lunes, 2 de enero de 2017

Una decisión que potencia el 'simarquismo' y concentra el poder

Por Giselle Rumeau

Fue un clásico de la campaña presidencial. Todas las expectativas de los periodistas estaban fijas en le misma dirección: saber quién sería el futuro ministro de Economía de Mauricio Macri si ganaba las elecciones. Y todas las apuestas se concentraban en dos personas: los economistas Alfonso Prat-Gay y Rogelio Frigerio. 

Sus voceros juraban en voz baja que ninguno quería ese puesto, no tanto por el espanto a la pesada herencia del kirchnerismo como por sus ambiciones políticas. Los dos quieren ser presidentes y los dos tienen juego propio. Cuando Cambiemos ganó, Prat Gay quiso ser canciller. Frigerio tuvo más suerte. Al ministro del Interior, la mesa chica del Gobierno aún lo necesita. Está cargo de la relación con las provincias y los gobernadores, algo que ha sabido hacer con habilidad. A Prat-Gay ya no.

Nadie duda en Balcarce 50 de que el trabajo del ministro saliente para desactivar la bomba de tiempo -salida del cepo y del default- se hizo muy bien. Pero los desplantes que le propinaba al jefe de Gabinete Marcos Peña y su negativa a trabajar en equipo o, mejor dicho, a recibir órdenes, terminaron por exasperar los nervios de los popes del Gobierno.

En ese punto, la salida de Prat-Gay no tiene que ver con la intención de achicar el déficit fiscal, que en rigor fue engordado por la decisión política de comprar la paz social a fin de año y que según el economista Javier González Fraga costó 2.5 puntos del Producto Bruto Interno (ver aparte). Su reemplazo no buscó otra cosa que disciplinar a la tropa y concentrar el poder económico en el Presidente y en Peña, junto a sus coordinadores del Gabinete, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. O en lenguaje corriente, potenciar el sinarquismo.

"Esto es Maquiavelo puro. Le cortaron la cabeza al ministro más importante para la gente", le dijo a El Cronista un integrante del Gobierno que suele cuestionar las prácticas de Peña, siempre en voz baja. La división de la cartera de Hacienda y Finanzas, que agrandó aún más la atomización del Ministerio de Economía hoy dividido en ocho- no hace más que aumentar el poder del jefe de Gabinete. Por caso, Peña le está buscando a Luis Caputo flamante ministro de Finanzas- un jefe de prensa para poder manejar también la comunicación financiera.

En ese punto, el argumento de que el Gobierno no necesita de superministros es hoy una verdad a medias. Si hay un ministro superpoderoso en el equipo, ese es Marcos Peña. Que nadie se atreva ahora a decirle que no.

Cuando estaba al frente de la secretaría General de la Ciudad, Peña supo manejar con pericia ese papel de superfuncionario. La mayoría de los ministros le temían y cumplían sus órdenes a rajatabla. Pero en la Casa Rosada las cosas se le complicaron. Por obra de las clásicas internas, los egos y la variedad política de sus miembros, no todos le respondían como él estaba acostumbrado. Prat Gay era el menos dócil. Tenía agenda propia. Solía hacer declaraciones sin pasar por el filtro del jefe de Gabinete. Ni siquiera le contestaba el teléfono. "Sólo hablo con el Presidente", era su muletilla preferida. Como si fuera poco, el ministro saliente había decidido no acudir a las reuniones de Gabinete que encabezaba Peña cuando no estaba el Presidente, y en su lugar enviaba a su secretario de Hacienda, Gustavo Marconatto. Un funcionario que la mesa chica nunca aprobó por su procedencia del kirchnerismo.

Con su experiencia política a cuestas, y acostumbrado a no recibir órdenes, Prat-Gay nunca terminó de aceptar el modelo del management empresario que guía al macrismo como palabra santa. Se trata de una lógica distinta a la de la política tradicional. Por caso, el peronismo nunca hubiera despedido a su ministro de Economía en Navidad. Hay un dueño y un CEO. Y los gerentes obedecen.

El operativo para reemplazar a Prat-Gay llevaba varios días de preparación en Balcarce 50 pero se adelantó ante la certeza de que el ministro saliente iba a pegar el portazo en enero. Tenía que ser Macri quien le pidiera la renuncia para demostrar que maneja al Gobierno con mano de hierro. Y el momento elegido entre Navidad y Año Nuevo buscó que el impacto en los mercados sea menor. Si no se tomó la decisión antes -dicen- fue porque esperaban la sanción de la reforma al impuesto a las ganancias y del presupuesto nacional, y las cifras del blanqueo. Peña se encargó de acelerar el proceso.

Este politólogo de 39 años es de los pocos hombres que más influyen sobre el Presidente a la hora de las decisiones clave. Además de coordinar la relación con los ministros, se encarga junto al asesor ecuatoriano Jaime Duran Barba de ordenar qué se dice y cómo en la comunicación del Gobierno. En resumen: todo debe pasar por él. Ahora, también tendrá poder sobre la economía. A causa de su dominio, algunos funcionarios son irónicos en los pasillos de la Casa Rosada: "En cualquier momento, Marcos va a sacar un comunicado ratificando al Presidente", dicen. Eso sí, siempre en voz baja.

© El Cronista

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