miércoles, 2 de mayo de 2018

Los reyes de la basura

Un sherpa recoge basura durante una expedición al Monte Everest.
Por Rosa Montero

Leyendo 'Sapiens', de Yuval Noah Harari, queda claro que uno de los trazos más distintivos de los seres humanos es nuestra habilidad para el exterminio: llevamos miles de años borrando animales del planeta con una eficiencia estremecedora. Pero yo creo que hay otra característica tan definitoria o más de nuestra especie: la incesante producción de basura de todo tipo. Somos animales acaparadores, negligentes e irremediablemente guarros.

En las últimas semanas han coincidido varias noticias aterradoras sobre esta tendencia nuestra a ir ­dejando una larga estela de desperdicios. De la más triste ya se hizo eco Manuel Rivas en su artículo hace una semana: me refiero a ese joven cachalote que murió tras ingerir 29 kilos de plástico. Los océanos son un vertedero; cada año acaban en el mar ocho millones de toneladas de plástico, lo que equivale al peso de más de 14.000 aviones Airbus de los grandes. Se ha calculado que para 2050 habrá en el agua más toneladas de plástico que de peces. Si tenemos en cuenta que una botella de ese material tarda unos 500 años en descomponerse, tenemos un futuro pavoroso. Ya hay en los océanos al menos seis enormes islas de plástico; descubrieron la última el pasado septiembre frente a las costas de Chile, y es cuatro veces más grande que España.

Pero el problema no se limita al plástico, ni muchísimo menos. El verdadero problema somos nosotros. Allá donde vamos, ensuciamos y contaminamos. También se habló en estos días del Everest y de las porquerías acumuladas allá arriba. Es el punto más alto de la Tierra (8.848 metros), un ecosistema frágil de perpetua blancura, apenas sin oxígeno y difícilmente alcanzable, y aun así se calcula que nos las hemos apañado para depositar ahí arribota unas 80 toneladas de residuos: botellas vacías de oxígeno, baterías, latas y envases de comida, guantes, tiendas de campaña, medicinas, cuerdas y todo tipo de morralla. El Gobierno nepalí acaba de lanzar una campaña desesperada para intentar limpiar la montaña bajando las inmundicias por medio de sherpas; pero el Collado Sur, el punto en donde se pasa la última noche antes del asalto a la cima, es un basurero prácticamente imposible de sanear: se encuentra a 7.980 metros de altura y sacar de allí una pequeña lata oxidada puede costarle la vida al limpiador.

Por último, hemos estado varias semanas pendientes de la caída descontrolada de la estación espacial china, con cierto alarmismo en las noticias por si nos atizaba en la cabeza; por fin, el 2 de abril se desintegró al entrar en la atmósfera, y los fragmentos restantes se hundieron en el Pacífico (más cochinadas para los peces). Poco después vi por casualidad en los informativos de Antena 3 una imagen de la Tierra rodeada por la basura espacial. Se trata de una web llamada Stuff in Space (cosas en el espacio) que creó en 2015 un estudiante de ingeniería de la Universidad de Texas, James Yoder, que por entonces tenía 18 años. La web, espeluznante, permite ver en tiempo real todos los desperdicios que orbitan nuestro planeta: restos de cohetes y de satélites, sobre todo. La imagen es chocante: los detritus forman una especie de velo tupido, una asfixiante telaraña que nos envuelve. Según la NASA, hay 500.000 objetos entre 1 y 10 centímetros de tamaño orbitando la Tierra; los desechos de más de 10 centímetros, algunos tan grandes como una estación espacial, son aproximadamente 21.000. Ese tumulto de residuos gira alrededor de nosotros a toda pastilla (algunos objetos van a 27.000 kilómetros por hora) y es un riesgo creciente para los satélites en funcionamiento y para cualquier misión espacial.

Así que ya lo ven: no sólo llenamos a reventar nuestras casas con mil chirimbolos innecesarios, no sólo abarrotamos de porquerías las ciudades y los campos, sino que hemos conseguido llegar a lo imposible, a lo inalcanzable. Ni la pureza de las más altas montañas, ni la enormidad del océano, ni ya, horror de horrores, la estratosfera pueden librarse de nuestro influjo nefasto. Vergüenza me da imaginar lo que pensaría un alienígena al ver el anillo de mierda que nos rodea. ¿Quién habló de los reyes de la creación? Somos los reyes, sí, pero de la basura.

© El País

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