martes, 24 de enero de 2017

Hipocresía For Export

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Que Trump es kirchnerista, que Trump es tan sólo un populista –el kirchnerismo sería un populismo con un máster–, que Trump es un facho, que Trump es misógino, que Trump es xenófobo, que Trump es intolerante, que Trump es un burro, que Trump piensa gobernar sólo para Estados Unidos. 

Es bien sabido que el argentino necesita de chivos expiatorios constantemente, pero no deja de resultar curioso que a ambos lados de esa garganta del diablo que algunos han dado en llamar “grieta” existan sujetos que ponen en el presidente de los Estados Unidos la representación de todos los males por venir. Minority Report edición internacional redactada y publicada por quienes en las últimas semanas afrontaron conflictos del primer mundo como una matufia de vendedores ambulantes con los papeles tan en regla como un Duna de remisería del segundo cordón del conurbano.

Nos pasamos 2016 discutiendo si está bien pagar por un servicio lo que el servicio cuesta, pero creemos estar a la altura suficiente –me incluyo– como para juzgar a un mandatario extranjero que, entre los quilombos a resolver en lo inmediato, cuenta con los loquitos de Estado Islámico, y un conflicto comercial internacional con los chinos, los mismos que en vez de traernos inversiones nos pusieron una base militar. Nosotros, que nuestra hipótesis de conflicto bélico más alta es una guerra de porongazos con los uruguayos por la devolucióin del IVA al turismo, creemos tener la altura moral para criticar qué debería hacer Estados Unidos, los centinelas de la paz europea de los últimos 100 años, frente a conflictos que no entendemos ni dimensionamos, pero que también suponemos que podemos resolver pidiendo que liberen Palestina, u organizando campañas de rezo para frenar la “intolerancia” frente a fanáticos religiosos que si nos tuvieran en frente nos decapitarían por infieles.

En un país en el que explicamos a nuestro verdulero por qué habría que enviar a todos los bolivianos a su país, nos enoja la xenofobia de un tipo que se casó con una europea del Este, que para un norteamericano es sinónimo de pornografía barata y prostitución por veinte centavos de dólar. Quizás estemos hablando de un xenófobo, o de un mataputos, o de un misógino, o tan sólo de un pelotudo. Pero convengamos que mirar para allá desde la Patria que se presentó como potencia petrolera-industrial y hoy depende de la venta de limones, es ponernos una camiseta que nos queda un poquito grande.

Causa ternura ver la empatía automática del niunamenismo con la marcha de Madonna en Estados Unidos, un país que tiene una tasa de femicidios dos puntos por debajo de la Argentina. Y eso que cuesta encontrar los datos: allá no discriminan y a los femicidios les dicen homicidios. Causa ternura porque han sido tan turros como en Argentina. Acá se organizó la primera marcha al Congreso Nacional, donde se había aprobado un paquete de leyes a favor de la protección del género. Se cuidaron enormemente de no cargar contra la responsable de no reglamentar las leyes, esa que tenía su despacho en la otra plaza a diez cuadras, la misma que le prometió a la Iglesia que nunca legalizaría el aborto. Y después dicen que no cumplió ninguna promesa.

Todos emocionados por lo épico de una marcha por derechos civiles que nadie tocó –aún no sabemos si por falta de voluntad, porque no le interesa tocarlos, o por una mera cuestión de tiempo– y pocos se detuvieron a pensar quiénes eran los organizadores: una mujer que milita por el mundo exigiendo la libertad de lo que ella define “presos políticos” –incluyendo a etarras y otros partidarios del debate ideológico de las bombas asesinas–, otra que destaca los lados positivos de vivir bajo la Sharia, como que no te cobran intereses por los préstamos. Porque lo que importa en esta vida no es tener la libertad de casarte con quien quieras, acostarte con quien se te dé la gana, educar a tus hijos como se te antoje o llegar a vieja sin que te lapiden porque otros tipos te violaron: lo que vale es el Ahora 12.

