viernes, 18 de agosto de 2017

Militantes

Por Nelson Francisco Muloni
Resultan, aún hoy, conmovedoras las palabras de aquellos que renovaron la estirpe del verdadero corazón humano en el sostenimiento de una idea, de una convicción, de una fuerza, cualidades todas, claro, enmarcadas en la nobleza de la lucha solidaria. Fueron libertadores, pensadores, artistas, estadistas. Una “epopeya del corazón”, diría el poeta. O el corazón épico. La seguridad de la razón y la labor de las vísceras.

Porque se trata de eso: acciones colectivas. Militancia. Con rumbos de manos extendidas. Y corazones abiertos. Desde partidos políticos. O espacios sociales. Y hasta individualmente (ardua lucha ésta última), como supieron hacerlo aquellos emblemas que hoy enaltecen la condición humana en cada lugar del mundo. Libertarios de la conciencia.

Siempre, en el militante, se habla de compromiso. Debe hablarse de compromiso. So riesgo de enancarse en las turbulentas aguas del fanatismo. Y la vergüenza. O la destrucción. Como los cánceres que hoy arrastran vidas sin otro sentido que la vesánica adoración de dioses propios o la repulsión a los ajenos, qué más da.

La militancia es objetivo. De libertad. De vida. “Y somos militantes de la vida”, dice Mario Benedetti en simples pero hermosos versos tras explicar que “cantamos por el niño y porque todo / y porque algún futuro y porque el pueblo / cantamos porque los sobrevivientes / y nuestros muertos quieren que cantemos”.

Que es un canto, la militancia. Un canto que conmueve. Hugo Guerrero Marthineitz diría que “si el canto conmueve, entonces es humano”. Y es humana la militancia. Hacia adelante, siempre. Hacia los horizontes que nunca llegan. Es decir, hacia las utopías. Que son maravillosas. Como la libertad.

Cuando el trabajo es simple precio salarial, aunque honrado, no es militancia. Porque ésta supone otros valores. Aún sin salario. Aún en la penuria. Con la escasez a tarascones en nuestra piel. Que no vencida, sino militante.

Por eso desprecio a los advenedizos. A los que, a sabiendas de que lo son, insisten en postularse desde la infamia. Con la testuz inclinada ante los poderosos. Con el único objetivo de una poltrona de indignidad.

Por eso mi homenaje a los militantes. De cada vertiente. De cada hechura. De cada fibra. A los que cruzan las calles llevando, como lo hicieron siempre, sus voces partidarias. A los que giran en las plazas clamando por justicia. A los que dejan su vida, día a día, por los niños depauperados por el hambre y el desamor. A los que buscan la verdad entre los estropicios de las decadencias. A los que siempre luchan contra el riesgo de la mediocridad. A los íntegros.

En fin, lo de Benedetti:

“cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.”

© Agensur.info

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