jueves, 14 de febrero de 2019

La Europa que se desintegra

La ola ultraderechista se prepara para su 
gran asalto al Parlamento Europeo.

Por Carlos Manuel Sánchez

La cita está marcada en rojo en todas las agendas. Mayo de 2019, elecciones al Parlamento Europeo. Este año, las formaciones de extrema derecha de diferentes países quieren asaltar la Unión Europea.

Hay quien las compara con los godos a las puertas de un Imperio romano en decadencia. Un asalto que llega con el Reino Unido despidiéndose a cara de perro y los mayores adalides de la UE en sus horas más bajas. Angela Merkel con un pie fuera de su partido y Emmanuel Macron, al que le ha estallado la revuelta de los ‘chalecos amarillos’, dilapidando en tiempo récord todo el crédito que tenía tras pararle los pies a Marine Le Pen.

Las encuestas pronostican un avance nunca visto de estas fuerzas eurófobas: conquistarán en torno el 20 por ciento de los escaños. Insuficiente para controlar el Parlamento, pero podrían -advierten los analistas- sabotear su funcionamiento y bloquear iniciativas financieras, de política social y sobre todo de inmigración. Si a los europarlamentarios se les suman comisarios (ministros) de países donde gobierna la ultraderecha, la Comisión también quedaría maniatada.

¿Cómo hemos llegado a esto? La derecha populista forma parte del paisaje político en la mayoría de los miembros de la UE. Se ha instalado en los Parlamentos de 17 países y está en el Gobierno, o lo sostiene, en media docena de ellos:  Austria, Italia, Dinamarca, Finlandia, Eslovaquia, Polonia… En Hungría, aunque gobierna el Fidesz, que llegó a definirse como conservador y centrista, su agenda está inspirada casi punto por punto por el ultraderechista Jobbik. En Suecia, paraíso de la socialdemocracia, los radicales irrumpieron con tal fuerza en las elecciones de septiembre que el país se ha vuelto indomable para la izquierda y la derecha de toda la vida, incapaces durante meses de formar gobierno. Y en España Vox ya ha establecido una cabeza de puente en Andalucía.

A golpe de crisis

Europa se está resquebrajando. Bjoern Hacker, profesor de Política Económica de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Berlín, cuenta cómo en apenas una década las goteras se han convertido en grietas. «Europa no solo ha sufrido la gran crisis económica en 2008, también se enfrentó a la crisis del euro en 2009, la crisis de los refugiados comenzó en 2015 y lleva sumida desde 2016 en el brexit. La UE no ha sabido dar una respuesta a ninguno de estos retos». Y añade que estas grietas pueden acabar provocando daños estructurales: «La reputación de la UE ha sufrido mucho. Alemania intentó imponer a sus vecinos el rumbo que más le convenía. Pero esas políticas fueron inadecuadas. Resultado: por todo el continente ha ido creciendo el conflicto entre partidarios y detractores de la integración europea».

Este conflicto se puede resumir de un plumazo. ¿Más o menos Europa? Y esto es lo que se va a dirimir en las elecciones de mayo. Para que los populistas puedan dar un golpe de timón necesitan, primero, entenderse. Por el momento están bastante divididos. Los ultras polacos, por razones históricas, desconfían de las pretensiones de Alternativa para Alemania (AfD). Esta formación ve a los italianos como unos manirrotos a los que hay que cortarles el grifo. El líder de la Liga, Matteo Salvini, y el vicecanciller austriaco, Heinz-Christian Strache, se hacen un selfi juntos, pero se apuñalan por la espalda por ‘la guerra de los pasaportes’, la decisión del Gobierno de Austria de conceder la nacionalidad a los ciudadanos que hablen alemán o ladino en la provincia italiana de Bolzano, reclamada por Austria como Tirol del Sur.

Un frente común

Y luego está el asunto ruso. Los polacos no quieren ver a Putin ni en pintura. Matteo Salvini lo admira. Los austriacos también lo cortejan. Y Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, lo considera su aliado más fiable. Son precisamente Salvini y Orbán los que tratan de organizar un frente común, algo que también intenta entre bambalinas Steve Bannon, el que fuera estratega de Donald Trump.

El húngaro Viktor Orbán mostró el camino. El verano de 2015 aprovechó el problema de los refugiados, a los que acusaba de terroristas en potencia, para lanzar una ofensiva propagandística, levantar una valla fronteriza y exigir a la UE que la pague. No importa que Hungría sea uno de los grandes beneficiarios de la Unión: ha recibido 40.000 millones de euros en subvenciones desde su incorporación, en 2004.

Pero la estrella del momento es Salvini. La revista Time lo lleva a su portada como «el hombre más temido de Europa». El líder de la Liga ya controla la agenda del Gobierno de Roma, aunque es el socio minoritario de la coalición. Y su popularidad se ha disparado entre los italianos, uno de cada tres lo votaría para primer ministro. Dejó caer, durante un viaje en Moscú, que sería el sucesor ideal de su odiado Jean-Claude Juncker al frente de la Comisión Europea. De conseguirlo, sería como meter a un zorro a cuidar del gallinero, dicen sus críticos. Pragmático, se conforma de momento con liderar a las derechas radicales europeas. La alianza de las naciones, como la han dado en llamar.

Pero ¿qué los une, además de su odio a la UE, a sus élites y a su burocracia? Un discurso contra la inmigración. Según el último Eurobarómetro, la inmigración es la máxima preocupación de los europeos. Después están el terrorismo, la economía y el desempleo. Son los temas que han puesto sobre la mesa estos partidos, arrogándose el papel de portavoces del ciudadano corriente.

El nuevo paradigma

Convertir al migrante en un chivo expiatorio les ha salido rentable. Lo han presentado como la causa de todos los problemas: desde la inseguridad ciudadana hasta los recortes sociales. Desde su óptica, una vez identificada la causa, la solución viene rodada. Cerrar las fronteras y expulsar a los indocumentados. Tan simple como eso. Según expone Hacker: «Los trabajadores han ido aceptando a regañadientes el desmantelamiento del estado de bienestar y el estancamiento de los salarios. Pero achacarlo todo a la inmigración oculta el problema de fondo». Y me explica que estamos ante un cambio de paradigma económico en el que amplias capas de la población están dejando de ser útiles y productivas, donde el desempleo o el subempleo se extienden, donde la deslocalización y la externalización se generalizan.

Los populistas tienen el viento de cola. Si bien es cierto que el 62 por ciento de los europeos cree que pertenecer a la UE es algo bueno, la mitad de ellos opina que avanza ‘en la dirección equivocada’. Lo cierto es que muchas cosas que los ciudadanos europeos daban por sentadas están en juego. Entre ellas, la democracia.

© XLSemanal

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