miércoles, 3 de enero de 2018

Buscando candidato para 2019, el PJ peregrina a Roma como antes a Madrid

Por Sebastián Iñurrieta

No es Juan Domingo Perón. Aunque citan sus enseñanzas tanto como las de aquel. Tampoco está exiliado en el barrio madrileño de Puerta de Hierro. Vive en Roma. No duerme en los 10 mil metros cuadrados de la (hoy parcelada y vendida) quinta 17 de octubre. Descansa en su propio Estado, el del Vaticano. No graba audios en cintas magnetofónicas. Le alcanza con unos tuits. 

Con un PJ que reniega a Cristina Fernández de Kirchner, en la búsqueda de un(a) heredero(a) para la jefatura partidaria, el único que une las variopintas tribus justicialistas parece ser el Papa Francisco. Como las visitas de amigos, aliados y enemigos al líder justicialista desde 1955 hasta el breve y caótico regreso de 1972, el peregrinaje del peronismo millenial debe trajinar ahora mil kilómetros más que el siglo pasado.

Desde un hoy detenido Luis DElía que hizo propias de Jorge Mario Bergoglio sus "Tres T" (Tierra, Techo y Trabajo); como Daniel Scioli, quien fuera su enemigo dentro del kirchnerismo por considerarlo de derecha; pasando por el flamante titular del PJ bonaerense, Gustavo Menéndez, que menciona más al Sumo Pontífice que al creador del movimiento; hasta el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey; la jujeña (con domiciliaria) Milagro Sala; el reclamador de primarias Florencio Randazzo; el camporista Eduardo "Wado" De Pedro; todos se referencian con Perón...y con Francisco.

Cita la doctrina eclesiástica a la par de las 20 verdades justicialistas, el amplio espectro ideológico del PJ: movimientos sociales, sindicalistas de izquierda y ortodoxos (alguno preso ahora, como Omar "Caballo" Suárez"), y la clase dirigencial justicialista, con cargos o desde 2015 desempleados. "El Papa no se mete en la política doméstica", juran los que han ido a verlo. Pero no niegan sus "gestos" de un eximio equilibrista político como Bergoglio que sobrevivió como cardenal al kirchnerismo, al que terminó perdonando como Sumo Pontífice.

Con semejante influencia ejercida, adrede o no, cabe preguntarse por un eventual rol de Francisco en el rearmado peronista para 2019. ¿Puede llegar a bendecir un candidato? A priori, no tanto. Sería "demasiada injerencia", sostienen en el PJ los mismos que están ávidos de saber a quién recibió el Papa últimamente. "A lo sumo podrá dar a entender sus preferencias", admiten otros, evitando precisar que lo que diga o haga (o calle o deje de hacer), alegóricamente, será Palabra Santa.

En el popurrí de aspirantes a conductor del PJ reapareció un Sergio Massa que hoy, reconstruyendo su Frente Renovador, se reivindica peronista. Cerca suyo admiten que no descarta ser el emergente (aún previendo una derrota) de un panjusticialismo opositor, un UNEN 2.0 sin CFK. ¿Lo convalidaría un Francisco que en su papado se cansó de agasajar a un sinfín de políticos menos al tigrense?

"El Papa no mueve más de diez votos en un país", fue la sentencia pública de Jaime Durán Barba días antes del ballottage de 2015. Desde entonces, los comicios parecen darle la razón al gurú comunicacional PRO. Esa sentencia marcó a fuego el prólogo de la tibia relación del Vaticano con la Casa Rosada de Cambiemos. Algo extraño tratándose de un gobierno con medio gabinete, incluyendo al propio Mauricio Macri, educado por curas del Cardenal Newman y con una Elisa Carrió como fiscal moral de la administración (quien casualmente andaría por estos días en Roma).

En el medio, Francisco envía señales incómodas al PRO: como la carta a Milagro Sala o la foto con la familia de Santiago Maldonado. Con la oposición de un kirchnerismo que resulta funcional a la Grieta y un justicialismo devaluado (y en parte, en Marcos Paz), Francisco emerge como el único "peronista" capaz de golpear al macrismo sobre la línea de flotación.

Claro que hay contactos individuales del macrismo con Bergoglio pero la relación intraestatal es apenas "institucional". Mientras el Papa sigue postergando el regreso triunfal a su Patria (ahora viene a Chile y no cruzará la Cordillera). No debería tardar los 17 años que le tomó a Perón.

© El Cronista

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