miércoles, 11 de octubre de 2017

Estrellas

Por Manuel Vicent
Si los peregrinos jacobeos medievales hubieran sabido que la Vía Láctea o Camino de Santiago lejos de señalar una ruta mágica hacia el fin de la tierra, realmente tenía la forma helicoidal, como de un platillo volante giratorio, nunca habrían acometido ese viaje iniciático ante el temor al vértigo y a la desorientación. Si aun hoy los peregrinos europeos que atraviesan Roncesvalles o los ibéricos que transitan por la Ruta de la Plata o el Camino Portugués supieran que la Vía Láctea pudiera ya no existir en la realidad, tal vez no se moverían de casa.

De hecho, pese a que la seguimos contemplando con emoción en las noches claras puede que la Vía Láctea se haya extinguido hace muchos años, el tiempo en que su luz ha tardado en llegar a la Tierra aun cuando su combustible se haya agotado y esa parte del universo esté ya a oscuras. Esa es la posible ficción cósmica en que vivimos.

Si la Vía Láctea puede que ya no exista y todas las luces que observamos en el cielo de noche son ilusorias, ¿qué pasa con esa estrella de la bandera cuatribarrada que marca la ruta delirante de los peregrinos catalanes hacia la independencia? Hay que preguntarse a qué clase de agujero negro nos aboca esa luz confusa y vertiginosa.

Si mañana se declarara la república independiente de Cataluña muchos catalanes, creyéndose libres y soberanos, se levantarían de la cama confiados en que la independencia iba a mejorar sus vidas, pero la mente deslumbrada y el corazón inflamado de amor a su patria les impediría saber que detrás de ese sueño solo existe la oscuridad, y al final, llenos de frustración y melancolía en medio de una violenta fractura social entre hermanos, deberían enfrentarse a la rutina gris de todos los días, mientras el Sol, la única verdad que da la vida, saldría en punto como siempre por el Empurdá y se pondría por Finisterre.

© El País (España)

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