miércoles, 31 de agosto de 2016

ARGENTINA SIGLO XXI

La  mala Guerra

Por Martín Risso Patrón
« "Ese hijo de puta no tendría Q verte hecho eso pq te kito la vida así, 24 anios a 20 días d cumplir 25 est hijo d puta ya la va a pagar hermano t lo juro, se Q ai un Dios Q lo be todo y Q ase justicia" [...] Pagarán lágrima por lágrima» 
[Post en Facebook del hermano de Ricardo Krabler, un ladrón muerto por su víctima de robo].

 Las condiciones

La peor tragedia de la Humanidad, desde sus mismos inicios como organización social, ha sido y es, la Guerra. Ese monstruo polimorfo que mueve las piezas de un siniestro juego de tablero, en el que el tablero es el planeta, y las piezas, los seres humanos; la Guerra. Desde el hondazo primigenio hasta el Fat Boy de Nagasaki e Hiroshima, pasando por el gas mostaza en las trincheras europeas entre el 14 y el 18 del siglo XX; la desaparición lisa y llana de gente, la bomba molotov, la tumbera y los cartuchos adosados al torso de los niños asesinos sin saberlo. La detonación de un arma legal y legítimamente portada por un médico que elimina a su víctima, hasta ese momento despojadora de los bienes ajenos con la prepotencia del caño y la puteada. Todo es tragedia. Todo.

Las amenazas públicas, solapadas y también las anónimas dirigidas a legisladores, funcionarios. La Guerra. También la tasa de asesinatos sorprendente, según medios de comunicación, que irrumpió en la estadística policial y judicial de Rosario de Santa Fe; tasa más alta que la de Colombia con su guerra doméstica y no menos dolorosa.

Para que haya un estado de guerra, se hace necesario señalar algunas condiciones: Un territorio [llamado teatro de operaciones], un motivo, la declaración mutua o unilateral entre contendientes; también la logística de las armas y la supervivencia de sus actores. Comunicaciones y un potencial de carga doctrinaria [de lo que sea], o sea un convencimiento de que aniquilar al otro está bien, es bueno, es lo mejor. Como lo pensaron los Roosevelt, los Stalin, Hitler, Hirohito, los Hititas, Videla y los innombrables cárteles de lo que ya se sabe qué. Escuchar y leer lo que afirman a este último respecto los D’Elía y la ancianita malhablada del pañuelo ensuciado. Tanto como aquel que atraca en una veloz acción al que sale a laburar o viene de estudiar; o al pelotón de aniquilamiento de rugbistas que patotean a alguno a la salida de un boliche, o esos que asesinan dentro de un ómnibus de Saeta.

Cada cual, desde los faraones, el Inca conquistador y los abusivos colonizadores que salieron con arcabuces, perros y espadas de una Europa eternamente medieval a cazar hombres en América, y los que arrojando cuerpos vivos desde aviones al río hacían su Cruzada contra el aleve asesinato terrorista, hasta los que al anochecer se van poniendo grises para tomar la vida del otro en la madrugada, todos, responden a un mandato que hoy, Paisanos, hoy es una norma más de convivencia, para desayuno, almuerzo y cena de todos.

No es difícil hallar el cambiante territorio donde se libra el combate. Ahora que la guerra, he de ser más preciso, se libra en las ciudades de la República. Rosario de Santa Fe, Buenos Aires, el Trópico de Capricornio, Salta, a la vuelta de casa, el ómnibus de Saeta. Territorios liberados para la masacre diaria.

Ni negar que la logística está funcionando. Cuando los amenazantes recorren medios de información, hacen uso abusivo de los micrófonos y de las cámaras y del papel de comunicar noticias, y hacen uso del teléfono gratuito de las emergencias, eso es pura logística. Lo mismo que los medios de fuego tumberos que se venden como agua en talleres artesanos del mal a precio de liquidación.

¿Y el discurso? ¿Ese sostén doctrinario que proporciona la lógica sesgada que tiene la guerra? Lo tenemos servido en bandeja: “Cualquiera comete errores”, dijo Silvia, la madre de Ricardo Krabler, muerto en acción por las balas más rápidas de su víctima de robo, un médico que salía de su laburo, defendiendo su vida y sus bienes, al ser inquirida por un periodista sobre los antecedentes judiciales de su hijo, vastos y copiosos. “Los blancos son unos hijos de puta”, Luis D’Elía al justificar las patoteadas y la toma y destrucción de una comisaría en Buenos Aires. “Macri debe caer, ese HP”, Hebe Pastor de Bonafini, al predecir la caída de la República por sus manos. Es momento de aclarar por aquí, que las amenazas veladas y las expresas, son operaciones de guerra, Doña Clota. Es lo que se llama preparación del terreno. Es la propaganda que indica el Manual siniestro de la Guerra.

