lunes, 28 de enero de 2019

El colapso de la democracia

Los hijos heredan más que antes la riqueza y la pobreza 
de los padres. No hay movilidad social

El fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab,
el pasado 15 de enero. (Foto/AFP)
Por Joaquín Estefanía

Preguntado acerca de Davos, el catedrático de la Universidad de Brown Mark Blyth (autor de Austeridad. Historia de una idea peligrosa; editorial Crítica) respondió que es “donde gente muy seria se junta para discutir sobre cómo no hacer nada con la desigualdad”. 

En la convocatoria de Davos de este año se volvió a mencionar retóricamente la creciente brecha entre el precariado y los privilegiados, junto a la crisis ecológica y un orden geopolítico multipolar y cuestionado, como las limitaciones más graves para tener un mundo mejor. Lo escribió Klaus Schwab, el fundador del Foro Económico Mundial, que avisó de que la continua desintegración del tejido social debida a las anteriores disfunciones podría “en última instancia provocar el colapso de la democracia”. No es solo economía, son palabras mayores.

Para enfrentarse a esas tendencias, en Davos se puso en circulación un nuevo concepto, el de la globalización 4.0, una fórmula para que los ciudadanos, cada vez más insatisfechos respecto a la globalización tradicional y el sistema económico que la sustenta, recuperen el control de sus vidas. La globalización 4.0 sería como la globalización realmente existente, pero poniendo la atención en las personas y no en el sistema económico. Schwab sofisticaba su argumento diferenciando entre “globalización” (un fenómeno impulsado por la tecnología y el movimiento de ideas, personas y bienes) y “globalismo” (una ideología que prioriza el orden global neoliberal sobre los intereses nacionales). Una teoría demasiado enrevesada que evita la crítica, paladina, de que durante los anteriores años de globalización la marcha de la economía ha ido a distinto ritmo que la marcha de la sociedad, creando una disfunción en el sistema.

Como en las últimas convocatorias de Davos, al lado de los debates de lo que un analista del Financial Times ha denominado “la tertulia más cara del mundo”, la organización no gubernamental Oxfam Intermón presentaba dos informes (¿Bienestar público o beneficio privado? y Desigualdad 1-Igualdad de oportunidades 0) que marcan la cara oculta de la prosperidad. El primero se centra en la situación de los plutócratas, la mayoría de los presentes en la ciudad suiza: la riqueza de los milmillonarios se incrementó en 900.000 millones de dólares en 2018 (el 80% de lo que produce un país como España en un año), lo cual equivale a un incremento de 2.500 millones de dólares diarios, mientras la riqueza de la mitad más pobre de la población mundial —que equivale a 3.800 millones de personas— se redujo en un 11%. La riqueza está todavía más concentrada en menos manos: el año pasado 26 personas poseían la misma riqueza que 3.800 millones, mientras que un año antes esa cifra era de 43 personas. La fortuna de Jeff Bezos, propietario de Amazon y de The Washington Post, y el hombre más rico del mundo, se ha incrementado hasta alcanzar los 112.000 millones de dólares; tan solo el 1% de su fortuna equivale a la totalidad del presupuesto sanitario de Etiopía, un país donde viven 105 millones de personas. Y una tendencia muy relevante: los hombres poseen un 50% más de la riqueza mundial que las mujeres.

El segundo informe se refiere a la situación en España, en donde la desigualdad se desbocó durante la última crisis y no se ha conseguido controlar después. Con sesgos muy significativos: ni la creación de empleo ni la protección social han logrado la reducción de la pobreza y la redistribución de ingresos. Y, sobre todo, y este es un asunto central, con una inmovilidad generacional muy grande: la OCDE estima que en España hacen falta cuatro generaciones, unos 120 años, para que una familia del 10% más pobre llegue a tener ingresos medios; el hijo de un padre de ingresos altos ganará, al hacerse adulto, un 40% más que el de un padre de ingresos bajos.

A mayor desigualdad, la movilidad social entre generaciones es menor, y los descendientes heredan en mayor grado tanto la riqueza como la pobreza de sus antecesores, lo que hace imposible que disfruten de derechos y oportunidades en igualdad de condiciones.

Este es el otro Davos.

© El País (España)

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