jueves, 12 de octubre de 2017

La maldita soledad de Messi

Por Andrés Corpas

«Debía telefonear a alguien, así que te escogí». David Bowie señaló a cámara mientras canturreaba esa estrofa de Starman. Y millones de personas, sobre todo jóvenes asombrados por ver algo tan impactante en televisión en el programa 'Top of the Pops' justo en aquel momento de aquel día de 1972, le juraron fidelidad eterna. 

Ese hombre de las estrellas bien podría ser Leo Messi, quien no necesita ser el Delgado Duque Blanco para maravillar al mundo con su alucinante actuación y puesta en escena. Eso sí, como si fuera el genial artista, un movimiento de sus pies genera admiración pero nunca indiferencia. Una vez más, y ya van unas cuantas, su talento salvó a una Argentina que le pide el pasaporte cada vez que llega a su propia casa. Mientras él, con sus tres goles sanadores a Ecuador, disipó de nuevo las incógnitas que se arremolinan a su alrededor.

Messi carga en su espalda con el peso del 10, con el lastre de la Albiceleste, con la responsabilidad de reconquistar la gloria perdida, con las comparaciones odiosas con Diego Armando Maradona, incluso con las críticas y opiniones de infinidad de personas, algunas (cada vez menos) muy maliciosas. También, con el miedo a fallar y caer al vacío. Es lo que tiene ser un dios humano. Una bendición, aunque también una maldición. Porque en su caso, el ejército de ángeles que tiene a su servicio hacen todavía más inestable la nube en la que vive. De ahí que, preocupado aunque motivado antes de la final frente a Ecuador, decidió en los días previos a esa cita a cara o cruz aislarse en las instalaciones de Ezeiza junto a Javier Mascherano, rechazando alojarse en el hotel habitual. No atendió a su móvil, no entró en las redes sociales y leyó lo justo la prensa. Sólo tenía una misión. Y la cumplió con creces.

A pesar de ello, tiene mala suerte. No en vano, no está rodeado de un equipo acorde a su calidad como le ha venido ocurriendo en sus mejores años en el Barcelona. Para hacerse una idea, desde su accidentado debut con la selección argentina hace 12 años (vivió su única expulsión), hasta ocho técnicos le han dirigido. Tres en la fase clasificatoria para el Mundial que por suerte ya acabó.

Más detalles: de los compañeros con los que ganó el Mundial sub'20 en 2005, ante Ecuador sólo seguía a su lado Lucas Biglia. Fernando Gago se destrozó la rodilla derecha días antes frente a Perú, en una imagen espeluznante por sus ansias de seguir jugando, y Sergio Agüero se recupera tras un accidente en un taxi. Otro apunte: de los compañeros con lo que conquistó el oro olímpico en Pekín, a la última convocatoria sólo acudieron Gago, Mascherano, Ángel di María, Ever Banega y Sergio Romero. Su generación no da para mucho más. El nivel a su lado es ínfimo.

Bowie era Bowie gracias a su capacidad para absorber ideas fantásticas, pero también por la gente que le ayudó a crear esas alocadas ensoñaciones en fastuosos vestuarios o puestas en escena que pasaban por su cabeza hasta acabar en las pupilas del espectador. Con Messi, el problema es precisamente ése. Es como si tuviera que hacer todo, desde encender los focos del estadio, cortar el césped, pintar las líneas de cal, controlar los tornos de seguridad y vender las bufandas antes de marcar otro hat trick salvador.

Ahí radica parte de su desgracia con Argentina, donde siempre se mira su lugar de nacimiento por aquello de marcharse bien jovencillo a buscar un futuro en La Masia. Aunque también es su alivio. Sin él, es probable que la selección estuviera en lo más profundo de un hoyo.

Tal vez por eso este chico estelar, después de llorar de impotencia tras perder su tercera final consecutiva con Argentina y la cuarta en su carrera, anunció que dejaba de vestir la camiseta albiceleste. Fue el 27 de junio de 2016, minutos después de comer césped en cantidades industriales en la segunda Copa América perdida de forma seguida ante Chile.

«Para mí se terminó la selección. Ya lo intenté mucho, me duele no ser campeón. Me voy sin lograrlo», declaró entonces con la impotencia en los ojos, mirando al suelo una vez más. Sólo levantó un poco la mirada dos años antes para ver la Copa del Mundo en un pestañeo eterno, tras quitarse la medalla de plata del cuello y con la repugnante desgracia en las papilas gustativas.

Sin embargo, Messi siempre vuelve. Como Bowie tras mudarse a Berlín para recuperarse al lado de Iggy Pop, creando una trilogía discográfica para la posteridad. La Pulga suele convertir los interrogantes en exclamaciones. Las dudas en certezas. Si el proyecto de Ernesto Valverde comenzó con la nariz arrugada, él ha conseguido que arquee las cejas. Si nadie apostaba por ver a Argentina con ese equipo que no le llega a la suela de sus botas, él la clasifica para el Mundial. Es un tipo venido del espacio. Tanto, que queda por ver si la cita de Rusia es la última de su carrera. Mejor no afirmarlo aún.

© El Mundo (España)

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