martes, 3 de enero de 2017

PERFILES / SIGMUND FREUD

El psicoanalista y su fantasía sexual

Sigmund Freud: El sexo y las neurosis represivas.
Por Susana Moo

Si aceptamos el supuesto freudiano que afirma que “la civilización se ha edificado en gran medida sobre energía erótica bloqueada, concentrada, acumulada y desviada” no debe resultarnos extraño que uno de los tipos que más ha ayudado a la humanidad a entender el importante papel que la sexualidad ejerce en nuestra vida —y el tremendo daño que causa la represión sexual— fuese un reprimido de órdago.

Sigmund Freud (1856-1939) ya de chaval era mojigato, inexpresivo, proclive a censurar, uno de esos cerebritos que sólo en lo intelectual encuentran un consuelo. Hasta tal punto no permitía que sus emociones fluyesen que le desagradaba la música y, siendo el mayor de seis hermanos, la prohibió en su casa. Sin otro afán más que el estudio, creció entre libros, fue el primero de clase en el colegio, en el instituto, luego en la facultad de Medicina. Un prototipo de macho alfa que centró su energía en la investigación neurológica con un claro deseo de sobresalir, ser admirado y recordado en los anales de la historia.

A los 26 años tuvo un flechazo. La afortunada: Martha, una joven refinada, maniática de la limpieza, con la que mantuvo un noviazgo largo y casto. En aquellos años, para Freud el sexo estaba asociado a la culpa:

La muchedumbre da rienda suelta a sus apetitos, y nosotros nos privamos de tal expansión. Nos reprimimos para mantener nuestra integridad y economizamos nuestra salud, nuestra capacidad de disfrutar con las cosas, nuestras emociones; nos ahorramos a nosotros mismos para algo, sin saber realmente qué. Y ese hábito de represión constante de los instintos naturales nos presta la cualidad de refinamiento [carta de Freud a Martha, 1883].

¿Refinamiento? Más tarde postuló que la represión sexual es la causa de todas las neurosis. Él mismo era un poco neurótico, se preocupaba sin razón por la salud de Martha. Se atormentaba pensando en la posibilidad de que sus ojeras y palidez fueran consecuencia de los abrazos que se daban… aunque llegaron vírgenes al matrimonio.

Fue un novio y luego un marido celoso y posesivo que dio con la mujer perfecta porque Martha fue siempre obediente y sumisa, dedicada toda su vida a arropar a su marido en las cosas prácticas, madre de sus hijos y ama de casa eficaz con la que, no obstante, no compartió su pasión intelectual.

¿Qué contar de sus relaciones sexuales? Ni fu ni fa al principio, y pronto el interés sexual declinó. En varias cartas aludió a su escasa actividad sexual, habló de impotencia o de incapacidad para alcanzar el placer. “La excitación sexual ya no tiene ningún valor para mí”, dijo en 1897. Luego teorizó sobre el asunto:

Recordaremos, ante todo, que nuestra moral sexual cultural restringe también las relaciones sexuales dentro del matrimonio mismo, obligando a los cónyuges a satisfacerse con un número muy limitado de concepciones. Por esta circunstancia no existe tampoco en el matrimonio una relación sexual satisfactoria más que durante algunos años, de los que habrá que deducir aquellos periodos donde la mujer debe ser respetada por razones higiénicas. Al cabo de estos tres o cinco años el matrimonio falla por completo en cuanto a la satisfacción de las necesidades sexuales […] es así el destino de la mayor parte de los matrimonios, que encuentran de nuevo los cónyuges transferidos al estado anterior de su enlace, pero tanto más pobres cuanto que han perdido una ilusión y se encuentran sujetos de nuevo a la tarea de dominar y desviar su instinto sexual.

Sigmund y Martha tuvieron seis hijos y con el matrimonio convivió la hermana soltera de Martha, con la que el inventor de la cura a través de la palabra hablaba más, daban juntos largos paseos y compartía con ella sus reflexiones. Se especuló mucho sobre si hubo lío entre ambos. No lo creo. Resulta inverosímil dado el conservador concepto familiar de Freud, de Martha y posiblemente de la cuñada. Freud, que llegó a decir “Estoy a favor de una vida sexual infinitamente más libre aunque yo, por mi parte, he hecho muy poco uso de esa libertad”, nunca abandonó premisas de represión en su vida íntima y tampoco en su práctica psicoanalítica. Tenía cierta tirria a las manifestaciones afectivas, creía, por ejemplo que acariciar a los bebés era una forma peligrosa de estimulación sexual precoz, y consideraba nociva la masturbación, un vehículo de efectos patogénicos. Apenas habló de su sexualidad privada, pero en sus libros y apuntes puede leerse entre líneas sus propias vivencias. Su metodología psicoanalítica casaba como anillo al dedo con su personalidad parapetada. El diván le resultaba cómodo porque no soportaba el contacto visual con los pacientes, su función se limitaba a interpretar las producciones inconscientes, una tarea eminentemente intelectual.

