domingo, 23 de junio de 2019

Expedición a la cabeza de Macri

Por Gustavo González
La última vez que Macri habló con Lavagna, le dijo que si fuera reelecto haría “lo mismo, pero más rápido”.

En su cabeza hoy no hay lugar para la autocrítica: acepta que hubo cosas que se hicieron mal, pero por más que se le repregunte, no recuerda cuáles fueron.  

Ninguno de sus estrategas recomendarían incluir su respuesta a Lavagna como eslogan electoral estilo “Macri 2020: lo mismo, pero más rápido”. Porque se podría entender que “lo mismo” es más inflación, pobreza, endeudamiento, más caída del PBI. Con el agravante de que se lo haría más rápido.

El Presidente, claro, quiere decir lo contrario. Lo que se hizo hasta ahora, según él, es sentar las bases para un crecimiento sustentable, con el déficit cero, superávit comercial, inminente superávit energético, con ordenamiento de los precios relativos y un dólar competitivo.

Pero la sensibilidad presidencial no registra que, para una gran parte de la población, “lo mismo” quiere decir “más de lo mismo”. Más crisis. Es ese 60% que tiene una imagen negativa de su gestión (similar a la del kirchnerismo) y no percibe los supuestos beneficios estructurales.

Macri explica que se trata de un “crecimiento invisible” y sobre esto girará la batalla argumentativa de la campaña: los que postulan que lo bueno no se ve, pero se verá, versus quienes oponen que no hay nada bueno para ver.

Los estrategas de Macri deberán desarrollar la alquimia de hacer visible ese “crecimiento invisible”. Tienen a favor que, aun en medio de la crisis, más de un tercio de la sociedad lo aprueba. Para ellos, el antikirchnerismo representa un éxito de gestión, lo mismo que las causas contra la ex presidenta, sus funcionarios, socios y familiares.  

Más rápido. La segunda parte del antieslogan macrista de “lo mismo, pero más rápido”, se refiere a la velocidad con que promete concretar lo que aún no hizo. No lo quieren explicitar en medio de la campaña, pero se trata de dos reformas que consideran claves: la previsional y la laboral.

La primera apunta a resolver el desfinanciamiento de un sistema por el cual por cada trabajador pasivo hoy aportan 1,7 trabajadores activos, cuando la media internacional recomienda entre tres y cuatro activos por jubilado.

La reforma laboral perseguiría adecuar la ley para promover el ingreso de trabajadores informales al circuito formal (blanqueo laboral mediante), flexibilizando contrataciones y despidos.

Esta semana, Macri dejó entrever este debate al acusar a los Moyano de ser una patota que obliga a subir costos del transporte por encima de cualquier país de la región. Los Moyano lo decodificaron y le respondieron que no tolerarán una reforma laboral.

El Gobierno cree que para ir a fondo con reformas históricamente conflictivas, deberán hacerlo inmediatamente después de ganar.

Nuevo relator se busca. La mejora de las últimas semanas en los mercados junto con el repunte en las encuestas, hacen decir cerca de Macri que, si no fuera por la campaña electoral, la economía ya estaría creciendo.

En cualquier caso, sería lógico suponer que a un nuevo triunfo del macrismo sobre el kirchnerismo le siga cierta euforia de los mercados para fin de año (o quizás antes, según los resultados en las PASO). Además de un renovado apoyo del FMI que se traduciría en aceptar algún desvío en el cumplimiento de la meta fiscal 2019 y en una futura renegociación de plazos para el pago de la deuda.

El problema es que, en el mejor de los escenarios, ese buen clima macro no derramará beneficios inmediatos sobre la población. Y el problema mayor es que, después de cuatro años de crisis, cada día adicional costará mucho en términos políticos si no se vislumbra un rápido cambio de tendencia.

Lo que hoy se debate en la intimidad del macrismo es quién será capaz de expresar un relato creíble que tienda un puente entre el primer día del nuevo período y el momento en que se verían los definitivos brotes verdes.

Que lo expresaran Macri, Peña o Dujovne ya no tendría el mismo efecto. Porque lo dijeron otras veces y no sucedió.

Algunos imaginan que ese nuevo “relator” es Pichetto. No lo será: él pondrá toda su disciplina en pos de la estrategia electoral oficial, pero sería pedirle demasiado que además se transforme en el primer defensor de la economía macrista del día después. Una cosa es aliarse para derrotar a Cristina en pos de “defender la República” y otra es ponerle el cuerpo a un plan económico que siempre criticó. Su opinión seguirá estando más cerca de Lavagna, aunque ya no lo diga.

Macri deberá pensar en una nueva figura que aún no forma parte del gabinete o en darle un protagonismo distinto a alguno de sus funcionarios actuales.

Autocrítica. Pichetto se convirtió en pocos días en un apellido fetiche para el Gobierno. Lo evalúan como vocero de un futuro mejor, como consultor de campaña o como chofer de ambulancia electoral.

Aunque Macri no verbalice una autocrítica, la candidatura de su vice implica un reconocimiento a la hipertrofia de la innovación macrista. Después de años en que solo lo nuevo era lo correcto, la búsqueda de un político tradicional y peronista acepta la necesidad de una gobernabilidad ampliada.

Mientras tanto, el senador se regodea aportando picardías peronistas a la estrategia oficial. En público llamó comunista a Kicillof, y en privado se autocalifica de macartista consciente de que su mensaje va dirigido a la base peronista del Conurbano y a sus intendentes. “Los peronistas –traduce– no votan comunistas”. Como si los comunistas existieran.

Pichetto le pide a Duran Barba que moldee sus formas a las necesidades electorales (su único límite, dice, es el baile, por aquello de que “los hombres duros no bailan”), y Duran Barba le responde que su estrategia requiere que él se muestre tal cual es.

Macri piensa que Pichetto dice lo que él diría si Marcos Peña no lo suavizara. Por eso aplaude en silencio cuando el senador propone más penas para los inmigrantes o reivindica el rol de los militares. Sobre estos, lo que el senador quisiera es que recibieran un aumento salarial antes de las elecciones. Difícil: Macri puede simpatizar con sus ideas, pero antes está su obsesión por el déficit cero.

Coherencia y capricho. Sus amigos lo pintan como un caso curioso en el que la diferencia entre la coherencia y el capricho puede resultar imperceptible. Aun en esta campaña codo a codo, entre una medida que pueda sumar votos y otra antipática, pero que él entiende que traería mejoras futuras, su primer impulso es elegir la opción más dura.

Nadie sabe si es porque luego se dejará convencer por quienes le expliquen la urgencia electoral, porque nunca desarrolló una sensibilidad social o porque de verdad es coherente en su creencia de que si las cuentas no cierran todo lo demás es magia.

Cuando le explican que si no gana, el resto es onanismo intelectual, su respuesta es que estaría dispuesto a perder. La toma de riesgos es una característica de aquellos para los que perder nunca fue perderlo todo sino perder nuevas oportunidades.

Macri quiere ser reelecto para demostrar que en los próximos cuatro años el país estará mejor.

Pero ya dijo que sueña con el día en que se desprenda de las obligaciones presidenciales para recorrer el mundo con su familia. Le faltan siete semanas para empezar a saber qué opina la mayoría al respecto.

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