sábado, 12 de mayo de 2018

Del Mayo del 68 francés al presente argentino

Octavio Paz y el Mayo del 68
Por Héctor M. Guyot

Leo con interés parte de lo mucho que se publica sobre el Mayo del 68 francés, hecho del que se han cumplido 50 años. En cada una de esas lecturas me acuerdo de las reflexiones que, poco después de aquella explosión de rebeldía, hizo el mexicano Octavio Paz en su libro Posdata. Paz, de cuya muerte se cumplieron veinte años el mes pasado, fue uno de esos escritores y pensadores con vocación de absoluto que hicieron del mundo y de la literatura la materia de sus escritos.

Nada le resultaba ajeno y sobre todo arrojaba la luz de una inteligencia que unía el rigor de lo racional con la sensibilidad del poeta, que es lo que en esencia era. Un hombre de letras como ya casi no se ven, acaso epígono en lengua castellana de un Iluminismo que hoy se apaga sin remedio tras un largo reinado.

Perdonen esta columna vintage, entonces, que para referirse a hechos ocurridos hace 50 años apelará a la mirada de alguien muerto hace veinte. En descargo, alego que la lectura que Paz hace de aquella revuelta ha ganado, por el curso que ha tomado el devenir de Occidente en este medio siglo, una actualidad inesperada. El escritor mexicano estaba lejos de identificar el Mayo Francés con el movimiento hippie, pero vio en los jóvenes iracundos una reacción contra la idea de progreso que imponía una sociedad dominada por la técnica. "Los jóvenes se rebelan contra los mecanismos de la sociedad tecnológica, contra su mundo tantálico de objetos que se gastan y disipan apenas los poseemos", escribió.

La tesis de Paz sobre el origen de aquellos hechos parece la descripción de nuestro presente, que posiblemente, si el escritor estaba en lo cierto, se ha devorado ese grito rebelde: "La ataraxia, el estado de ecuánime insensibilidad que los estoicos creían alcanzar por el dominio de las pasiones, la sociedad tecnológica la distribuye entre todos como una panacea. No nos cura de la desdicha que es ser hombres, pero nos gratifica con un estupor hecho de resignación satisfecha y que no excluye la actividad febril".

Paz iguala en su escrito a izquierdas y derechas, obsesionadas ambas con un desarrollo material que, en su visión, profundizaba las contradicciones de Occidente. En síntesis, Mayo del 68 representó para él una reacción dionisíaca contra la razón práctica, que había vuelto previsible y aburrida la vida. De allí su defensa poética del puro presente: "Ahora sabemos que el reino del progreso no es de este mundo: el paraíso que nos promete está en el futuro, un futuro intocable, inalcanzable, perpetuo. El progreso ha poblado la historia de las maravillas y los monstruos de la técnica, pero ha deshabitado la vida de los hombres". Y agrega, acerca de las barricadas y los eslóganes: "El sentido profundo de la protesta juvenil, sin ignorar ni sus razones ni sus objetivos inmediatos y circunstanciales, consiste en haber opuesto, al fantasma implacable del futuro, la realidad espontánea del ahora".

Claro, hablaba sobre todo de la sociedad europea ya desarrollada. Al 68 en México, marcado por la masacre de Tlatelolco, le dedica otras páginas del mismo libro. Para él, los latinoamericanos éramos "los comensales no invitados que se han colado por la puerta trasera a Occidente, los intrusos que han llegado a la función de la modernidad cuando las luces están a punto de apagarse". Nacimos cuando ya era tarde en la historia, "nuestros pueblos se han echado a dormir durante un siglo y mientras dormían los robaron y ahora andan en andrajos, no logramos conservar ni siquiera lo que los españoles dejaron al irse, nos hemos apuñalado entre nosotros".

No puedo evitar pensar que hoy, 50 años después, conviven en la Argentina la aceleración alienada que nos roba el presente con los andrajos y los puñales que Paz usó para describir la realidad latinoamericana. En la posmodernidad globalizada, todo se mezcla en estas latitudes. Estas semanas apenas pudimos conciliar el sueño, ocupados en seguir como posesos los caprichos del dólar mientras la tele llamaba a la crisis para calentar la pantalla y el rating. Hasta que vino el déj à vu. No hablo del Fondo Monetario Internacional, sino del espectáculo insalubre de ver cómo, una vez más, aquellos que nos metieron en este berenjenal con 12 años de populismo y corrupción ahora explican muy sueltos de cuerpo cómo salir de él mientras obturan la salida y se arrogan la defensa del pueblo.

Yo quiero, como aquellos estudiantes del Mayo Francés, que me devuelvan mi presente. La paradoja de estos días es que solo recuperaremos el presente si una mayoría guarda sus puñales y alza la vista en la misma dirección. Lo que hay que asegurar aquí es el futuro.

© La Nación

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