martes, 1 de enero de 2019

Nuestra Señora de la Ortografía, ruega por nosotros


Por David Bowman

La ortografía no es una ciencia, sino una técnica. La ortografía resulta útil para reproducir el lenguaje por escrito; si hablar es natural, la ortografía es una convención artificial e imprescindible para entendernos visualmente, y no sólo oralmente. Un código gráfico, un invento genial, en suma, que conviene respetar como si de un ídolo sagrado se tratase. Empiezas ignorándolo y acabas por no saber quién eres, dónde estás ni qué rayos te pasa. 

En un artículo aparecido el otro día en El País, firmado por la socióloga Olivia Muñoz Rojas, se aseguraba que los ya celebérrimos chalecos amarillos franceses (gilets jaunes) “se sienten menospreciados por numerosos representantes de la República (francesa, of course) que no pueden evitar sonreír con displicencia ante su manera de expresarse o sus faltas ortográficas en las redes”.

Lejos de mí despreciar a nadie por cometer faltas ortográficas. Yo mismo cometo muchas y con ello, como los gilets jaunes, doy armas a mis enemigos. Quizá sea por eso que lo único que desprecie sea quitar importancia al hecho de cometer faltas de ortografía. Y es que lo peor de la ignorancia es que sea tanta que uno ignore incluso que es ignorante. Y, claro, que no pelee por acabar con la tal ignorancia, labor tan importante como acabar con las injusticias de este mundo cruel, como sabían aquellos incipientes sindicatos obreros del siglo XIX que hicieron de la instrucción un deber casi sagrado para el proletario. La lucha ímproba y heroica que emprendieron no fue en vano: nunca antes de ahora hubo a mano tantos recursos para instruirse. Alfabetización generalizada, enseñanza obligatoria, libros a mansalva, institutos de bachillerato por doquier, bibliotecas a cascoporro, torrentes de información y, para colmo, ese desmesurado escaparate que es la web de webes. El loable esfuerzo personal que supone aprovechar tan ingentes recursos para corregir la propia ignorancia debiera empezar, pienso, por la disciplina ortográfica. Insisto: empiezas ignorando la ortografía y acabas por no saber quién eres, dónde estás ni qué rayos te pasa.

Todos nos sentimos menospreciados por no sé quién alguna vez. Yo mismo, sin ir más lejos. Otra cosa es que lo seamos realmente, pero da igual: lo sentimos y a ese sentimiento pudieran deberse fenómenos superferolíticos como los propios gilets jaunes, el Brexit, el Procés, el trumpismo, el voxismo, el salvinismo, el podemismo y hasta el bolsonarismo brasileño. Hace un par de meses, y a propósito de las elecciones brasileñas, la periodista Naiara Galarraga Gortázar apuntabaque los mentados fenómenos políticos se resumen en ese “gusto por un estilo de hombre duro que llama a las cosas por su nombre y que tanto triunfa en estos tiempos”Vamos, que Berlusconi fue un tráiler. Un avance de lo que tenemos por doquier: mucha fe depositada en hombres enérgicos, furiosos y supuestamente capaces de volver las aguas a su cauce y a nosotros volvernos guapos, ricos y cresos, para lo cual no tendrían más que ostentar carácter, hablar alto y sacudir puñetazos en la mesa. Por desgracia, las aguas nunca volverán a su cauce. El siglo XXI se está labrando un cauce novedoso y si queremos tener alguna opción de ser, no sé si guapos, pero ricos y cresos al menos, más nos vale a cada uno aprender a navegar por sus complejos meandros.

Cierto que para lograrlo no todo cristo recibe las mismas cartas al comienzo de la partida. La vida es en gran medida un juego de naipes, y ahí radica, quizá, el éxito de los naipes en todas las épocas, aunque también es cierto que nunca hubo como ahora tanto naipe circulando por la mesa ni tanta libertad para jugarlos, así que ojo, porque a cada quisqui le toca hacer juego sin otras armas que su sabiduría, habilidad y gracia personal para mover y presentar sus cartas. Conviene, para ello, tener presentes cuatro axiomas que suelen olvidarse con frecuencia. Uno, que el uso de la libertad personal lleva anexa una gran responsabilidad, no menos personal, que pasa factura, también personal, exactamente lo mismo que en los naipes. Dos, que el interesado debe saber quién es, al margen de lo que digan sus títulos de nobleza. Vivimos unos tiempos extraños en los que “titulación” se confunde con “instrucción” y si bien una cosa debiera corresponder con precisión a la otra, no tiene por qué ser necesariamente así ni siempre lo es. Por fortuna, nadie sabe mejor que uno lo que vale uno, y por eso la gran pregunta que se hace a los niños no debiera ser “¿qué quieres ser?” sino “¿quién quieres ser, guapo?” O sea, “¿qué persona?”. Y es que “nuestro oficio no es nuestro destino”, como nos advirtiera León Felipe Camino Galicia un día intensito que tuvo. Lástima que cada vez se lea menos, y no sólo a León Felipe Camino Galicia, que cuando era bueno era muy bueno y que cuando se ponía plasta alcanzaba cotas extraordinarias de plastez, lo cual consuela algo: ni los más grandes se libran de hacer el ridi de vez en cuando. El tercer axioma es otra advertencia particularmente breve y contundente: pase lo que pase, la banca siempre gana. Así que cuidadito con ella, añado yo. El cuarto axioma, por último, establece que el tablero en el que se juega el futuro ya no es, como hasta hace bien poco, el pueblo de cada hijo de vecino. Tampoco la patria ni el patio de casa. En el siglo XXI, el tablero donde se juega todo, donde cada uno se juega su futuro personal, es el Mundo. Atención, pues, a la ortografía, señoras y caballeros, y no sólo a la de la lengua materna, porque ya están rodando los dados y los grandes tahúres del planeta, esperando a ver nuestra ortografía para tomarnos la medida. ¡Hagan juego, señores! ¡Hagan juego! Se ha puesto la ruleta en marcha y circulan las cartas. Rien ne va plus!

© Zenda – Autores, libros y compañía

0 comments :

Publicar un comentario