martes, 19 de julio de 2016

Si Cristina Kirchner fuera presa, ¿habría un fuerte reclamo popular?

Por Pablo Mendelevich
Lo dijo la diputada ultrakirchnerista Diana Conti al ser entrevistada en televisión por Mauro Viale: si Cristina Kirchner fuera presa habría "un reclamo popular muy fuerte". ¿Sería realmente así?

No hace falta aclarar que Conti hablaba de un reclamo en contra de la detención, no para que la dejen adentro. Sin embargo, la cuenta final no le daba nada mal a la diputada, visto desde su lado. 

Si la meten presa "la van a empoderar aún más", advirtió antes de colar el verbo gardeliano-peronista volver. La diputada supone que, empoderada "aún más" en prisión, Cristina Kirchner volverá al gobierno. No es la misma clase de retorno en la que parecen estar pensando los jueces que investigan a la ex presidenta.

Conti prefirió focalizarse en el antecedente de Perón y saltearse a Frondizi, Alfonsín y Menem, entre otros presidentes que en su hora fueron grandes sucesos y generaron movimientos políticos centrales, pero una vez en el llano ni siquiera sobrevivieron como para consagrar una oferta partidaria de subsistencia, con propuestas políticas más concretas que nostálgicas. Perón sí perduró y volvió, claro, aunque antes de eso fue lo que Cristina Kirchner quiere ser hoy, perseguida política. En los próximos meses la escucharemos hablando de Perón mucho más de lo que lo hizo como presidenta, cuando se decía evitista. No tardará en comparar su infortunio de hotelera con las acusaciones de la Revolución Libertadora sobre el oro que supuestamente se había llevado el general a la cañonera.

Ella se proclama perseguida política de jerarquía judicial por lo menos desde que compareció por primera vez en el juzgado de Bonadío. Ese día entregó un escrito en el que se elevaba al podio no sólo con Perón sino con Yrigoyen ensamblado. Cada vez que un movimiento nacional y popular es derrocado, decía allí, se le atribuye la comisión de graves delitos, siempre vinculados con abusos de poder, corrupción generalizada y bienes mal habidos. No aclaraba por qué el golpe de estado que dio Mauricio Macri el 10 de diciembre de 2015 se privó de mandarla directamente a Martín García.

Digamos que en el arte de la victimización -especialidad de Perón- Cristina se pasó de la raya. Su postulación mesiánica repujada en bronce no parece un buen punto de partida para convencer a las multitudes de que deben reclamar por su libertad inmediata en caso de ser necesario, mientras la televisión alterna la imagen de los dólares revoleados por López con la de los prolijamente ordenados por Florencia Kirchner. ¿Con qué argumentos marcharían a Comodoro Py las columnas con los carteles de "liberen a Cristina"? Tal vez sean algunos de los famosos pibes para la liberación, quienes al menos no requerirán adaptación alguna de la letra: nadie descubriría si antes se referían al imperialismo yanqui o vieron venir el futuro.

Pero, aclaremos, estamos hablando de multitudes, de lo que anunció Diana Conti, no de la fanaticada irreductible que vivaría a Cristina Kirchner en Comodoro Py aún si ella declarase ante Bonadío que las estimaciones de Lilita Carrió sobre dinero robado en los doce años son correctas.

Para que la victimización funcionara se tendrían que dar al menos dos condiciones: una, que los perseguidores de quien se dice más que buena sean percibidos como los malos; dos, que la perseguida dé una explicación razonable para pulverizar las acusaciones, de modo que la falsedad resulte palpable. La identificación de los perseguidores con la maldad exige descontento social profundo, fatiga con el gobierno de Macri, hastío, descomposición. Es lo contrario de lo que hoy informa la mayoría de las encuestas. Por cierto, la sociedad es muy volátil. Y el humor colectivo, hoy ostensiblemente tolerante con un ajuste por cuyo origen la mayoría culpa al gobierno kirchnerista, puede cambiar. Pero al kirchnerismo residual no le funcionaron hasta ahora los tres grandes intentos que hizo para invertirlo.

El primero fue con la inflación. Pronto los estrategas kircheristas advirtieron que su credibilidad como denunciantes de este flagelo no era demasiado elevada y tuvieron que abandonar la causa, por más que la inflación empeoraba. El segundo fue con los despidos. El kirchnerismo, aunque no consiguió hacer un diagnóstico preciso del problema y demostrar su hondura, logró sacar una ley, que fue inmediatamente vetada por el presidente Macri. Fin de la historia. No se habló más de despidos, pese a que hace apenas dos meses ése era, supuestamente, el problema más grave que había en la Argentina. El tercer asunto fue un servicio que el gobierno le ofrendó a sus adversarios, la mala praxis con las facturas de gas y electricidad. Los kirchneristas, cuya flexibilidad discursiva parece ilimitada, salieron entonces a cacerola batiente mezclados con vecinos indignados y con trotskistas organizados. Rebautizaron ruidazo la movida, encendieron una señal de alarma, pero no dieron vuelta la taba. Los funcionarios macristas salieron a timbrear en La Matanza, algo que hoy Cristina Kirchner no puede hacer.

Este capítulo, sobre todo el del gas, es el que ahora está en desarrollo, si bien ningún encuestador pronostica que vaya a significar, pese a los errores del gobierno, el fin de la paciencia colectiva ni, mucho menos, el comienzo de la indulgencia con la anterior presidenta.

En cuanto a las explicaciones sobre el estanciero patagónico, hoteles alquilados, lavado, secretarios enriquecidos, dólares, bolsos, conventos, efedrina, narcos amigos, triple crimen, etcétera, Cristina Kirchner necesitaría decidirse por una línea, ya que no la favorece el cambio continuo de argumentos. Del odioso Bonadío solitario pasó al partido judicial controlado por Magnetto (una reposición), en referencia a la institución en la que el kirchnerismo nombró al 70 por ciento de los jueces y fundó Justicia Legítima. Algunos de sus exégetas dijeron que con todo lo bueno que había hecho el kirchnerismo no importaban demasiado unos pocos miles de millones de dólares.

José Luis Gioja, presidente del Partido Justicialista, viene de explicar que la presidenta no sabía nada de la corrupción. Pero el kirchenrismo traía otra línea, la de que corruptos somos todos, también conocida como "¿Y Macri?" o "claro que hay que investigar la corrupción: los Panamá papers".

Alguien debería advertir que las líneas no hubo corrupción, hubo corrupción pero yo no sabía nada y somos todos corruptos no son compatibles entre sí. La incoherencia de una persona bajo sospecha difícilmente produce reclamos populares "muy fuertes", menos vueltas gloriosas.

© La Nación

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