miércoles, 13 de febrero de 2019

La vuelta a Francia, con banda sonora

Por Isabel Coixet
Hace tres años me nombraron hija adoptiva de Marsella. Hace dos años Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, me concedió la Medalla de Chevalier des Arts et des Lettres. Mi vinculación con Francia se remonta a mi infancia: parte de la familia de mi abuelo paterno era de Perpignan y –aunque yo no lo conocí, porque cuando nací él había muerto– esa familia de allí y esa influencia siempre han estado presentes en mi vida, desde la música que se escuchaba en casa –Brassens, Léo Ferré, Barbara, Edith Piaf– al cine, la literatura, la gastronomía, los viajes en familia. 

Y, por esas cosas del destino, seguramente la mejor profesora que tuve en mis años de instituto fue Carmen Rabal, mi profesora de Francés, que me inoculó el veneno de toda la gran literatura francesa: Verlaine, Rimbaud, Baudelaire, Zola, Gide…

Evidentemente, hay zonas que conozco más que otras, L’aude es quizá la zona donde más tiempo he pasado y una de las, para mí, más interesantes. Desde los castillos cátaros, la fortaleza de Carcassonne, la Montagne Noire y sus pueblos colgados en las rocas, los mercados de trufas negras que se celebran justamente por estas fechas; Montolieu, un pueblo que con una población de 800 habitantes, tiene 18 extraordinarias y cuidadas librerías; el canal de Midi, una fascinante obra de ingeniería que permite navegar desde Narbonne hasta el interior a un ritmo sosegado en barcaza… De hecho, cada vez que veo esas péniches saliendo de Castelnaudary, pienso que es algo que tengo que hacer algún día: recorrer el canal a ritmo pausado, parando de cuando en cuando para tomar un Pastis o una copa de Blanquette, que es una especie de cava ligero de la región. Está en mi lista de cosas para hacer este verano. Todo el mundo me ha dicho que hasta yo –que soy bastante torpe, y maniobrar no es lo mío– puedo hacerlo… a ver si es verdad. L’aude y toda Francia están llenos de tesoros por descubrir.

Y más allá del Aude, pienso en lugares como Nîmes, una ciudad en la que acabo de estar, invitada por una activa asociación de cinéfilos que cada año, únicamente con mucha buena voluntad y mucho empeño, organizan un festival de cine británico, ¡para que luego digan que los franceses son chauvinistas! Nîmes es una ciudad con un riquísimo patrimonio romano que acaba de inaugurar un impresionante museo, el Museo de la Romanité, situado en pleno centro histórico, justo enfrente de las Arenas de Nîmes, que permite recorrer la presencia de los romanos en Francia de una manera muy amena, no exenta de rigor. En Nîmes hay también un mercado, Les Halles de Nîmes, donde se pueden comprar y degustar in situ las especialidades de la región –con mucha influencia de la Provenza–, toda clase de tapenades, estas cremas a base de aceitunas, de las que hay hasta 50 variedades… El aceite de la zona es a base de una aceituna que se llama ‘picholina’ y que es muy aromática y peculiar.

Mi descubrimiento más reciente, y que me tiene fascinada, es Nantes, ciudad que no conocía hasta el año pasado y que para mí tenía el aura de las películas de Jacques Demy, que nació en esa ciudad. Nantes es una ciudad fantástica, moderna, pero que ha sabido respetar y conservar su pasado, con un Teatro de la Ópera con una temporada increíble. La antigua zona de los astilleros es hoy una atracción turística de primer orden, donde una serie de atracciones (no sólo para niños, confieso que yo también me monté) recrean el mundo de Julio Verne. El elefante es fantástico. Nantes tiene también tres cosas que me fascinan: un pasaje muy bien conservado, el pasaje Pommeraye, donde Jacques Demy se compró su primera cámara; una librería/café/videoclub excelente, Les Bien Aimés; y una brasserie belle époque muy bonita, que sirvió de decorado a la película Lola, de Jacques Demy, que es uno de mis directores de cabecera. ¿Y cómo pensar en Demy sin pensar en Michel Legrand, sin escuchar la banda sonora de Los paraguas de Cherburgo? ¿O de Les demoiselles de RochefortPiel de asnoLolaBaie des Anges… Un propósito que espero cumplir pronto: alquilar una barcaza y, mientras el paisaje avanza lentamente y batallamos con las esclusas, poner a todo volumen todas esas bandas sonoras de Michel Legrand, para que su música inmortal sirva de compañía a los olmos de las orillas.

© XLSemanal

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