miércoles, 18 de octubre de 2017

La falta de humanidad de unas pocas fotos


Por Nicolás Lucca

Sí, a mí también me llegaron. Sí, también me revolvieron el estómago a pesar de ocho años de ver autopsias y escenas de crimen en primera persona por haber trabajado en la justicia penal. Sí, también tengo mi teoría sobre si estuvo ahí desde hace dos meses o es un cuerpo plantado.

Podría hablar largo rato y dar ejemplos concretos ya ocurridos sobre cómo un cuerpo puede salir a flote luego de estar hundido a causa de los gases de la descomposición, o cómo es que algunas partes se descompusieron más que otras, o por qué no lo vieron antes y ahora sí, y un largo listado de preguntas que nos habríamos ahorrado si no hubiera comenzado todo el asunto con eso de “respetar un territorio sagrado” en un país con un sólo territorio y en el que lo sagrado no importa a la hora de allanar un convento al que se arrojan bolsos repletos de dinero o una congregación donde sacerdotes abusan de menores de edad.

El hallazgo de un cuerpo con intervención judicial siempre es un encontronazo con lo peor. Primero, si hay intervención judicial es porque no se dieron las cosas de la forma que culturalmente tenemos aceptadas este tipo de cuestiones. Creemos idílicamente que una persona debe morir en un lecho, de viejo, y en paz. Si intervino la justicia es porque algo se rompió en el camino, desde un homicidio hasta un infarto en la calle, un choque en una ruta o un ahogo.

Pero siempre hay algo que puede empeorar las cosas y son los que quedaron vivos. Y me refiero puntualmente a quien haya filtrado las fotos que todos vieron y que están circulando por Whatsapp y, por cuestiones de segundos, fueron a parar a las redes sociales.

En el río Chubut, puntualmente en la zona del hallazgo del cuerpo al que sólo le falta un “ok” de la justicia para que podamos ponerle el nombre y apellido que todos ya sabemos, no hay señal de celular. Y si bien había varias personas, mirando las mismas fotos que fueron tomadas se puede saber que, al menos dos, sabían quién estaba tomando las fotos. Es cuestión de dos preguntas para saber quién filtró la documentación que, antes de que los celulares vinieran con cámaras, eran exclusivas de los expedientes judiciales y, por decoro, generalmente eran cubiertas dentro del mismo expediente para evitar tener que verlas cada vez que se trabajaba en una causa.

Quien las haya filtrado posee la misma pulsión de fama que todos los que también las hicieron circular a personas que no son peritos, no son periodistas ni  están abocados al asunto. Y lo hicieron con la misma ilusión: sentir que dieron una primicia, sentir que fueron partícipes de algo que no hicieron. Quien las haya filtrado a su primer contacto porque quiso o porque las vio por ahí, contribuyó una vez más a que una oleada de sujetos con título otorgado por la Escuela de Detectives de Facebook esté elaborando sus conjeturas con el rigor científico que da decir cosas en redes sociales desde la comodidad de un teclado virtual. Preferentemente, en mayúsculas.

Pero, principalmente, quien las haya filtrado perdió de vista algo superior a todo y que poco tiene que ver con la solidaridad, sino con el egoísmo más narcisista: creer que a él no le puede pasar lo mismo, que su vida terminará con tranquilidad en un lecho y que sus fotos no terminarán en los celulares de todos, entre videos pornos y fotos de gatitos.

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