sábado, 3 de febrero de 2018

SEÑALES PONTIFICIAS /Vaticano de Hierro

En el peronismo algunos creen ver una luz en Roma, similar 
a la de Perón desde Madrid. Cartas, silencios y el sueño 
del Walesa argentino.

Por Roberto García

El Papa “va a venir cuando se le canten las pelotas”. Este rotundo anuncio, casi sanmartiniano (“cruzaremos los Andes aunque sea en pelotas”, dijo el Libertador), aparece en pintadas de la provincia de Buenos Aires que no responden a organizaciones aledañas de la Iglesia, vinculadas a la catequesis, la oración, procesiones o culto al Señor. 

Al contrario, debajo de la inscripción callejera, como firma, aparece un símbolo político, de recurrente aparición hace más de setenta años como ícono de la resistencia: una P mayúscula dentro de la cavidad de una V corta, como si la letra fecundara a una flor, atrevida explicación botánica a falta de autor. El sello, como se sabe, significa “Perón vuelve” y ha servido como justificativo de acciones, divulgación y sectas partidarias de todo tipo.

Sarcófagos. Esta nueva rentrée facial en el ámbito bonaerense supone otro acontecimiento: núcleos que no ven destino peronista en 2019 y están apartados de la polarizada grieta partidaria –que representan Cristina por un lado, Pichetto y los gobernadores por el otro– persiguen una luz en el Vaticano que, en el siglo pasado, buscaban otros adeptos en Puerta de Hierro. Salir del sarcófago volviendo al sarcófago, típico del mortuorio ritual peronista. Además, esa repetida búsqueda de un tercer peronismo, extensible a otros sectores de la sociedad, pretende que desde Roma se habilite a un Lech Walesa argentino, como hizo Juan Pablo II con el sindicalista polaco para desmontar la administración comunista de entonces. Si uno traslada el fenómeno al Río de la Plata, deberá apuntar a una figura diferente en lo social a Macri, opuesta, ya que el Presidente es considerado un liberal por la cúpula eclesiástica, un enemigo, partícipe de una ideología más peligrosa que el comunismo.

Nadie sabe si habrá cartas como antes desde Puerta de Hierro, grabaciones u otro tipo de mensajería, ni si el presunto emisor romano cobija esta interesada pretensión que ahora se estampa en las paredes de algunos municipios. En el pasado, había viajeros que volvían de Madrid con la voz del General, aunque había un preferido dilecto como disimulado mensajero de Marathon para las operaciones principales: el correveidile secreto era un comandante de Aerolíneas, hombre de Jorge Antonio, casi con inmunidad diplomática. Hoy son muchos los espontáneos y preferidos que visitan al Papa, más intendentes y gobernadores que interpretan sus silencios y gestos, coincidencia en advertir cierta animosidad con Macri (que hasta el mismo Presidente reconoce).

Exilio. Con esa certeza, algunos consideran que Bergoglio puede replicar al Perón del exilio, determinar mandos, sosegar ambiciones, facilitar la unidad en un movimiento y hasta ganar las elecciones de 2019. Curioso sino le otorgan a un partido que en el 45 empezó cediéndole lo que se les ocurriera a los curas para terminar diez años más tarde quemando cruces e iglesias. Ni hablar del Sumo Pontífice, que conoció ese proceso contradictorio y, sin embargo, mantuvo su debilidad peronista.

También hoy, como si nada hubiera pasado en setenta años, los devotos de un tercer peronismo recuperan el signo gráfico del “Perón vuelve para intentar regresar al poder, más allá de si es blasfemia que Bergoglio suplante a Perón”. Cualquiera diría que la larga historia católica ofrece vejaciones más atroces. Asoman entonces otros actores, más noveles. Por ejemplo, personajes como Julián Domínguez, un postergado por Cristina, el gobernador Urtubey, quien fue de favorito a sospechoso para la misma mujer, y Juan Grabois, alguien que dice no ser portavoz del Papa, pero suele hablar como si fuera el Papa. Todos elegibles a la conveniencia del Vaticano por razones diferentes y con un lugar en el corazón del jefe católico. Así lo confiesa un entendido en esas convenciones, el sacerdote Sánchez Sorondo, meritorio para promover este tipo de formaciones. Son, en la medida en que crezcan, ese tercer peronismo diferenciado de los que pernoctan en la desgastada línea Cristina o su sucesor imprevisto, el desbigotado Rossi. Por ahora, esa fracción carece de perspectiva presidencial, si hasta imaginan ensayos tipo Adolfo Rodríguez Saá –como lo acaba de manifestar Amado Boudou–, un veterano de dispar relación con la viuda de Kirchner. En pos de la concordia y la amplitud, debe recordarse que el ex vice nunca habló por su cuenta.

Sea por las pintadas en la Provincia –no olvidar que el ganador de esa interna partidaria luego triunfa en la general–, por las inesperadas expresiones de Boudou u otros desplazamientos, lo cierto es que la campaña 2019 parece adelantarse: quienes la sospechaban ardiendo después del Mundial de Fútbol han recalculado el diagnóstico, como el Gobierno la inflación. Hasta lo confiesa el propio Rodríguez Saá, quien modifica su agenda para el año: se le vino el almanaque encima, no solo por la campaña. Azorados por los acontecimientos aparecen gobernadores y otros peronistas que, desligados de Cristina, confiaban en disponer de seis u ocho meses para negociar con Macri sin complicarse en la campaña posterior. No pudo ser: si hasta el más proclive, el ingeniero Schiaretti, quien se suponía capaz para acompañar a Macri en la fórmula de 2019, debe ajustar planes. Ocurre que su amigo De la Sota también decidió competir como candidato eterno, y lo obliga a modificar sus deseos de asociación, siempre que fuera cierto que el Presidente pensara convocar a un ajeno al Pro para acompañarlo los cuatro años siguientes a 2019.

Apuros. Hasta se apresura el oficialismo: debe corregir encuestas poco favorables, y el propio Macri ha empezado a darse una mano de pintura por adelantado al explicar lo que pretende su gobierno y publicitar logros que a su juicio empieza a obtener en la gestión, tarea que repite a pie juntillas su terceto (Peña, Vidal, Rodríguez Larreta). Aunque lo inunda una duda persistente, reiterada: ir de vuelta con sus propios colores y confrontar al peronismo o adquirir una licencia pasajera para asociarse con una línea interna. No lo hizo con Massa, de lo que está orgulloso, tampoco congenia con los gobernadores del último acuerdo y menos podrá cerrar contrato con una tercera división del peronismo, si toma cuerpo, bendecida por un Papa que siempre le envía señales adversas. Como decía Néstor Kirchner, Macri puede invocar que es “el jefe de la oposición”. Al menos así se entiende su último respaldo manuscrito a Hebe de Bonafini, justo cuando la Justicia tuvo la ocurrencia de exigirle un discreto arqueo sobre actividades comerciales. Solidaridad que expresa una grandeza de espíritu del Pontífice con alguien que más de una vez lo agravió. Y un gesto a favor de ciertos grupos que no se suman a la renovación de abyectas acusaciones pendientes sobre su vida durante el gobierno militar.

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