jueves, 26 de octubre de 2017

Se enterró la impunidad que acompañó a De Vido

Por Pablo Mendelevich
Lo memorable de este miércoles intenso y agitado seguramente será el fulminante entierro de la impunidad que acompañó a Julio De Vido durante una década. Explosivo por contraste: el superministro de los Kirchner pasó de no ser molestado nunca por los jueces a caer preso por su peligrosidad. Dada su influencia residual, la Justicia lo evaluó capaz de obstruir las causas en las que lo investiga por graves hechos de corrupción.

Obstruir la justicia es algo serio. Basta recordar que fue uno de los cargos por los que se estaba por destituir al presidente de los Estados Unidos Richard Nixon cuando éste se adelantó y renunció.

Pero el momento de la detención de De Vido, atronador por más que se haya privado a los argentinos de ver al más destacado preso del año con casco y chaleco antibalas, no debería soslayar un hecho fundamental, de carácter político, ocurrido cuatro horas antes. No es el desafuero mismo sino la decisión del bloque del Frente para la Victoria de negarse a participar en la sesión en la que se lo discutió.

A esa determinación, que difícilmente apareje una placa en la galería del coraje parlamentario, convendría desacoplarla del análisis aritmético sobre la mayoría calificada que se requería. La trascendencia política no está en la cuenta de los votos sino en la verdadera causa de la deserción. ¿Cuál fue? Que el Frente para la Victoria no tenía argumentos para sostener un debate sobre la corrupción, debate disparado por el Poder Judicial respecto de uno de los diputados más sobresalientes del bloque, el de peor reputación.

Mucho se especuló con la idea de que el kirchnerismo le soltó la mano a De Vido. Claro, parece lógico prestarle atención a la cuestión de la lealtad, no sólo porque el peronismo venera esa virtud con su principal efemérides sino también porque la lealtad, que se presenta en diferentes formatos, tales como la complicidad y la omertá, también es un valor apreciado entre quienes practican la corrupción (si la mención de la omertá, código de la mafia siciliana, suena foránea, hay que preguntarse para qué son entonces el casco y el chaleco antibalas con los que el Estado abriga a los detenidos locales por corrupción).

El asunto de las lealtades quebradas tal vez cobró envergadura cuando en una de sus recientes entrevistas proselitistas Cristina Kirchner respondió que ni por De Vido ni por nadie, salvo por sus propios hijos, ella pondría las manos en el fuego. La pregunta quizás haya sido lo improcedente. Lo de poner las manos en el fuego para responder por la conducta de otra persona viene de los tiempos en que se administraba justicia mediante un hierro ardiente que el acusado debía sostener mientras caminaba. Si resistía era declarado inocente. Hubiera sido más práctico preguntarle a la ex presidenta qué sabe ella, por ejemplo, de los manejos de De Vido con la mina de Río Turbio o acerca de lo que en su gobierno se pagaba por los barcos de gas licuado y profundizar el tema con los datos de la causa. En verdad es poco lo que se sabe sobre los dispositivos de protección recíprocos de la ex presidenta y su ex superministro, tanto actuales como durante su larga convivencia en el poder. Lo cual está vinculado con un misterio mayor, el de lo que uno sabe de lo que hacía el otro. Que cada vez despertará más curiosidad, seguramente, entre fiscales y jueces y que por el momento estimula la imaginación de quienes creen que la traición está a la vuelta de la esquina.

En el terreno político el kirchnerismo venía zafando respecto de cómo explicar la corrupción mediante una combinación de dos respuestas complementarias. Una partía de la contra-pregunta "¿y Macri?". Detrás venían las menciones de los Panamá Papers, el primo Calcaterra, Arribas o cualquier referencia a denuncias efectivamente presentadas y publicadas, independientemente de que hubieran sido desechadas en los tribunales o que hubieran terminado en sobreseimientos. La otra réplica era más filosófica. Sostenía que corrupción hay en todos los gobiernos. Una especie de pretensión de inocencia -y de amnistía- por corrimiento de vara.

Estos recursos diluyentes habrían sido más o menos inútiles en un debate destinado en forma concreta a tratar la situación parlamentaria de De Vido. Frente a la contundencia del reclamo de la Justicia le habría sido muy difícil al Frente para la Victoria defender la conservación de los fueros del diputado imputado (y procesado) sin aparecer defendiendo la corrupción. Un extremo que en la reunión de bloque del martes se llegó a plantear cuando para zanjar los desacuerdos se discutió la posibilidad de aplicar la libertad de conciencia, que es un recurso reservado a temas en los que pueden verse afectadas creencias personales.

Al cabo, las convicciones fueron lo de menos. Los diputados desertores explicaron que no correspondía defenderlas porque la votación igual la perdían.

© La Nación

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