viernes, 29 de diciembre de 2017

Un gobierno sin costos

En el momento que el ajuste empezaba a tocar zona dura, 
se prefirió licuarlo en la devaluación.

Por Ignacio Fidanza
Macri terminó saldando un debate económico serio que tensionaba a su administración hace meses, pero lo hizo de una manera que provocó un deterioro institucional, en un Gobierno que dice haber llegado para reparar los estropicios que en esa área hizo el kirchnerismo. El presidente del Banco Central fue sometido a un ejercicio público de disciplinamiento que no estuvo exento de cierta dosis de crueldad, un recurso que el poder suele considerar necesario cuando necesita dejar en claro una posición que considera discutida.

Lo hicieron ir bien tempranito a la Casa Rosada, lo rodearon de ministros y le permitieron hablar recién en último lugar y cuando todo lo importante sobre lo que se supone es su ámbito autónomo de actuación, ya había sido dicho.

La fantasía del Bundesbank criollo terminó así en el preciso instante que Macri inicia la segunda mitad de su mandato y -mucho más importante- la búsqueda de la reelección.

Lo que ocurrió este jueves fue trascendente. Macri se corrió varios pasos del recetario neoliberal y del populismo cambiario y forzó un giro económico que busca recuperar competitividad para la economía real. Esta vez pareció atender más a su costado desarrollista, que a nivel macroeconómico tenía bastante abandonado.

Pero claro, como suele hacer el núcleo duro de la Casa Rosada cuando se convencen que tienen razón, en el trajín por limpiar la bañadera se les escapó el bebé. La inconsistencia de las metas del Banco Central, por llamarlas de alguna manera, que cierran el año con un desvío que ronda el 40 por ciento, eran un asunto a atender.

Ante esa disyuntiva, Sturzenegger en lugar de recalcular eligió doblar la apuesta y mantuvo para el 2018 un exigente diez por ciento como  meta anual. Capricho que lo obligó a subir las tasas a un extremo que combinado con el atraso cambiario, dejó la inversión en Lebacs casi como el único negocio legal y rentable de la Argentina.

Macri decidió la corrección de ambas variables y la contracara de ese giro es postergar o atenuar la lucha contra la inflación, una decisión que entraña riesgos importantes. Como el kirchnerismo, Macri empieza a asumir que para ganar elecciones en la Argentina es mejor mantener cierta actividad aún a costa de una inflación alta.

Por supuesto, el Gobierno explicó que no se abandona esa meta sino que se dilata el éxito final. No hay plazos, sino objetivos, fue la idea que regresó la Casa Rosada. La decisión de correr todas las metas justo cuando el ajuste del gasto ingresaba en zona dura, revela otra de las distorsiones argentinas a las que Macri ha sucumbido.

Es menos costoso políticamente disfrazar un ajuste devaluando la moneda, que mantener los precios controlados y aplicar recortes del gasto. La consecuencia es la pérdida generalizada del poder adquisitivo, que golpea primero a los de menores recursos. Pero se evita el mal trago de echar gente, eliminar cargos y bajar sueldos, asesores, secretarias, secretarios, choferes, celulares, cenas, pasajes, hoteles, aviones privados y otras comodidades.

No parece casual que el giro se haya dispuesto luego de la reforma previsional que le costó al presidente alrededor de diez puntos de imagen positiva.

La lógica que se impuso este jueves es la que atravesó la primera mitad del mandato de Macri y que tiene en Marcos Peña a su principal ideólogo: Es posible transitar una salida ordenada del populismo con mínimos costos políticos, si se concentra la atención en una variable, el tiempo.

Peña estira los plazos cuando las decisiones empiezan a volverse insoportables en términos de pérdida de capital político. El rumbo se mantiene, pero se corre la meta. Eso se llamó "gradualismo" al inicio del mandato y ahora que hay que empezar a ocuparse en serio del déficit, mutó en "reformismo permanente". Desde la Jefatura de Gabinete ecualizan así los tiempos del ajuste y cuando "la política" no coincide con los gráficos, la solución es hacer nuevos gráficos.

Macri venía recogiendo en sus partidas de poker y charlas con banqueros como Eduardo Escasany, Gabriel Martino, Enrique Cristofani y Federico Braun, críticas a la política "dogmática" de Sturzenegger. Lo mismo que la mayoría de los sectores productivos. Un malestar que el senador Miguel Angel Pichetto escenificó este martes en el Senado ante la sonrisa contenida del ministro Dujovne, en lo que pareció más un paso de comedia previamente acordado, que la crítica de un opositor.

Pichetto dijo en voz alta lo que Mario Quintana, Luis Caputo y el propio Dujovne comentaban en voz baja. Y argumentos no les faltan.

El problema es que le metieron a la corrección macroeconómica un plus de revancha interna que hizo recordar al despido impiadoso de Prat Gay, sólo que en este caso se cargaron en el proceso el tímido avance que se había realizado en estos dos años en una institución central de una economía moderna: La autonomía del Banco Central.

Macri solía decir en su primer año de presidente que la mayor contribución que podía hacer a la recuperación económica era respetar la autonomía del Central, aunque no siempre coincidiera con Sturzenegger. Que ese sería un mensaje inapelable para los mercados y posibles inversores. Acaso la necesidad de poner proa a la reelección y cierto exceso de corto plazo, le hizo modificar esa convicción.

Lo que guió el giro fue el temor a que un exceso de celo en la búsqueda de un descenso de la inflación, terminara abortando la recuperación de la economía, un escenario poco recomendable si se busca ganar elecciones.

Así como el ajuste del gasto se pateó para después de las parlamentarias de medio término, la baja de la inflación a un dígito deberá esperar a que pasen las presidenciales. Es la lógica que prevalece en un Gobierno que hizo de lo electoral su principal saber.

© LPO

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