Lo ridículo es que Linda Sarsour –la activista pro sharia en cuestión– recibió muestras de apoyo en las redes sociales con frases como “Si se meten con Linda se meten con todos”, “Si la tocan a Linda vamos a la guerra” o culpan de los ataques a un ejército de Trolls. Seguramente responden a Marquitous Phenia.

Ya que estamos, no quiero olvidarme de conceptos tales como tolerancia religiosa, otro ítem que nos puso los pelos de punta por la mentalidad norteamericana, cuando vivimos en un territorio en el que todavía quedan eunucos emocionales que afirman que el genocidio judío no fue para tanto. Tampoco exageremos: habrán sido seis millones de judíos, cinco millones más entre putos, gitanos, negros y opositores, pero pasó una sola vez. Un error en caliente lo comete cualquiera.

En esta insoportable levedad del ser occidental, deberíamos replantearnos qué cosas toleramos por cuestiones culturales y con cuáles otras cosas nos hacemos bien los pelotudos. Ver a boludas ponerse una bandera como velo en señal de resistencia es un insulto a cualquier resistencia: en Irán llevan 37 años protestando contra el uso obligatorio del hiyab en la mujer. Me pregunto en qué punto la exigencia de derechos de la mujer y del respeto cultural a la sharia pueden coexistir, cuando son países en los que la mujer tiene que pedir permiso al marido o al padre para cruzar una frontera, lugares donde si tuviste la desgracia de nacer con un faltante entre las piernas no podés postularte para una carrera judicial o presidencial, donde el testimonio judicial de una mujer vale la mitad que el de un hombre porque “son muy emocionales”, o donde una mujer tiene por destino la horca si se descubre que fue infiel.

Estimados: si es cultural, no tiene nada que ver con mi cultura.

Pero la tenemos clarísima y analizamos lo que pasa en Estados Unidos desde el país en el que le tememos a las lluvias. Es ese síndrome futbolero que aplicamos para todo, donde un obeso cuyo último desempeño deportivo constó de un récord barrial en deglutir pizzas se siente autorizado para putear a Messi por no ganar una Copa Mundial para que nosotros, que no hicimos un choto por él ni por ningún otro futbolista, podamos agrandarnos un poquito más.

La hipocresía a flor de piel de nuestra idiosincrasia la podemos notar a cada paso que damos por la calle. ¿Cuántas infracciones a alguna ley contabilizamos de una esquina a otra? El problema es que después vemos nuestra realidad y ni siquiera podemos arriesgar que los resultados están a la vista, dado que no puede haber resultados si no se hizo nada. Una buena: que no tengamos laureles para mostrar tiene lógica, ya que estamos tanto tiempo demostrando nuestros conocimientos de qué se debe hacer que nos cansamos antes de comenzar a hacerlo.

No quiero dejar pasar la oportunidad de recordar a ese hermoso submundo al que circunstancialmente (no soy, trabajo de) pertenezco: el periodismo. En Argentina pasó de moda esto de mandar corresponsales a países que no gravitan en los intereses mundiales, como Estados Unidos o Alemania. Creemos que alcanza con replicar lo que publican los medios de allá, que tienen los mismos vicios que nosotros. Por eso fue “sorpresivo” la derrota de Hilaria Clinton, a pesar de haber perdido pornográficamente en Arkansas, el Estado donde los Clinton gobernaron por décadas.Y no escarmentamos: sólo así se explica que se publique como notón a la primera mujer que se va de Estados Unidos “para no convivir con la xenofobia de Trump”. Detalle: la mina es republicana y residía en Houston, Texas, donde la xenofobia se mide en cuantos frijoleros cagas a trompadas. La gringa no se fue a vivir a México, sino que eligió Madrid –hipócrita, no boluda– para lo que tuvo que tramitar la migración en el consulado, exactamente el paso que ningún inmigrante ilegal realiza. Una a favor: cumplió con su palabra y se tomó el palo.