Las fuerzas tácticas

Comandos entrenados, guerra de localidades, fantasmas del pasado, hoy. Tenemos la Túpac Amaru, con sus camisas pardas y sus palos largos, y sus pistolas, por hoy ocultas; los chicos de Esteche & Cía. Tenemos a las gordas encapuchadas de rostro tapado por una kufiyya bataraza, propia de los fedayines palestinos, que salen a piquetear contra el hambre y el desempleo. Gente sin rostro, como la guerra exige. También tenemos a esos encapuchados casi medievales del apriete y el disparo para robar cualquier cosa a cualquier viandante.

Incluso, la misma República, uniforma al delincuente igual que sus propias fuerzas de seguridad; ¿o no vimos a los López, y los Pérez Corradi, entre otros, encasquetados con el casco OTAN de las fuerzas del orden, además del correspondiente chaleco de kevlar, para protegerlos?

Los comandos estratégicos

Como un Fénix apócrifo y amenazante, se alza una expresidente de la República exhibiéndose casi obscenamente a las puertas mismas de la Justicia que la persigue legalmente y bailando en un balcón de un pisito coqueto, ganando la calle, como le gusta decir, siendo esto una ratificación de que existe un teatro concreto de operaciones. Otros fantasmas del pasado, como Esteche o Sala se prodigan en lucubraciones bélicas, sin filtro.

Son otros diferentes pero iguales, los que mandan a hackear el facebú de un honrado Defensor del Pueblo para desencadenar la guerra santa de los derechos humanos dejándolo como nazi con sólo escribir arteramente en el espacio privado de su muro, “judíos hijos de puta, etcétera”, y los listillos de siempre tragarse la albóndiga envenenada, gesticulan y ensordecen a los viandantes denostando a ese Fiscal sin fiscalía que es el valeroso Defensor del Pueblo en un vecindario doméstico poniendo como estandarte los derechos y humanos; como aquel asesino que dijo: Los argentinos somos derechos y humanos. Invocan a los Dioses de la Antidiscriminación sin tener el más mínimo pudor de averiguar lo que ha pasado. Comandos estratégicos de este caos. Sentados a la mesa ociosa de un café, o ante opulentos escritorios de sus oficinas imperiales, o en dependencias ad hoc; da lo mismo.

Los que teniendo siquiera un Jerónimo de poder, discuten y discuten y vuelven a discutir en sus escaños comunales sobre las bondades de mandar a un ghetto a la gente que ha decidido ser diferente; esos son también estrategas de esta guerra permanente.

Los prevaricantes que dejan fuera a los asesinos y violadores, cuando debieran estar adentro, zaffaronistas de la primera hora, o cajonean o dan carpetazos siempre y cuando la ecuación convenga. Todos estrategas.

El jefe de Estado de un reino de dos palmos pero con poder mundial que banca que sus monjas se compliquen en latrocinios, y pretenden por otro lado justificar laceraciones autoinfligidas, negando la actuación de la Justicia de nuestro soberano territorio porque lo sucedido es intramuros de un convento y el convento está sometido a normas que exceden a las leyes de la democracia nacional [como sostiene un comunicado de sus embajadores locales]; ese, también es un estratega de la guerra, Paisanos. Interviene sin careta en la soberanía nacional, y nadie le dice nada.

La mala guerra es peor

Si la guerra es trágica, la mala guerra es peor. Desafío a mi paciente lector, a ver si encuentra un atisbo siquiera de que esta guerra cotidiana que señalo y denuncio, de la que nadie se hace cargo ni denuncia, tiene un motivo que la deje en guerra nomás. Nada. Cada cual tiene su motivo. Si hasta la guerra, paisanos, se ha convertido en una cruzada personal por estos días en nuestras calles, en nuestra realidad. ¿Nunca lo jorobaron al mediodía en el centro con un piquete a la hora que más molesta, los que quieren que la realidad sea como ellos piensan que debe ser, sin importarle un comino los demás, ignotos desocupados, artesanos, profesionales del buscapinaje manoseador y determinante? ¿No le enchastraron su casa para reivindicar ignotas revoluciones populares? ¿No les rompieron los cocos con los altavoces, los bombos y las bombas sin que jamás puede usted dilucidar de qué se trata tanto ruido? Creo que ahí está una clave: El ruido. Con la tecnología de un par de altavoces estridentes, cuarenta o cuarenta y dos fedayines de hiyyab que los convierte en amenazantes, hacen creer que son multitudes. La mala guerra es también estafadora, querido vecino y distraído viandante. Nos hace creer que es todos contra todos, y eso es mentira. Poniendo en cintura a dos o tres o cien responsables estratégicos, nos daremos cuenta que es posible construir.

Si no somos capaces de plantearnos que tenemos la voz y los votos, y actuar en consecuencia, somos carne, Paisanos queridos. Más vale que nos metan rápido en el horno con una manzana en la boca y una zanahoria en otro lado.

Despertar es la consigna.

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