Freud realizó un profundo ejercicio de introspección para elaborar sus tesis y también consintió que algunos de sus colegas le analizasen, pero cuando se acercaban demasiado cortaba la terapia, temeroso de que llegasen a algún aspecto de su psique que no deseaba saliese a la luz.

Ha corrido tinta sobre si ese tabú sexual tendría que ver con ciertas tendencias homosexuales. Lo cierto es que a lo largo de su vida tuvo una sucesión de amigos íntimos, con los cuales mantuvo copiosas relaciones epistolares. Muchas de esas cartas se conservan y resulta sorprendente con el apego que les habla, él, que era tan circunspecto en el trato personal. A veces se expresa como si se tratase de una relación amorosa, muy especialmente con Fliess, un terapeuta charlatán con visos de curandero milagroso, al que le dice cosas como

no he tenido otro recurso que la memoria para reconstruir la hermosa noche que te vi […] La gente como tú no debería morir, querido amigo; todos necesitamos demasiado a la gente de tu especie. Cuánto te debo: consuelo, comprensión, estímulo en mi soledad; gracias a ti mi vida ha adquirido un sentido, e incluso me has hecho recuperar la salud como nadie podría haberlo hecho. Ha sido principalmente gracias a tu ejemplo que yo he ganado la fuerza intelectual necesaria para fiarme a mis juicios, aun cuando me dejan solo, y, como tú, he aprendido a enfrentarme con mayor humildad a todas las dificultades que pueda depararme el futuro. Por ello ¡acepta mis humildes gracias! Sé que tú no me necesitas tanto como yo a ti, pero también sé que tengo un lugar asegurado en tu corazón.

Freud explica la homosexualidad como un narcisismo, cuando los jóvenes buscan alguien como ellos para amarlos como sus madres los amaron a ellos:

La homosexualidad no es una ventaja, pero tampoco es algo de lo que uno deba avergonzarse; un vicio o una degradación, ni puede clasificarse como una enfermedad. Nosotros la consideramos una variante de la función sexual, producto de una detención en el desarrollo sexual. […] Muchos individuos altamente respetables, de tiempos antiguos y modernos, entre ellos varios de los más grandes (Platón, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, etc.) fueron homosexuales. Es una gran injusticia perseguir la homosexualidad como un crimen y es también una crueldad.

Yo me uno a los biólogos que consideran que el secreto mejor guardado de Freud tenía que ver con ciertas tendencias homosexuales, concretamente creo que en sus deseos rondaba la fantasía de sexo oral con otro hombre. No creo, sin embargo, que se permitiese llevar su fantasía a la práctica, más bien opino que luchó contra ella con todas sus fuerzas conscientes y que no se concedió gozarla ni allá en el fondo de sus pensamientos, ya que consideraba que la mayor amenaza que puede asolar a un hombre es la libido homosexual.

Una de las conclusiones a las que llega Freud en el controvertido análisis de su paciente Dora fue la que me dio la pista sobre ese presunto anhelo sexual/oral de Freud. Dora era una joven que padecía rasgos histéricos, afonía y tos nerviosa. Freud determinó que sus padecimientos eran reflejo del ansia reprimida de practicar sexo oral, lo cual parece descabellado [ver el caso Dora] y tiene toda la pinta de ser un lapsus freudiano que habla más de lo que el psicoanalista tenía en la cabeza que de la chica afónica.

Además Freud fumaba puros como un carretero, lo cual no sería significativo si él mismo no hubiese postulado que fumar es un sustituto sexual. No especificó que se trataba de un sustituto de sexo oral pero parece evidente. Y bueno, ¿es rizar el rizo suponer que el cáncer de boca que sufrió fue una somatización de la culpa por sus vergonzantes deseos sexuales?

Bibliografía
Louis Breger, Freud, el genio y sus sombras, Barcelona: Javier Vergara Editor, 2001.

© Revista Replicante / Agensur.info

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