sábado, 11 de agosto de 2018

CORRUPCIÓN K / El mecanismo

Los arrepentidos se aferran a la coartada del aporte. 
¿Cristina tiene una bomba?

Por Roberto García
Apasionante la novela del hiperrealismo argentino: se supera cada día con capítulos nuevos, aparición de testimonios impensados y presuntos arrepentimientos de personajes hasta ahora probos y que dictaban clases de moral. Todos los días surge una corruptela desconocida, despiertan incluso causas y delitos no comunes. Por ejemplo, la evasión de millones de dólares de las empresas por no incluir sus contribuciones en los asientos contables, tráfico de facturas falsas y documentación adulterada, también lavado de dinero. 

Se agiganta la imaginación jurídica –la palabra “aportes” reemplaza a las “dádivas” de los 90 como recurso para ocultar el concepto “coimas”–, hasta el Presidente se anticipa a los acontecimientos y parece saber de inminentes episodios a transcurrir esta semana (¿será una confesión grabada de Muñoz, ex secretario de Cristina y Néstor, antes de morir?, como escribió ayer el periodista Marcelo Bonelli). Sorprende que una sola persona, un chofer de apellido Centeno, haya sido el elemento provocador del mayor escándalo del siglo por incluir recorridos, paradas y delivery de bolsos en unos memoriosos cuadernos (al parecer, también registró videos comprometedores).

Asimismo, sorprende que el mundo económico internacional, siempre en reclamo de mayor transparencia en una Argentina dudosa, huya de los valores del país –cae la bolsa, vuela el dólar, se desploman los patrimonios– cuando el robo pasado, en apariencia, comienza a despejarse. Un castigo impensado, desolador, con antecedentes semejantes en Brasil e Italia, que multiplica la crisis sobre la crisis, irreparable hasta por el Fondo Monetario Internacional.

Fenómeno casi ignorado por los habitantes pegados al televisor mirando escenas del tenebroso culebrón mientras su riqueza, poca o mucha, se escurre por el fregadero. Una siniestra combinación: perdieron antes, vuelven a perder ahora.

Salvo un milagro, nadie sabe el destino de los fondos aportados o pagados en comisión, tampoco su cuantioso volumen, generado por empresarios que financiaron el lado más oscuro del kirchnerismo con la graciosa excusa de ser apretados por una administración de matones. No hay paradero ni devolución en consecuencia, se extravió el físico guardado en tumbas o depósitos, según la ilustración popular que sabe de los recorridos aéreos Buenos Aires-Santa Cruz, las termoselladoras y los contadores de dinero que alguna vez demandó Néstor Kirchner.

Si se observa, salvo uno de la docena de empresarios detenidos ahora por el juez Bonadio, dispone de expertise en esa materia. Lo que no quiere decir que el mundo financiero estuviese exento de buena parte de estos trámites. Tampoco, claro, habrá devolución o compensación por medio de multas –como en Brasil, con el caso Odebrecht– al beneficio extra que obtuvieron las empresas en su felonía delictiva de sobreprecios: la ley no lo contempla. Al ser descubiertos, hoy solo padecen cierta humillación social, de la cual creen desligarse al confesar su arrepentimiento y quedar en libertad para un juicio dentro de varios años. Sí, ocurre.

Tanto que, por ejemplo, Angelo Calcaterra –alguien que rompió las puertas de Comodoro Py para que su segundo, Sánchez Caballero, detenido, no declarase en su contra– decidió promover su bondad e inocencia en reportajes ad hoc que retrotraen la memoria a los films norteamericanos sobre los juicios gangsteriles. Nadie entiende esa repentina vocación verborrágica del primo de Macri, reservarse en un discreto silencio en lugar de predicar su alivio por haber confesado obligadamente cuando pudo hacerlo durante tres años, sin que nadie lo atosigara. Más compleja resulta su actitud al señalar que los verdaderos ladrones de la obra pública son los miembros de la Cámara de la Construcción, instituto al cual él no asistía porque era una empresa menor frente a otros emporios. Por supuesto, el familiar presidencial confesó los aportes a las campañas de los Kirchner hasta en los años en que no había campañas –aunque jura no recordar a quién le dio la plata–, negó que fueran mordidas por obras concedidas y que, en todo caso, el dinero que dijo ceder no eran los millones invocados por Baratta sino apenas unos miles que entregaron en bolsitas de papel. “No era fácil para nosotros trabajar”, justificó al mejor estilo plañidero del ex juez Oyarbide.

Del primo al ex jefe de ministros K. Por suerte, luego un decreto presidencial (firmado, eso sí, por la vice Michetti) le otorgó un crédito de 4.500 millones para trabajar con menos dificultad y trasladar de un papirotazo la compañía a su colega Mindlin. Casi ofensiva a la razón de cualquiera esa expansión de la lengua.

Flaco favor, en todo caso, le hizo Calcaterra a su querido primo en las expresiones –hasta mencionó, con contradicciones, una conversación telefónica con el mandatario–, pulsión que por otra parte arrastra desde hace meses y lo hacía prometer una factibilidad de irse a vivir a otro lado. Pero no fue el único en deslices: el ex jefe de Gabinete Abal Medina, escritor de modelos transparentes de la política, ahora confesó haber recibido fondos non sanctos en la función; Josecito López alertó sobre complicidad respecto de sus famosos bolsos y amenaza con la ruta que lleva a conspicuos socios no nombrados hasta ahora. Hablan hasta los que no han sido citados (Rattazzi), otros que en apariencia no hicieron aportes sino que pagaron comisiones por reparaciones venezolanas, y una sensación colectiva de que la matriz de la corrupción fue impuesta por el matrimonio sureño y no una exageración brutal del dúo sobre un sistema ya instalado en el país desde hace décadas.

Lo cierto es que el mecanismo hasta ahora muestra a empresarios enlodados; no aparecen sindicalistas, tampoco banqueros ni industriales, los clásicos del universo turbio argentino. Ni siquiera lo de Baratta involucra a toda el área dependiente de Julio De Vido. Es un retazo del latrocinio atroz cuya continuidad esta semana tendrá nuevos picos de audiencia: dicen que Cristina, en el juzgado, pasado mañana lanzará una bomba que –se supone– tendrá un estrépito semejante a la otra que Macri ha susurrado que va a explotar. El valor del país, entre tanto, se derrumba.

© Perfil.com

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