jueves, 3 de noviembre de 2016

Volvió la política

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Entiendo que una temperatura de seis grados en Halloween pueda ser lo más cercano que en la vida estaremos del primer mundo, pero eso no debería confundirnos: mientras Estados Unidos tiene equilibrio entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo, en Argentina juegan al peaje parlamentario. Enterarnos de que, alegremente, los diputados nacionales de la Patria se aumentaron la dieta un módico 47%, sin contar los gastos de viáticos y desarraigo, da un poco de nervios. 

Y mejor ni comparar el salario mensual con el de sus pares de Estados Unidos porque podemos encontrarnos con la sorpresa de ganan casi lo mismo, con la diferencia que, nominalmente, no es lo mismo 12 mil dólares en la tierra de la recesión que en la del norte, que tiene un producto bruto interno 34 veces mayor al de Argentina. Si a todo esto le sumamos que Estados Unidos tiene un representante por cada 710 mil habitantes mientras que Argentina se da el lujo de meter uno cada 160 mil, deberíamos reconocer que nos encanta la autoflagelación.

En un claro ejercicio de solidaridad de colegas, los congresistas argentinos se congraciaron con sus pares del Parlasur y asignaron cien palos para un organismo que sólo oficia de reunión de terapia grupal. Son esas ideas gloriosas que tenemos en Sudamérica, donde queremos jugar a la Unión Europea con un mercado común que cobra impuesto aéreo y sin siquiera indicios de una moneda uniforme aunque sea en su tipo de cambio. ¿El ajuste? Son los padres. Eso sí, en un acto de responsabilidad social, metieron un 15% de aumento a las asignaciones universales por la “emergencia” que atraviesa el país.

Lo notorio es que, incluso los que vienen del sector privado, creen que el Estado es una teta. Es el caso de la diputada mendocina de Cambiemos Susana Balbo, dueña de la bodega homónima, quien aseguró que, si compara con las responsabilidades con el sector privado, debería ganar el doble. Para detallar una realidad que nadie quiere ver, la legisladora aseguró: “Algunos tomamos la decisión de alquilar un departamento para tener algo de ropa, el cual estará cerrado durante tres meses”. No existe dinero en el mundo que pueda paliar tanto sufrimiento.

Lo que sería interesante explicarle a la diputada –a ella por haberlo dicho, a todos los demás por hacerse los boludos– es que tendría que haber pensado su variación económica antes de postularse. Sí, lo mismo que haría si se postulara a otro trabajo en el sector privado.

El derrape discursivo está virando peligrosamente de las frases poco felices ante medidas incómodas –”es lo que hay” de la escuela Aranguren– a las frases poco felices ante medidas cínicas. Quizá sea el relajo que da la luna de miel posterior a un triunfo contundente, pero ahí radica la gran confusión: creer que el 51% los eligió a ellos. En un balotaje, la diferencia que sacás entre la primera vuelta y la segunda es el porcentaje de personas que no querían al otro candidato. Los que te querían votar a vos por quién eras, ya lo hicieron en la primera vuelta.

Ahora que bajó la espuma cumpleañera del primer aniversario electoral, siento muy lejos la posibilidad de que pueda discutirse de manera seria alguna cosa relevante, o que al menos nos saque del debate de si me gusta o no me gusta que el presidente bese a su mujer en público, si es mejor la milanesa con provenzal o deja gusto a ajo, o si macrigato.

Algunas mañas quedaron, al menos al hablar de comunicación. Está bien, ya no entran a mi casa por la tele a la hora de la cena mediante la cadena nacional: ahora me tocan el timbre un sábado a la mañana. Reconozco que es un gran avance tener funcionarios que toquen otros timbres que no sean los de sus secretarias aunque, en lo particular, no me cabe mucho haberme sacado de encima a los yihadistas para reemplazarlos por testigos de Jehová. Sin embargo, podemos darles la derecha de que este país vive de campaña.

No es que en 2017 se viene el año electoral: no terminó la campaña de 2013. Y el drama de vivir en campaña es que siempre se debate lo urgente, nunca lo necesario para evitar las urgencias a largo plazo. En campaña vale todo, incluso –o principalmente– patear la pelota para otro lado.

