miércoles, 2 de enero de 2019

Anochecer de un año agitado


Por Sergio Doval

Es probable que 2018 haya sido uno de los peores años para la política, en relación a lo que sus brazos ejecutores (los políticos) terminaron representando para la sociedad. Normalmente, en procesos de desesperanza frente a una situación surgen nuevas opciones que permiten a los ciudadanos preconfigurar novedosos espacios de luz. 

Sin esperanza es difícil afrontar el futuro; y esa esperanza en algunas ocasiones no significa la representación de algo mejor, con que sea distinto de la oferta existente alcanza para convertirse en una opción.

La elección en el mundo de líderes como Bolsonaro o Trump habla de una sociedad en parte acorralada y sin vías de escape, que radicaliza sus posturas en consideración de un impulso de supervivencia básico (en el momento de desesperación se desactivan todas las barreras sociales que enmarcan la vida en sociedad, en síntesis, podemos darnos el lujo de dejar de ser políticamente correctos), pero también habla de aquellos que, cansados de las opciones clásicas de la oferta política, optan por algo fuera del paquete tradicional con una simple lógica: los otros (de derecha, centro, izquierda o más allá) nos han defraudado, entonces, probemos con aquellos que están por afuera de este sistema y que explícitamente lo repudian.

El cambio se volvió un commodity. Y esa experiencia de vanguardia que fue Cambiemos en el 2015 planteándose como un outsider de la política, pero con una experiencia en gestión que validaba su incursión en la gran política nacional, perdió validez frente a un importante sector de la sociedad que tenía esperanzas al comienzo de su gestión. Hoy 9 de cada 10 argentinos se sienten decepcionados con lo realizado por el gobierno desde que asumió Mauricio Macri (alrededor de un 34% no tenían expectativas, un 8% siente que cumplió sus expectativas y un 57% tenía esperanzas de que al país le vaya mejor). Ahora bien, ¿qué escena se preconfigura para aquellos decepcionados? La mitad piensa que hay que darle tiempo al gobierno para lograr los cambios necesarios, pero lo más interesante surge de aquellos que dicen que no los votarían porque se dieron cuenta de que son incapaces de gobernar. Cuando se les pregunta si están mirando a algún referente o espacio al cuál depositar su confianza, más del 50% no encuentra a nadie, y el otro 50% se divide, atomizado, entre muchos referentes políticos de todo el arco opositor u oficialista.

Es por esto que es menester afinar el ojo y analizar un poco más allá de los dos rivales que cautivan la tapa de los diarios, Comodoro Py y las pizarras del tipo de cambio.

Los segundos, ¿serán los primeros?

Es importante destacar que después de la "ola amarilla" de fin de 2017, la caída de imagen de referentes del oficialismo como Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal se detuvo por arriba de los 50 puntos positivo; como mínimo, 15 puntos por encima de su líder partidario. Esto habla de una escisión y comprensión muy grande de la sociedad respecto al espacio político gobernante. Pareciera que Marcos Peña puede ser un gran estratega electoral, pero una mala compañía para el presidente, la imagen negativa del jefe de gabinete en algunas plazas duplica su positiva y su lejanía de Larreta y Vidal funciona para estos dos, como un tubo de oxígeno.

A destacar es la performance de imagen en el electorado de CABA por parte de Graciela Ocaña, que después de haber logrado una mejor elección en provincia de Buenos Aires que el propio Esteban Bullrich, quien encabezó la lista a senadores, mantiene un balance positivo de 10 puntos (algo que solo un puñado de dirigentes puede ostentar). En esta escena encontramos un ejemplo inverso como el de Elisa Carrio que dilapidó casi 20 puntos de imagen desde el triunfo de la ola amarilla a esta parte. Las idas y venidas con el propio Gobierno y con las posiciones radicalizadas no le han servido a la diputada para aislarse de la caída en desgracia del gobierno nacional.

Sin saber aún si es o no un jugador del Pro, Martín Lousteau cuenta con la mejor Imagen en CABA (solo un par de puntos por encima del Jefe de Gobierno), pero le falta conocimiento a nivel nacional. Habrá que ver cómo sus idas y vueltas en los espacios terminan conformándolo (o no) como una opción para el electorado que ya lo castigó en las elecciones pasadas por estas actitudes.

