domingo, 11 de febrero de 2018

Sindicalistas en pie de guerra

Por James Neilson
Como sucede con cierta frecuencia, tiene razón Luis Barrionuevo: a dos presidentes radicales, Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa no les fue nada bien luego de que “atacaron a los sindicatos”. ¿También la tendrá Hugo Moyano, que acaba de pronosticar la pronta caída del gobierno de Mauricio Macri, ya que a su juicio cometió el mismo error fatal cuando le recomendó confiar en la Justicia que está hurgando en sus asuntos, lo que en su opinión equivalía a atacar al gremialismo en su conjunto? Por lo tanto, ¿tendrá que pagar las consecuencias?

Es probable que Moyano se haya equivocado, que Macri sobreviva indemne a las embestidas furibundas del camionero y sus amigos porque el grueso de la ciudadanía está harto de la prepotencia sindical. Así y todo, el Presidente tiene motivos para sentirse inquieto. Del resultado del conflicto que está cobrando fuerza dependerá el futuro no sólo del gobierno que encabeza sino también aquel del país.

Si Macri cede ante las presiones del hombre que desempeña un papel parecido a aquel del metalúrgico Lorenzo Miguel hasta que el triunfo arrasador de Alfonsín en las primeras elecciones de la democracia recuperada lo transformó en un “mariscal de la derrota” para los demás peronistas, no le será dado llevar a cabo las reformas estructurales que se ha propuesto para que la Argentina disfrute de los veinte años o más de crecimiento vigoroso que dice prever. Antes de poner manos a la obra, Macri tendrá que superar los obstáculos que los populistas le han puesto en el camino. De estos, el poder destructivo del sindicalismo es el que planteará más dificultades.

Al hablar como hicieron, el camionero y su aliado coyuntural gastronómico nos advirtieron que la vieja Argentina, el país ultraconservador que se aferra con tenacidad casi suicida al “modelo” corporativista que fue ensamblado generaciones atrás por el entonces coronel Juan Domingo Perón, sigue resistiéndose a dejarse reemplazar por otro que, a pesar de sus deficiencias, a buen seguro sería más apropiado para los tiempos que corren.

Los camioneros y quienes quieren sacar provecho de su capacidad para paralizar el país distan de ser los únicos resueltos a luchar contra la amenaza que para ellos representa lo que tienen en mente los macristas. Además de los incondicionales de Cristina que, lejos de sentirse alarmados por el riesgo de que la Argentina se convierta en una versión sureña de Venezuela, quisieran que el país se desplomara cuanto antes, hay muchos empresarios a quienes les asusta sobremanera el espectro de una apertura comercial y otros que preferirían prolongar el statu quo que conocen a arriesgarse en un país de reglas menos anticuadas que las vigentes. Todos quieren que el gobierno de Cambiemos se vaya bien antes de la fecha prevista por la Constitución nacional.

Aunque los sindicalistas no fueron directamente responsables del final calamitoso que tuvo la gestión de Alfonsín y el golpe civil que volteó a De la Rúa, ayudaron mucho a hacer ingobernable al país, de tal manera preparando el escenario para el triste desenlace que se produjo. Luego de hacer fracasar el intento de Alfonsín de regular la actividad sindical con la llamada “ley Mucci”, le asestaron once paros generales y su correligionario De la Rúa tuvo que soportar nueve en los apenas dos años que duró su mandato. En vísperas del colapso de 2001 y 2002, la incesante militancia sindical hizo insostenible una situación que ya era precaria debido al inhóspito panorama internacional en los años que antecedieron al gran boom de los commodities desatado por la expansión explosiva de la economía china que vino justo a tiempo para que el kirchnerismo levantara vuelo.

Hasta ahora, Macri ha tenido más suerte que sus dos antecesores radicales. El proceso de ablandamiento que han emprendido los más beligerantes apenas ha comenzado, acaso porque el sindicalismo local, penosamente desprestigiado, haya dejado de ser, como era durante décadas, el más poderoso en términos relativos de su tipo del mundo occidental. Con todo, parecería que Moyano y sus hijos lo creen aún capaz de reeditar las proezas de antes cuando estaba en condiciones de frustrar cualquier iniciativa oficial. En aquellos días, hasta los militares vacilaron en oponérsele no sólo por temor a los problemas económicos y sociales que podían provocar sino también por entender que en sus filas abundaban personajes dispuestos a ayudarlos en la “lucha contra la subversión” de izquierda.

