someterse a aquel reportaje fue un acto de extremo coraje. Pregunta de cajón: ¿por qué eligió el sacrificio? Quizás la respuesta sea la misma que explica por qué ahora ella le hizo este pedido de disculpas a Novaresio. Ambas cosas sucedieron en campaña electoral. Las dos veces los voceros explicaron que había una nueva Cristina. Más humana, más democrática.

© La Nación

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