A nivel nacional, el Pro no cuenta más que la usina de personas que produce en la zona metropolitana, presentando un quiebre entre lo dicho y lo hecho: el federalismo no llegó a su desarrollo partidario, donde apunta en cada provincia a aliarse con personajes que en algunos casos, son muy contrarios a su ADN

El kirchnerismo, por su parte, ha sufrido su mayor campaña de desgaste en los tribunales y, a su vez, su mejor campaña de reivindicación por parte del Gobierno con los resultados de gestión. Hoy CFK tiene mejor imagen que Macri (y mucho mejor que su hijo Máximo) en la provincia de Buenos Aires, pero lo que llama la atención es el crecimiento de Axel Kicillof, de excelente performance en la provincia de Buenos Aires mejorando el balance de imagen frente a su jefa. Es la gran espada del espacio K, el resto juega un partido muy lejano. Juan Grabois no performa en la Capital en conocimiento ni relación de imagen como Leandro Santoro, quien viene creciendo en sectores más allá del universo kirchnerista en su paso por los medios de comunicación.

Fuera de la grieta, encontramos menos opciones de las deseadas y la sociedad aún está insatisfecha. Sergio Massa con un nivel de conocimiento a punto para una presidencial no logra cambiar significativamente su imagen, teniendo aún una negativa más alta que la positiva. Juan Manuel Urtubey consolidó el año pasado un nivel de conocimiento que, aún lejos de un alcance nacional total, mantiene una muy saludable relación entre sus dos imágenes, teniendo casi 10 puntos de balance positivo en varios distritos y a nivel nacional, lo que lo posiciona hoy como una de las mejores alternativas hacia futuro en relación a un potencial crecimiento. El gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, asociado por la gente a la vieja política, ha tenido un impulso en este último tiempo, pero aún se encuentra muy lejos de aquellos dos contendientes.

A niveles locales aparecen algunas nuevas experiencias, como el economista presidente del Cesba, Matías Tombolini, que desde un planteo fuera del sistema de la política y con un nuevo partido (para sorpresa de la clase política), está construyendo un nuevo espacio de representación que debe ser observado con atención. También, 2018 año nos arrojó nuevos jugadores. Es el caso de José Luis Espert, Javier Milei y Alfredo Olmedo, que posicionados en el desencanto de la gente con la clase política han construido una alternativa que despierta mayoritariamente en los jóvenes una simpatía cuasi revolucionaria. Pero tienen un problema: ya el gobierno de Cambiemos gastó una parte de esa bala cuando se presentó como una opción por fuera de la política tradicional. Ni lo académico y fundamentado de los planteos de los libertarios, ni lo grotesco y agresivo del planteo de Olmedo reproducen hoy un escenario que genere un volumen necesario para dar un batacazo. Solo siguen construyendo microexpresiones que facilitan el escenario a la polarización.

Finalmente, parte de la sociedad (la informada), está atento a las jugadas deoutsiders puros como Marcelo Tinelli, Matías Lammens o Facundo Manes. Estos experimentos tienen un sector de demanda y una buena imagen en la sociedad (por sobre todo el neurocientífico) pero que les falta aún ver cómo es su ruedo en la arena política: la mancha venenosa. Las dudas en la ciudadanía son claras, por ejemplo: la imagen del conductor televisivo supera los 50 puntos positivos, pero cuando se consulta a los encuestados sobre la posibilidad de voto esta se reduce a la mitad, la relación más baja de cualquier aspirante a un cargo electivo, claro ejemplo de que una cosa es la imagen y otra la votabilidad de un sistema en el que la gente desconfía, y por tanto, también lo hace de la capacidad de aquellos que no son nacidos y criados en él.

El cisne negro: Roberto Lavagna tiene una gran oportunidad para romper el tablero político, ha crecido en las sombras y en su silencio (inversamente proporcional a lo que ha sucedido con Florencio Randazzo). Lo cierto es que su figura es querida por macristas y kirchneristas por igual, siendo un elemento de cohesión que hoy podría desarmar el escenario planteado.

El año que pasó se crearon muchos manantiales por fuera de las dos grandes corrientes que son el Macrismo y el Kirchnerismo. Habrá que estar atento a ellos para ver si logran convertirse en ríos con la capacidad de producir un nuevo cauce hacia la gente, que pueda encontrar allí un representante en esta sensación de desesperanza que la sociedad tiene con la clase política. Nunca es tarde para volver a creer.

© La Nación

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