sábado, 10 de febrero de 2018

Una América Latina sin presidentas

Ilustración de Sarah Mazzetti
Por Jennifer M. Piscopo (*)

En el momento en que la presidenta chilena, Michelle Bachelet, abandone el cargo en marzo, no habrá ninguna presidenta en América Latina.

En un momento de 2014, la región llegó a tener cuatro presidentas: Laura Chinchilla en Costa Rica, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil y Bachelet. Ahora, no parece muy probable que tengamos presidentas en América Latina en el futuro cercano.

América Latina ha aprovechado las leyes de acción afirmativa para reducir la brecha de género en el liderazgo político como ninguna otra parte del mundo. No obstante, si esta región pretende conservar el terreno avanzado y contribuir a garantizar que las mujeres sigan ascendiendo a las principales posiciones de la política, América Latina debe tener muy claro hasta qué punto sirven los recursos legales para impulsar el ascenso de las mujeres.

Si bien las leyes que establecen cuotas mínimas de candidatas para puestos legislativos han creado oportunidades para que las mujeres progresen en sus carreras políticas, no han logrado transformar las percepciones tradicionales sobre la persona que debe estar al frente de un país.

Un número significativo de mujeres tuvieron acceso a los congresos nacionales gracias a las cuotas de género. Argentina aprobó la primera ley en el mundo que establecía cuotas para el número de candidatas al congreso en 1991. En virtud de esa ley, los partidos políticos estaban obligados a nominar mujeres por lo menos para el 30 por ciento de los cargos disponibles. Tras una modificación reciente, ahora dispone que la mitad de los escaños de cada partido en el congreso deben estar ocupados por mujeres. En la actualidad, solo quedan dos países de América Latina que no han promulgado leyes de cuotas de género o paridad aplicables a los candidatos legislativos.

Las mujeres ocupan más del 35 por ciento de los asientos legislativos en Costa Rica, Ecuador, México y Nicaragua. El Congreso de Diputados de Bolivia tiene mayoría femenina y ocupa el segundo lugar mundial en mayor representación parlamentaria de mujeres. En Estados Unidos, por ejemplo, las mujeres representan solo el 19 por ciento de la Cámara de Representantes y el 22 por ciento del Senado.

Muchas de las leyes de cuotas de género no se limitan a aumentar el número de candidatas. Varias instruyen a los partidos políticos a colocar a mujeres en posiciones favorables en las boletas electorales y asignar parte de su presupuesto a capacitación para el liderazgo femenino.

Aunque estas leyes de acción afirmativa contribuyen al progreso de las mujeres, no las mantienen a salvo de las crisis políticas.

En una región que ya se había acostumbrado a tener mujeres en el poder, Bachelet, Kirchner, Rousseff y Chinchilla encabezaban partidos populares de larga trayectoria política cuando fueron electas presidentas. Las tres presidentas de izquierda —Bachelet, Kirchner y Rousseff— también aprovecharon la “marea rosa”, una oleada de líderes de izquierda que inundó a América Latina entre 1998 y 2016.

Durante este periodo, las materias primas experimentaron un auge que impulsó la economía de la región. Gracias a la abundancia de recursos, los países pudieron ofrecer más beneficios sociales a los trabajadores, a los más pobres, los indígenas, la comunidad LGBT y las mujeres.

Pero la bonanza no podía ser eterna: las economías comenzaron a desacelerarse y aumentó inquietud sobre la inseguridad. Los ciudadanos se sintieron desilusionados y los partidos de larga tradición y sus coaliciones se debilitaron. Los electores decidieron deshacerse de la mayoría de los políticos tradicionales, varones y mujeres por igual.

Por desgracia, las mujeres fueron las más afectadas, lo que hizo evidente que todavía existe una doble moral en la actitud hacia los líderes dependiendo de si son hombres o mujeres.

El consenso general es que la presidencia de Chinchilla fue un fracaso, a pesar de que la economía creció entre un cuatro y un cinco por ciento durante su mandato. El apoyo que tenía Bachelet se desplomó después de que surgieron rumores sobre supuestas actividades ilícitas de su hijo y su nuera que generaban ganancias en el sector inmobiliario; en contraste, al parecer el presidente electo Sebastián Piñera no se vio afectado por el rumor de que falsificó facturas para financiar de manera ilícita una campaña.

