lunes, 6 de noviembre de 2017

Macri frente a un conflicto esencial: Justicia, Impunidad y Poder

La detención de Boudou activó un debate denso sobre 
la manera de combatir la corrupción.

Por Ignacio Fidanza
Un conflicto neurálgico empieza a tocar el nervio de la política: la relación del poder con la justicia. 

La desmesura del espectáculo punitivo de un ex vicepresidente arrancado de la cama para ser exhibido descalzo, esposado, en ropa de dormir y con la mirada perdida de un animal golpeado, detonó una carga subterránea.

Macri hasta ahora no tuvo una política judicial. En la intemperie, se limitó a aferrarse a un republicanismo remanido: el gobierno no interferirá con el accionar de la Justicia. Y en todo caso, buscó aprovechar lo que se podía aprovechar. Las fotos y videos del vicepresidente, también de difundieron desde chats del Ministerio de Seguridad.

El problema, obvio, es que no estamos ante un sistema impecable que sufría distorsiones del poder, ahora removidas. Aún en el caso que fuera auténtica la manifestación prescindente del actual Gobierno, su efecto inmediato es liberar de conducción política las peores y mejores prácticas del mundo judicial. El resultado no es necesariamente mejor y no parece casual que en su reciente paso por Buenos Aires, Felipe González advirtiera sobre los riesgos de un gobierno de jueces.

Impunidad, poder y justicia es un triángulo de los más complejos, ante el que sería prudente abandonar la propaladora de lugares comunes que el macrismo aplica cada vez que se tropieza con un debate denso.

Esa liviandad acaso le impidió calibrar en toda su dimensión el fallo Irurzún de la Cámara Federal, que disparó la sucesión de detenciones de los últimos días. Allí, sintetizando, se dispuso que en causas de corrupción, ya no importa si el investigado está a derecho o no hay peligro de fuga, igual se lo puede detener en base a una presunción en su contra: Como funcionario o ex funcionario podría disponer de las relaciones y recursos para entorpecer la investigación. Una presunción que aplica aunque ni siquiera esté procesado, como ocurrió en el caso Boudou. No hay que ser abogado para percibir hasta donde lleva ese razonamiento.

Los actuales ministros de Agricultura, Energía y Finanzas -por citar algunos-, los titulares de la Aduana, la AFI y la Anses, uno de los vicejefes de Gabinete, el secretario de Comercio Interior y otros funcionarios macristas, todos con denuncias por presunta corrupción, podrían ser detenidos mañana mismo, si esto no fuera la Argentina.

Macri y su círculo más cercano tienen frente a este envenenado saludo del futuro, una reacción cultural. Lo que molesta es lo brutal. Prevalece lo estético por sobre lo jurídico o político. El problema es Lijo -por poner un nombre-, que gira sobre si mismo y se ofrece al nuevo tiempo sin discreción. Exponiéndose, pero también exponiendo. Gente bien como el fiscal Plee, con quien a lo sumo se pueden intercambiar sugerencias amables, son un reemplazo ideal para los tiempos que vienen.

O sea, discutimos personas, modos y hasta pertenencia social. Si fuéramos ¿optimistas? podríamos intuir que estamos ante la construcción de una nueva elite. Una generación modernizante, moderada y preparada, que busca retomar el camino de una grandeza perdida en la primer mitad del siglo pasado. Algo de eso trasuntan los discursos de Macri.

Una selectividad moral que se explica en el repliegue de Carrió en su histórico rol de denunciante del poder. Retroceso que incuba la tensión latente al interior del actual proceso: Los detenidos son kirchneristas, pero se trata de apenas una etiqueta de un dilema mayor, cómo se articula el poder con aquellos que deben juzgarlo.

Pero al mismo tiempo es muy propio del PRO, acaso previsible en una fuerza con identidad en formación, creer que los problemas políticos se crean y resuelven abordándolos desde lo personal. Reemplazar un jodido por una divina, puede ser tan saludable como peligroso, según lo que se busque. Porque no se trata de estar cómodo, sino de cómo y para qué, se opera sobre una realidad dada.

Y eso es lo que enfrenta el país, ahora sí, en su más amplio alcance. ¿El Mani Pulite italiano y su remedo brasileño son el modelo deseado de "purificación" de la política argentina? ¿Transitamos una trayectoria similar? ¿Cómo les fue a esas potencias? ¿Qué vino tras la redención?

En un espejo perfecto de ciclos pasados, vimos en las últimas semanas solaparse procesamientos y detenciones de ex funcionarios, con vertiginosos sobreseimientos y faltas de mérito para los actuales. Ya lo vivimos. Con Menem, De la Rúa y Kirchner. No es nuevo.

Son problemas complejos, porque seguir como veníamos tampoco es solución. ¿Quién puede negar el poderoso mensaje que envía comprobar que los intocables también terminan tras las rejas? ¿Pero lo hicimos bien? ¿Es acaso importante hacerlo bien? ¿El modelo es tan sencillo como lo que se ve: Mientras seas gobierno impunidad, luego prisión?

La tentación fundacional y el pragmatismo del día a día, nombre por nombre, son extremos de la misma distorsión. Decir que la raíz es la debilidad de las instituciones, la tranquilidad de un placebo. No hay respuestas sencillas para problemas complejos. Al menos en política.

© LPO

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