sábado, 11 de agosto de 2018

Días de gloria

Por Carlos Ares (*)
Son días de gloria. Es hora de celebrarse. Permitanmé/permitansé el “Canto a mí mismo” de Walt Whitman. Salgan al balcón, a las calles, a leer en alta voz el poema completo.  Hoy/mañana/ayer/ este miércoles de agosto cuando escribo o ahora, cuando nos encontramos en el texto. Siempre es hoy, siempre será ahora. Whitman viene a decirnos nuevamente que, después de transpirar tanto, estamos perfumados de razones y olemos como nunca “...el aroma de estas axilas es más fino que las plegarias/esta cabeza es más que las iglesias, las biblias y todos los credos...”

Miren si no es para recurrir a los poetas, reír a borbotones, cantar, desafinar a los gritos. Escuchen ese coro atronador. Vean como se mece y ondula ese mar verde, transparente de intenciones, tornasolado ya de un naranja que anuncia el amanecer del próximo debate, el de la separación de Iglesia y Estado. Dan ganas de arrojarse como un clavadista mexicano desde las alturas de la resignación a la que habíamos llegado porque “contra esos no se puede/ este país no tiene arreglo/no cambia más”. Saltar de alegría, tirarse de cabeza y hundirse en esa esperanza que espuma y ruge brava, incesante.

Miles de mujeres y hombres jóvenes embisten una y otra vez contra el vetusto dique sostenido por dogmas y discursos medievales con que el Senado y la Iglesia pretenden embalsamarlos. ¿Cuánto más pueden detener el río del tiempo sin que les desborde por los cuatro costados? ¿Van a tapar la realidad cubriendo las ventanas y a vendar los ojos del país con sotanas negras? ¿Van a seguir negando todo? ¿Qué sigue? ¿Prohibir el deseo?

En esa tarea estábamos, empujando puertas y cabezas de goznes y orejas herrumbrosas, cuando cedió el muro de silencio mafioso que protegía a la corrupción sistémica. Nos sentamos a verlos pasar. Boudou, De Vido, Báez, Jaime, Baratta, Oyarbide, los empresarios. Con las manos por delante, esposados, presos. Los tipos que hace nada eran poderosos, impunes, intocables, invencibles.

Claro que el descreimiento, formateado durante años, no te la hace fácil. De inmediato salta/asalta por el lado cínico y te la baja porque “la sabe”, “la vio/vivió”. Cuando leés los nombres de los que están, te hace la segunda voz con los que faltan –¿ y Aníbal Fernández?, ¿y Scioli?, ¿y Szpolski? ¿ y Franco Macri? ¿y Roggio? ¿Y los cómplices? ¿Los jueces, sindicalistas, periodistas? Aún así, mientras van cayendo, ¿no da para tomarse algo, hacer un karaoke casero después de la ducha, con la afeitadora eléctrica frente al espejo y cantar Fiesta a dúo con Serrat?  “¡Gloria a dios en las alturas/recogieron las basuras/de mi calle ayer a oscuras/y hoy sembrada de bombillas...!”

Nada compensa el latrocinio. Ni el desprecio social ni las prisiones perpetuas que merecen. Nada puede hacer olvidar el tendal de víctimas que dejaron –tragedia de Once, inundaciones en La Plata, Cromañón, “Sueños Compartidos”–, ni la cantidad de muertos por desnutrición, negligencia, robo, defraudación, negociados. Nada repara tanto mal. La pobreza y miseria padecida. Las vidas deshechas, defraudadas. Nada. No hay forma de que diez, veinte, quinientos, mil condenados atenúen el dolor que causa ahora comprobar lo que era evidente. Pero ésas/éstas/ las sentencias que ya se dictaron y las que aún faltan, son gotas de Justicia que llueven/caen/ sobre lenguas sedientas, secas de tanto pedir y reclamar.

Escrito el pasado miércoles, este texto continúa encabritado. Corcovea, rabioso, sobre la Iglesia que bendijo las torturas de madres embarazadas y encubre a los violadores de pibes. Se niega a ser ensillado, domado por la sensatez. –No acepta andar al trotecito lento hasta ver cómo viene/ pasa/ sigue esto. Los goles se cantan, dice, futbolero. Permitanlé/ permítanme/permítansé entonces desgañitarse con otro tema– “...la vida es un libro útil/para aquel que puede comprender/ tengo confianza en la balanza/que inclina mi parecer...” . Es el Himno de mi corazón de Los Abuelos de la Nada. Ideal para entonarlo como tributo y reconocimiento a “los/las nietos/nietas de todo”. La dictadura, Menem, la Alianza, los Kirchner, la desolación. Ellos sí que están cambiando la historia.

(*) Periodista

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