En 2016, el senado brasileño destituyó a Rousseff y, sin pruebas de su enriquecimiento personal, la sometió a un juicio por prácticas contables que por mucho tiempo se habían considerado normales en Brasil. Cuando sustituyó a Rousseff, el presidente Michel Temer designó únicamente a hombres de raza blanca para integrar su nuevo gabinete, en un país donde la mayoría de los ciudadanos no son blancos. Temer enfrentó hace poco acusaciones de corrupción más graves que las hechas en contra de Rousseff e incluso se dijo que ordenó a sus subordinados pagar sobornos. De cualquier forma, sobrevivió la votación para someterlo a una destitución.
Ni la izquierda ni la derecha parecen querer candidatas estos días en América Latina. La izquierda, favorita para ganar al concluir el mandato de Chinchilla en Costa Rica, ignoró a la lideresa política de larga trayectoria Epsy Campbell Barr. A pesar de que sus índices de aprobación eran más altos que los de sus competidores varones, Campbell Barr, destacada política de ascendencia africana, perdió la nominación de su partido para las elecciones presidenciales.

En cuanto a la derecha, la política y ex primera dama mexicana Margarita Zavala tenía buenos porcentajes en las preferencias ciudadanas, pero no parecía probable que ganara la nominación de su partido. A finales del año pasado anunció en un video, en el que critica al partido por cerrarle puertas, su decisión de lanzar una campaña independiente para la presidencia.

No se trata de casos aislados. Mi investigación demuestra que los partidos políticos —tanto de derecha como de izquierda— nominan a menos mujeres cuando los ciudadanos creen que la economía está mal. Los partidos políticos de ambos extremos también nominan a menos mujeres cuando la competencia es más cerrada. En América Latina, el clima de desilusión ha provocado la creación de nuevos partidos. Cuando los ciudadanos tienen más opciones, cada partido puede ocupar menos escaños y, al parecer, cuando hay menos escaños en juego los partidos no están tan dispuestos a arriesgarse nominando mujeres.

Que más mujeres ocupen cargos tampoco significa que exista menos discriminación o menos acoso. El techo de cristal prevalece.

Aunque América Latina se ubica por encima del promedio global en cuanto al número de mujeres que desempeñan cargos gerenciales de alto nivel, solo representan el cinco por ciento de los cargos en consejos de administración en seis de las mayores economías de América Latina. En muy pocas ocasiones las mujeres encabezan delegaciones de su partido en los congresos y no hay ninguna mujer en los comités de mayor prestigio.

En Colombia, un estudio reveló que casi una cuarta parte de las funcionarias electas sentían que sus voces no eran tomadas en cuenta y sus partidos les negaba recursos y el 40 por ciento de las alcaldesas reportaron algún tipo de tratamiento sexista. En algunos casos, la resistencia a la participación de las mujeres en la política puede llegar a expresarse de forma violenta. Desde hace tiempo, los partidos tergiversan las cuotas pidiendo a las mujeres que renuncien después de ganar la elección: Juana Quispe, una concejala de Bolivia, murió a consecuencia de una golpiza que recibió por negarse a renunciar.

Es indispensable contar con leyes de género y paridad —las cuales tienen con un amplio respaldo popular— que los políticos no puedan desmontar. Incluso Chile, un país conservador, implementó una ley de cuota de género para el congreso, gracias a la cual casi se duplicó el número de mujeres tras las elecciones más recientes, en que la derecha regresó con fuerza.

No obstante, se necesitan cambiar actitudes culturales y combatir la impunidad en los casos de violencia de género para acabar con el sexismo y la hostilidad que impide a las mujeres llegar a posiciones de poder.

Costa Rica ha confrontado las ideas tradicionales sobre las características que deben tener las personas que ocupan puestos de mando al aplicar cuotas de género a la sociedad civil. Por ley, en los cargos más importantes de liderazgo de las organizaciones de la sociedad civil debe existir paridad de género. Esta disposición es aplicable a organizaciones de beneficencia, humanitarias y de servicios sociales, lo que significa que ahora hay presencia de varones en posiciones que históricamente carecían de ella.

Después de todo, si más mujeres asumen puestos de poder en la política y los negocios, los hombres tendrán que hacer algo más.

(*) Profesora adjunta de Política en el Occidental College

© The New York Times

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