Para no sentirnos tan mal, es bueno destacar que las pelotudeces que estamos viendo en Estados Unidos demuestran que idiotas hay en todas partes del mundo. Quizás no en todos lados se pueda llegar al paroxismo de tener un Nicolás Del Caño declarándole la guerra formal a Donald Trump con el poder de fuego de los panes rellenos, pero allá también compiten por cuánta gente llevaron a la plaza. Y sí, también tienen el resistiendo con aguante y fondos: entre los convocantes a la marcha se encontraron 59 fundaciones de derechos civiles financiadas por George Soros, el rey de la especulación financiera que canaliza sus culpas poniendo guita en organizaciones que no aportan nada productivo. La periodista del hallazgo es Asra Naromi. Para desgracia de los que siempre tienen algo para agregar, Naromi es inmigrante, mujer y musulmana.

Todas estas cuestiones no hacen más que disparar la duda de qué mierda pasa por la cabeza de gente que tiene todas sus necesidades básicas satisfechas.

Tienen poder de fuego porque la lástima garpa. No genera el mismo impacto juntar firmas para una ley de educación en la planificación familiar en la que se enseñe que no se debería tener más hijos de los que se pueden mantener, que hacer la misma petición para darle de comer a los catorce hijos del hombre que vive en la calle y sigue teniendo pibes. La primera opción es un abstracto, la segunda tiene caras. La primera nos aburre, la segunda dispara el mecanismo de culpa inconsciente de no haber querido comprometernos antes. Como no podemos culparnos a nosotros mismos ya que atenta contra el instinto de supervivencia del biempensante, culpamos al sistema, el mismo que nos permite satisfacer todos nuestros caprichos. Nunca pensamos cómo hicimos.

La corrección política nos va a aniquilar con tanto poder que dejará a la gran extinción del Pérmico al nivel de una fiesta de primera comunión. Ejemplos sobran. En los últimos dos siglos la población mundial se multiplicó por siete. Nunca hubo tantas campañas de denuncia por el hambre en el mundo. Sin embargo, mientras se viraliza que sólo ocho personas tienen la misma cantidad de dinero que el 50% de la población mundial, lo cierto es que nunca jamás en la historia de la humanidad la tasa de pobreza estuvo tan baja como ahora. Nunca. Repito: nunca. Posta. Denserio.

Quizá el problema radique en las ganas de formar parte de algo superior. Si además es buenista, el combo es imbatible. Es el “tengo un amigo judío” llevado a un extremo único. Es la comodidad de sentirnos incluyentes con quienes no tenemos intenciones de ayudar a mejorar sus vidas. Allá, con las mujeres musulmanas a quienes no conocen y creen que es cultural que vivan oprimidas. Acá, con tantos ejemplos que da fiaca enumerarlos, pero que se puede resumir en el trato que damos a los habitantes de las villas, a quienes directamente les dimos el status de pueblo originario con un sistema cultural que hay que respetar, alabar y glorificar para perdón de nuestros pecados.

Mientras, deberíamos practicar un ejercicio lingüístico sobre el significado de tolerancia. Quizás descubramos que tolerar no es sinónimo de aceptar y asimilar, sino tan sólo una actitud de respeto. Y convengamos que nadie con la caramelera sin faltante de stock puede respetar al que quiere desaparecernos de la faz de la tierra.

Lo único que no deja de intrigarme es por qué teniendo la misma proporción de pelotudos que Estados Unidos nosotros seguimos siendo Argentina y ellos… Ah, sí… las instituciones…

Martedì. “Si me preguntas cómo es la gente de este país, te diré que como la de todos lados. La raza humana es harto uniforme. La inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir. La poca libertad que les queda les asusta tanto que hacen cuanto pueden por perderla”. Johann von Goethe en Die Leiden des jungen Werther.

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