martes, 20 de diciembre de 2016

El acuerdo por Ganancias y los errores "exitosos" de Macri

Por Pablo Mendelevich
En los años ochenta solía decirse que el presidente Raúl Alfonsín se tonificaba con las crisis. Que su liderazgo funcionaba mejor como piloto de tormentas que como administrador de la normalidad. Pareciera ser que el presidente Macri también mejora su rendimiento fuera de la normalidad, en su caso cuando la marcha regular de las cosas se estropea por los errores que él mismo comete. Tal vez se pueda colegir esto: puesto a reparar sus errores Macri consigue niveles de eficacia política superiores a los que logra en la rutina.

Es lo que acaba de suceder con Ganancias. Fustigado por un peronismo que aprovechó sucesivos errores del gobierno y se unió en Diputados con la velocidad con la que se forma una tormenta perfecta -para colmo en el mes más incandescente del año-, Macri reaccionó. Organizó, el lunes pasado, una negociación multifrontal muy compleja. Primero compleja por los variados aspectos técnicos del tema Ganancias y sus fuentes de financiamiento, pero también por la diversidad de intereses en juego, la multiplicidad de interlocutores y el protagonismo súbito de los sectores más intransigentes del peronismo. Y hasta donde puede verse, tuvo éxito.

No sólo consiguió un acuerdo que dentro de pocas horas se plasmaría en ley. Además anotó un record para el Guiness. Que se recuerde, es la primera vez que se llega a un acuerdo multisectorial el mismo día que uno de los sectores participantes de la negociación intercala un paro salvaje. La pregunta es obvia: ¿no pudo evitarse todo esto? ¿No podía haberse alcanzado este acuerdo antes así el país se ahorraba la ley pianta inversores impuesta en Diputados, las amenazas de veto, las amenazas de no veto, los calificativos de impostor de Macri a Massa y, entre muchos dislates más, las apelaciones de Massa a la virgen en las antípodas de la racionalidad requerida para solucionar problemas tributarios, en todo caso problemas políticos?

El tema de los errores del gobierno viene siendo considerado en los términos de la falibilidad convencional de las personas. Predomina una idea común: el error es una equivocación de buena fe. En esa línea, Lilita Carrió, que es una especie de fiscal pública de asuntos internos de la alianza gobernante, les dijo el domingo por la noche por televisión a Luis Majul y Ari Paluch que el gobierno de Cambiemos, si bien cometió menos errores de primer año que otros gobiernos, debe dejar de cometerlos porque se le terminó el tiempo del aprendizaje. Carrió eludió la responsabilidad presidencial. Habló de ineptitud de "algunos funcionarios", falta de velocidad, internas. Pero vista en un contexto histórico la cuestión quizás no se limita a la acumulación de errores, a su calidad y cantidad, sino, también, a qué se hace después con ellos.

En su "década ganada" de doce años y medio el kirchnerismo se fingió infalible. Nunca un Kirchner dijo "en tal tema nos equivocamos", "esto fue un error" o algo semejante. Sólo se habló de errores con vacuas generalidades, del tipo "no somos necios, sabemos que hemos cometido errores", frases que aun hoy repiten algunos kirchneristas sin precisiones de contenido. El candidato presidencial Daniel Scioli repetía en la campaña una frase elocuente, no apta para agrimensores ni escribanos: "vamos a corregir lo que haya que corregir".

Con la sociedad fatigada de semejantes elipsis Macri advirtió al comienzo de su gobierno que reconocer errores y enmendarlos a la luz del día no sólo era una conducta apropiada sino que producía reacciones empáticas. Entonces no hizo demasiados ahorros con el recurso. Desde luego, hubo distintos tipos de marcha atrás. Tampoco todos los errores de la vida cotidiana de una persona son tramitados con el mismo formato. Una marcha atrás explícita se verificó en casos como la designación de miembros de la Corte por decreto o con las tarifas de gas sin llamar a audiencia pública. El error de alta política de no haber expuesto de entrada el estado en que el kirchnerismo dejó el país sólo pudo ser enmendado a medias, porque ya no se podía retroceder el reloj. La admisión implícita de ese error llegó a mitad de año, cuando se conoció el informe sobre El estado del Estado. Algo similar pasó con el manejo de las expectativas respecto del arranque de la economía y el famoso segundo semestre. Es muy difícil reparar expectativas decepcionadas.

Aparte de la calidad y de los modos de corrección existen problemas como la admisión y la necesaria explicación del error. Pocas veces el gobierno explica cómo y por qué se gestan sus errores. ¿A quién se le ocurrió incluir Ganancias en el llamado a sesiones extraordinarias sin asegurarse un tratamiento racional del tema? Argumentar inexperiencia es un arma de doble filo, porque todo el mundo sabe que los nuevos gobernantes nunca habían gobernado antes el país, y no es lo mismo conocer la botonera que manipularla por primera vez, pero la tolerancia con el aprendizaje de quien ganó las elecciones diciendo que tenía las soluciones para todo es limitada. Sobre todo delante de opositores que denuestan la alternancia bajo el supuesto -increíble pero cierto en una democracia- de que la Argentina sólo puede ser gobernada si uno ya la viene gobernando de antes.

Surge aquí una parte insoslayable de la cuestión de los errores, la estadística histórica. Verdad de Perogrullo para cualquier argentino, los gobiernos no peronistas disfrutan de menor tolerancia opositora que los gobiernos peronistas. Mal no le ha ido a Macri en ese sentido si logra terminar el año, pese a la economía en estado desparejo y carreteando, con aceptables niveles de paz social. Si el acuerdo alcanzado ayer se consagra como un gran logro colectivo -todavía falta la instancia parlamentaria- habrá que reconocerle al gobierno que la voluntad negociadora desdramatiza el error, lo que no significa que sea recomendable persistir en él.

© La Nación

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