Los menos beneficiados por el poder omnímodo que durante años tenía el sindicalismo peronista fueron los obreros. Sería de suponer que, merced a la combatividad de una larga sucesión de líderes dispuestos a derrocar a cualquier gobierno que se animara a hacerles frente, los trabajadores argentinos se encontrarían entre los mejor remunerados del planeta, pero sucede que, a diferencia de los de países desarrollados en que el poder de fuego sindical era decididamente menor, se depauperaron. Por lo demás, gracias en buena medida al aporte al deterioro de la educación pública de los sindicatos docentes, la mayoría carece de los conocimientos que necesitaría para prosperar en el mundo muy competitivo que, nos guste o no nos guste, está conformándose con rapidez desconcertante.

Que los frutos del poder de veto sindical hayan sido tan magros para los afiliados tiene su lógica. Lo que siempre han querido los jefes vitalicios de las organizaciones más fuertes es que la Argentina siguiera empantanada en un pasado casi preindustrial en que, según ciertos teóricos peronistas, a ellos les correspondería llevar la voz cantante. Asimismo, con retórica patriotera han colaborado con empresarios proteccionistas para defender el aislamiento que tantos perjuicios ha causado. Al defender un “modelo” cada vez más desactualizado, los jefes del “movimiento obrero” han privado a millones de obreros de la posibilidad de participar de los beneficios que les hubiera brindado el desarrollo económico.

Macri se siente frustrado por los resultados decepcionantes de la política antiinflacionaria que está tratando de aplicar. En cambio, muchos sindicalistas celebran los reveses en dicho ámbito porque la inflación alta les permite renegociar “paritarias” varias veces al año, de tal modo garantizándoles su propio protagonismo. Pedirles a los más belicosos colaborar para que por fin el país deje atrás el flagelo que tanto le ha costado es una pérdida de tiempo; so pretexto de impedir que el pueblo se vea castigado nuevamente por un gobierno “neoliberal”, se opondrán a cualquier acuerdo destinado a estabilizar la moneda.

Sería igualmente inútil esperar que los Moyano se preocuparan por los costos logísticos que tienen que enfrentar los productores del interior; desde su punto de vista, todo debería moverse en camiones, no en trenes de carga. No se trata de un detalle menor; cuesta mucho más llevar una tonelada de soja desde Salta hasta Rosario que transportarla desde la Argentina hasta Europa o China.

Felizmente para Macri y otros funcionarios del gobierno de Cambiemos, en la batalla que están librando contra quienes luchan para que el país siga siendo un museo económico, cuentan con un arma muy potente: la corrupción insolente de sus adversarios más furibundos. Por motivos que a buen seguro interesarían a los psicólogos, en América latina casi todos los partidarios de esquemas que en un momento se suponían progresistas, pero que andando el tiempo resultaron ser inviables, terminaron cayendo en la tentación de aprovechar las oportunidades para enriquecerse personalmente.

Es lo que ha ocurrido en Venezuela, Brasil y muchos otros países. Puede que tales políticos y sindicalistas se hayan sentido tan desmoralizados por el derrumbe de sus ilusiones que optaran por desquitarse contra sociedades que no los respetaban dando prioridad a sus propios negocios. Sea como fuere, de no haber sido por el saqueo sistemático perpetrado por Cristina y sus cómplices, el liberalismo moderado, de aspiraciones modernizadoras, del que el macrismo es una manifestación notable aún sería un fenómeno minoritario, ya que la caída en desgracia del populismo kirchnerista no se debió a sus defectos evidentes sino a la rapacidad ilimitada de quienes durante más de doce años habían gobernado el país.

Por razones parecidas, el sindicalismo belicoso de los Moyano y quienes comparten su actitud se ha visto debilitado por sospechas nada arbitrarias en torno al origen de las riquezas que se las han ingeniado para acumular. El que el camionero ya no trate de ocultar su convicción de que no tardará en vestirse con un chaleco antibalas camino de una celda hace suponer que sabe muy bien que la evidencia en su contra seguirá amontonándose. Desgraciadamente para quienes imaginaban que por su condición de sindicalista merecerían disponer de fueros como los que sirven para que ciertos legisladores todavía gocen de libertad ambulatoria, a muchos compañeros les molesta la idea de solidarizarse con individuos que en cualquier momento podrían ser enviados a una cárcel. Estarían más que dispuestos a hacer número en protestas contra los “ajustes neoliberales”, pero no quieren ayudar a intimidar a un gobierno democrático en un esfuerzo desesperado para obligarlo a dar protección a delincuentes.

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