viernes, 11 de agosto de 2017

Con la lengua afuera

La apuesta a la polarización convirtió en dramática 
una elección que no lo era.

Por Ignacio Fidanza
En los últimos cien metros el alma le volvió al cuerpo al Gobierno. Esteban Bullrich acortó la distancia con Cristina Kirchner según las últimas encuestas y no está descartado que gane. 

Tampoco que la ex presidenta agrande la diferencia y se vuelva inalcanzable. De esperanzas también se vive.

Pero olvidemos por un momento la pasión resultadista y analicemos la estrategia. Durán Barba diseñó una llave mágica: la polarización. Confrontando con Cristina los nuestros se ven más lindos, la gente se olvida de la economía y discute pasado o futuro, honestos o corruptos. Además, se divide al peronismo y así Massa no se lleva todo y termina ganando, no sólo ahora sino que queda como presidenciable fuerte.

Es tan sencillo de criticar como de entender la obsesión del Gobierno con Massa. El peronismo unificándose detrás de una variante racional, con base en el territorio que concentra el 40 por ciento del electorado, alimenta el fantasma de un jaque mate.

Por ese lado, puede decirse que la estrategia tuvo un éxito moderado y habrá que esperar el resultado de la elección para terminar de dimensionarlo. Si el líder de 1País supera el 20 por ciento seguirá vivo, al menos como potencial amenaza. La hipótesis sobre la que se empieza a trabajar en el peronismo de una primaria con el salteño Juan Manuel Urtubey, es una opción abierta.

Urtubey mantiene con Massa una pulseada central en torno a Córdoba. José Manuel de la Sota está alineado con el hombre de Tigre, pero el ascendente vicegobernador Martín Llaryora tiene línea directa con el salteño, igual que la fueguina Roxana Bertone, hasta ahora la más comprometida con su candidatura. La apuesta de Urtubey es lograr que Juan Schiaretti sea el gran articulador de su proyecto presidencial, que logre encolumnar a la mayor cantidad de gobernadores. Se verá.

El lado B de la apuesta por la polarización es evidente, basta mirar la evolución del dólar en la última semana, que obligó al Banco Central a quemar 1600 millones de las reservas. El sensor más fino para detectar problemas en la Argentina es la moneda estadounidense. Si se escapa y centraliza la agenda es señal que el Gobierno está haciendo algo mal, por acción u omisión. Con culpa o sin ella. No tiene importancia discutirlo.

Si Cristina termina ganando las elecciones el macrismo habrá logrado atenuar la amenaza de Massa a cambio de instalar una mucho más grave: el regreso de la ex presidenta al poder. ¿Quién puede creer que si triunfa no se tentará con intentarlo?

Y es ahí donde la estrategia oficial revela su costado menos encantador. La Argentina necesita como el agua un acuerdo político que la estabilice, en un sendero de desarrollo posible. Eso implica trabajar para que las alternativas compartan un marco de valores o al menos el diagnóstico de los problemas. Es acaso esa la tarea más importante de un gobierno de transición. Una categoría que Macri encarna por definición, al ser el hombre al que le tocó suceder a un régimen populista agotado.

Esto no significa que su rol en la política deba consumirse en un mandato, sino algo mucho más importante que los años que le toquen en la Casa Rosada: La certeza que su tarea desborda la política clásica de competencia por ganar y mantener el poder, para ser una pieza clave en la edificación de un nuevo sistema.

La pregunta más importante es si Macri está dispuesto a ser Adolfo Suárez, el hombre que sacó a España de las catacumbas del franquismo y la metió en un camino de democracia y modernidad económica, que se extendió por tres décadas. Si la respuesta es positiva, la política tiene que volver al centro de la escena y es tiempo que Durán Barba se tome unas merecidas vacaciones.

Es bastante obvio que el consultor ecuatoriano ya dio lo mejor de sí. Llegar con la lengua afuera a una elección de medio término que no representaba mayor desafío que ganar o perder un puñado de legisladores, que no van a cambiar nada en términos de mayorías, no parece un trabajo excepcional. En el camino, Macri logró enojar a los que estaban para acordar, como su amigo el gobernador de Córdoba.

Y así terminamos celebrando como el gran triunfo cultural de esta campaña, que la gobernadora de Buenos Aires haya apabullado a un panelista de televisión, que se supone representa al kirchnerismo.

Si Cristina gana, el país, no ya Cambiemos, tendrá un problema que no tenía. Hasta hace apenas cuatro meses no quería saber nada con volver a competir por un cargo. Y si pierde por un par de puntos, el riesgo será apenas menor. Ese fue el gran aporte de la polarización que idearon en la Casa Rosada.

© LPO

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