domingo, 2 de diciembre de 2018

Oportunidades de un "mundo loco"

Por Gustavo González
Las hemerotecas son esos lugares hermosos y decadentes en los que la historia lleva escritas sus primeras páginas. Resguardan diarios y revistas de todos los tiempos, que representan la primera versión de los hechos y las esperanzas y angustias de cada época. El ejercicio es simple para escaparle al infantilismo de creer en la excepcionalidad del presente: abrir periódicos de 1810, 1890, 1930, 1955, 1973, 1982, 1989, 2015 o de cualquier otro año.


Las crónicas describen siempre momentos únicos, crisis, rupturas abruptas con el pasado. La situación económica jamás es óptima, en general por culpa de los que estuvieron antes y de un mundo hostil que nos excluye de su comercio y de sus pensamientos.

Las personas consideran que el instante que les toca vivir es extraordinario, pero es solo la angustia de la existencia.

Los grandes filósofos de Occidente entendían que el mundo no tenía futuro porque los jóvenes de su tiempo ya no se levantaban cuando un mayor entraba.

Entender el presente desde el presente nunca fue sencillo.

Nuevas complejidades. También este mundo parece caótico y comandado por líderes increíbles, como Trump, Putin, Maduro o Kim Jong-un. Pero los que hoy resultan sorprendentes ocupan el lugar de otros que también lo eran: Nixon, Yeltsin, Chávez o Kim Il-sung. Sin contar los Hitler, Stalin, Mussolini, Pinochet, los Videla, o distintos líderes teocráticos.

Las complejidades internacionales son parte de las realidades y del relato de cada época y suelen ser justificaciones ideales para explicar la falta de resolución de los problemas nacionales.

Es más fácil decir que el problema está afuera, es el otro, el que estuvo antes. Y que la Argentina está condenada al éxito; aunque eso será mañana, porque por ahora todo es fracaso. Pero los estadistas tienen la obligación de intentar una mirada menos infantil de la vida en general y de la política en particular.

Con relatar la dificultad del mundo no alcanza. El deber es encontrar oportunidades en medio de los desafíos internacionales de cada tiempo.

Es que aun en las trágicas guerras que paralizaron el mundo existieron países que descubrieron beneficios, vendiendo cosas que las naciones en conflicto no podían vender, o abriendo industrias para fabricar productos que ya no vendrían del exterior.

Los que se asustan por el clima enrarecido que genera Trump deberían recordar que Estados Unidos vivió casi toda su historia en guerra, incluso la que se llamó “Fría”. El mundo estaba mucho más dividido y enfrentado que ahora e, incluso así, hasta los dictadores argentinos aprovecharon para venderle granos a la Unión Soviética (a cambio de que Cuba y el bloque socialista silenciaran los crímenes que acá se cometían) mientras en América eran funcionales a Washington en la lucha contra el comunismo.

Los cruces comerciales entre los Estados Unidos y China, o los de Gran Bretaña con la Unión Europea por el Brexit, no son más graves que aquellos. El mundo no está más loco. Tiene capacidades diferentes.

El impulso natural del capitalismo es a la expansión, a internacionalizarse, desde el principio fue así y genera tensiones. Solo que en las últimas décadas la espiral globalizadora ingresó a una etapa en la que el comercio tiende a independizarse del poder político, incluso el de las grandes potencias.

El imperio global como fase superior del imperialismo, sin territorio asignado, sin fronteras, es la novedad que desde la teoría fue explicada por los posmarxistas Antonio Negri y Michael Hardt en su clásico Imperio.

Política exterior. El relato de ser víctima de un mundo sórdido y ajeno puede pagar bien en el corto plazo, pero le consume futuro a quien lo dice y al país. Las acechanzas son ciertas. La cuestión es qué se hace con ellas. Si se convierten es excusas o en material de trabajo.

Los cortocircuitos entre Estados Unidos y China pueden ser esa excusa o una chance para un país que necesita inversiones de ambos. Lo mismo que la salida del Reino Unido de Europa y su búsqueda de nuevos mercados.

Las naciones en vías de desarrollo tienen las mismas urgencias que la Argentina para comercializar en las mejores condiciones posibles.

India, con sus 1.300 millones de habitantes y un crecimiento que en la última década ronda el 8% anual, ya es un socio que genera uno de los mayores superávits comerciales y al que los especialistas señalan como el que más crecerá en los próximos años. Vietnam es un caso similar, hoy representa el cuarto destino de las exportaciones argentinas, con US$ 1.600 millones de saldo positivo.

Tanto con India como con Vietnam, Macri continúa acuerdos que se profundizaron con Cristina Kirchner. Concentrarse en las soluciones en lugar de relatar la grieta no forma parte del prospecto electoral actual, quizá por eso se esconde esta continuidad de políticas de Estado que cualquier otro país promocionaría.

En cualquier caso, la política exterior de Macri es lo más sobresaliente de un gobierno con tantas dificultades. Es el contexto amigable que permitió la ola de préstamos de sus primeros años y el acuerdo con el FMI.

Vaca Muerta es el mejor ejemplo de su obsesión por conseguir inversiones. Un proyecto que comenzó a desarrollarse con Néstor Kirchner y cuya extraordinaria riqueza fue, para muchos analistas españoles, la razón de la nacionalización de YPF.

Ya con YPF argentina y con Macri en el gobierno, las inversiones nacionales y extranjeras crecieron al igual que la producción de sus pozos. Una muestra de que no siempre el que pasó es culpable o que los de afuera son los victimarios.

Pragmatismo. Macri aporta su pragmatismo empresarial que, para mal y para bien, lo diferencia de los políticos tradicionales y, en el terreno de los negocios, lo lleva a priorizar acuerdos y a abrir mercados.

El pragmatismo es esa escuela filosófica cuyo antifundamentalismo le otorga un interesante perfil humanista, pero se hizo célebre porque considera que solo es verdadero aquello que funciona. Es la lógica que rige los negocios del mundo. Franco Macri repetía que un empresario debe estar bien con todos los gobiernos. Su hijo también cree que debe estar bien con todos los gobiernos que le puedan generar negocios a la Argentina, independientemente de su ideología. Venezuela sería su límite.

La cumbre del G20 es la teatralización de las tensiones, acuerdos y oportunidades del comercio internacional. Para Macri corporizó el apoyo simbólico de las principales potencias hacia un mandatario cuya continuidad les garantizaría no volver al populismo en esta parte del planeta. Es precisamente por ese temor que sus líderes avalaron los préstamos del FMI y se fueron prometiendo inversiones millonarias.

Y es por el mismo temor que los inversores de sus países prefieren esperar para invertir. Porque el éxito final de la política exterior de Macri sucederá cuando la economía crezca, los argentinos recuperen poder de consumo, las regulaciones incentiven las inversiones y las elecciones no representen constantemente el riesgo de volver a empezar. Recién entonces aparecerán los verdaderos capitales extranjeros.

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