Cristina vuelve a Buenos Aires. No es el regreso soñado de Juan Perón después de 18 años de proscripción y exilio forzado –de hecho, es la novena vez que la ex presi vuelve en menos de diez meses– pero es lo que hay para lo que queda de la militancia. La idea era declarar en calidad de imputada ante el juez federal Julián Ercolini, pero antes hablaron ante los medios distintos funcionarios, como el hiperproductivo diputado nacional Axel Kicillof, quien se hizo eco de los tuits que unas horas antes había tirado Cris para denunciar una persecución judicial. Delicias de la exitosa abogada: según la Real Academia Española, perseguir también es proceder judicialmente contra alguien y, por extensión, contra una falta o un delito. Lo curioso es el ejercicio de la defensa que hacen tanto Cristina como sus allegados al decir que Lázaro Báez no fue el único implicado en la obra pública fraudulenta. Algo así como que el Gordo Valor criticara a los jueces porque le imputaron el robo del blindado de Juncadela cuando está claro que también había choreado a Prosegur, Maco y Brinks. Cracks del derecho. Cosas por el estilo también dijeron los dirigentes que se acercaron hasta el vallado de Comodoro Py –no mucho más allá, no sea cosa que no los dejen salir– y que incluyó a luminarias del respeto a las leyes y la buena gestión como Mariano Recalde, Hebe de Bonafini y Luis D’Elía.

La semana pasada, Marquitos Peña fue el encargado de sobrar al periodista que preguntó por los dichos de Margarita Stolbizer respecto de la pasividad del gobierno frente al avance de las causas contra la corrupción kirchnerista. En un ejercicio de reduccionismo conceptual digno de estudio universitario, el jefe de gabinete afirmó que no corresponde interferir en el accionar del Poder Judicial. Algo así como que hubieran respondido que no podían solucionar las inundaciones porteñas porque no manejaban el clima. Una cosa es la interferencia en el Poder Judicial –apretar jueces, criticarlos por cadena nacional, amenazar con removerlos, incomodarlos ante el Consejo de la Magistratura, visitar a un fiscal federal doce horas antes de que no pueda presentarse a declarar contra una presidente nunca más, o llenarles el mail con gacetillas– y otra muy distinta es no hacer absolutamente nada. Si hubo un suceso clave que aceleró el juicio a las juntas militares en la década del `80 fue la creación a través de un decreto del Poder Ejecutivo de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CoNaDeP), cuyo informe probó el plan sistemático de desaparición de personas y aceleró todos los procesos judiciales. No es que quiera promover una la Comisión Honorable sobre Retornos Obscenos (CHoReO), pero podrían meterle algo de garra y no quedar parados en Corea del Centro.

Ante las críticas de la oposición hacia el gobierno, el silencio positivista de la otra parte no pareciera sumar ningún poroto. No se puede no confrontar frente a determinadas acusaciones. No es igual que te critiquen porque no hacés bien tu trabajo a que te digan que por culpa de tu trabajo este año se suspenderá la Navidad y el Niño Jesús terminará llorando. De parte del Gobierno, la única respuesta que se escucha a todo es que tengamos paciencia. Es el temor por sobre la verdad, como cuando tenés miedo de decirle a la bruja que te quedaste en un bar y le decís “ya estoy en camino”. Es cierto que, en casos como los del aumento de los sueldos parlamentarios, pedir paciencia como esa pareja que te pide reavivar la relación mientras come atún de la lata desde la cama, pero al menos podrían precisar en qué consiste tener paciencia. ¿Tan difícil es decir las cosas como son y sostener que nadie quiere venir a invertir a un país que cambió las reglas de juego hace diez meses, después de doce años con otro reglamento en manos de personas que perdieron la presidencia por un punto?

Un empresario español me explicó hace no más de dos semanas que no hay forma de comprometer inversiones a largo plazo sin saber qué tienen en mente los hoy opositores en cuestiones elementales de política de Estado. Regla básica: una inversión a diez años con dos elecciones presidenciales en el medio, en las cuales puede pasar cualquier cosa.

