lunes, 22 de abril de 2019

Moral congelada


Por Sergio Sinay (*)

La moral se explica con una frase de cuatro palabras: “Usted primero, por favor”. Eso decía el filósofo lituano Emmanuel Lévinas (1906-1995). No hay moral sin el otro. Lévinas construyó su rica obra alrededor de esa convicción.

La mirada del otro me interpela, la mirada del otro me da existencia. El otro encarnado (no meramente declarado o imaginado), real, con su dolor, su esperanza, su identidad. Ningún valor existe sin ese prójimo. Al quitarlo, los valores desaparecen, porque solo con y ante el otro podemos ser honestos, responsables, confiables, empáticos.

“Usted primero, por favor”, honra la alteridad. En las interacciones cotidianas de nuestra sociedad, el otro se presenta preferentemente en tres modalidades. Como cómplice (cuando piensa y actúa como yo), como enemigo (cuando piensa y actúa diferente de como lo hago), y como objeto de uso o descarte (según sirva o deje de servir a mis intereses y objetivos). Incluso muchas acciones que se dicen solidarias son, en el fondo, transacciones en las que el otro, como sufriente, suele ser excusa. Por ejemplo, recitales a cambio de alimentos no perecederos, porcentajes de taquillas de espectáculos que, se dice, van a organizaciones sin fines de lucro, fundaciones que, tras sus fines declarados, promueven marcas o desvían impuestos, etcétera. Siempre toma y daca. El pensador francés André Comte-Sponville advierte que solidaridad y generosidad no son la misma cosa. Generoso, ya lo señalaba Aristóteles, no es quien da lo que le sobra sino quien se desprende de lo que él mismo necesita. Allí no hay transacción.

Los precios congelados que el Gobierno anunció esta semana son un esfuerzo desesperado por frenar su derrumbe en la consideración ciudadana.

El pacto con empresas y supermercados (que incluye marcas inhallables y deja la carne afuera de un circuito accesible) va en el camino opuesto a la idea de Lévinas. El otro, al que días antes se le aconsejó que “aguante”, se le repitió cien veces que no hay alternativa y se le escamotearon visiones de un futuro convocante, es una sombra. Un acuerdo de seis meses es una confesión de ese propósito. Seis meses significa hasta las elecciones. El otro aparece en su versión objeto de uso o descarte. Y la solidaridad en modo crudamente utilitario. Precios por votos.

El anuncio fue producto de una nueva improvisación y hasta su título debió sortear pujas internas, porque en las usinas oficialistas hay quienes piensan que las palabras crean mágicamente realidades, pese a que ni “brotes verdes”, ni “segundo semestre”, ni “felicidad para todos”, hayan dado resultado.

Para tener fundamento, las palabras necesitan ante todo de realidades existentes, y solo después las nombran. A todo esto, mientras se buscaba nombre para el engendro, las empresas y los supermercados remarcaban para cubrirse. La película se repite hasta el cansancio y el argumento no cambia, siempre ganan los mismos y pierden los mismos.

Es curioso, por no decir sospechoso, que, justo cuando se aproximan las elecciones, se pueda lo que antes no se podía. Que el brutal aumento de tarifas pésimamente gestionado desde el Gobierno pueda frenar en seco y que las grandes empresas alimentarias y los supermercados puedan mantener precios y garantizar stocks. Un doble discurso embrollado y sofista, según el cual la única opción deja de ser única cuando conviene. Por supuesto, en una situación de extremo deterioro económico y social como la presente, un analgésico de seis meses generará algún alivio, aunque estará lejos de curar la enfermedad. E independientemente del resultado electoral, no habrá segunda dosis. Si se gana porque se gana y si se pierde porque se pierde. Ahí dejará de importar, una vez más, el otro. El ciudadano, el que votó, la “gente”. Ni las empresas ni los gobiernos tienen la obligación de ser generosos. No es su función. Pero sí de ser morales. Aunque, como advierte el mencionado Comte- Sponville, la moral no es un atributo de las instituciones y organizaciones, sino de los individuos que las integran y las comandan. Y aquí está congelada.

(*) Escritor y periodista

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