Hablamos de un país en el que los ayer oficialistas que miraron para otro lado con los fallos de la Corte Suprema en favor de los juicios jubilatorios, ahora que son opositores votan a favor del oficialismo en la “reparación histórica a los jubilados”. Un país en el que los mismos opositores que votaron el vía libre para el pago a los holdouts son los ex oficialistas que soplaron para el otro lado hace poquísimo tiempo.

Quizá sea el problema de siempre: creer que el resto del mundo no se entera. Desde afuera no tienen tiempo de analizar la biografía emocional de cada político y se limitan a la imagen partidaria. ¿Cómo explicarles que ahora vamos denserio pal’ otro polo cuando la oposición amiga está integrada por ex jefes de gabinete, ex ministros y hasta el oficialismo tiene en sus filas al ex vicepresidente del primer gobierno de Cristina Kirchner? No pidamos magia.

Una cosa es haber perdido la batalla cultural y otra, muy distinta, es no querer volver a darla. La nueva de la micromilitancia consiste en repetir que el verano pasado pensaban a dónde ir de vacaciones y para este deberán pensar con qué pagar la factura de gas. Se los puede escuchar en el colectivo, en el subte, en el tren. No es muy complicado preguntarles a qué lugar de mierda querrían ir de vacaciones que la reasignación de cien pesos mensuales les cagó el plan.

El tema es que la batalla cultural ya tiene al menos dos frentes: por un lado el pensamiento de los que la libraron y ganaron los primeros rounds. Cristina sale de declarar y dice que quieren “proscribir su movimiento”. Nunca registró que su movimiento hoy consiste en Sabbatella, D’Elía, Larroque y Recalde. Delicias de exitosa abogada, parte II: dijo que si su gobierno fue una asociación ilícita, el actual es una asociación ilícita terrorista.  Sí, me comí el postre, pero ustedes le pusieron soda al Rutini.

Por el otro lado, tenemos el otro frente de batalla: el fuego amigo del gobierno. Cuando Ricardo Alfonsín tira que “ningún país en el mundo se ha desarrollado industrialmente, optando por el libre comercio” da a entender que no es de leer mucho. Cuando agrega que “es un dato fácilmente verificable en la historia”, demuestra que no lee ni la fecha de vencimiento de las ideologías.

El británico William Lee fue quien inventó la máquina industrial de tejer. Lo hizo en 1589, pero la reina Elizabeth le negó la patente por temor a la destrucción creativa: la cantidad de puestos de trabajo que se destruirían. La máquina se terminó por imponer un siglo después. Obviamente, se perdieron cientos de puestos de trabajo. Y la industria del hilado tuvo que tomar más gente de la que fue despedida de los telares, porque al producir más, necesitaban mayores recursos. Es la innovación tecnológica lo que hace que las sociedades evolucionen y esto, lamentablemente, genera la pérdida de privilegios (va con cariño, compañeros anti Uber). La revolución industrial británica nació con el refuerzo de los derechos de propiedad privada y el fomento de la manufactura en lugar de la regulación. Y sí, los ingleses fueron proteccionistas con sus productores textiles frente a los tejidos baratos provenientes de Asia, pero tenían para ofrecer sus propios tejidos. Acá somos agresivos tributariamente con celulares que nunca fabricamos y le tenemos miedo al ingreso del iPhone, como si lo pudiera comprar cualquier cristiano y no quedara reservado para los mismos que hoy pueden pagarlo.

En el diván de la terapia para pueblos, Carl Jung se refirió al Estado que, frente a la razón del ciudadano, absorbió las fuerzas religiosas, por lo que ocupó el lugar de ese Dios todopoderoso del que todo se espera. Al igual que con el avance de la religión en la edad media, cuanto más adorado es nuestro Dios Estado, más libertades estamos dispuestos a sacrificar. Jung se refería al Estado dictatorial. Y aquí viene la duda que tanto me preocupa: o de tanta dictadura nos quedamos esperando que la democracia republicana se comporte del mismo modo, o somos un pueblo que no le interesa tener un Estado sino un Dios al que agradecer o culpar por todos nuestros males.

Giovedì. Si alguien tiene el mail de la diputada, que chifle. Tengo un CV para enviarle.

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