martes, 28 de junio de 2016

Maldito Messi


Por Nicolás José Isola
(desde Brasil)

La experiencia del fútbol es vivida de formas diversas, ligadas a los contextos histórico-culturales de cada país. En Brasil, el fútbol de la verdeamarelha se palpita de un modo más moderado que el de los clubes. Se acepta que la selección juega mal, pero esa crítica se agota rápidamente para pasar a otro tema.

En la Argentina, el nerviosismo frente a la vida y el deporte conforma un retazo de la acuarela compleja de los modos como se habita lo público. Creemos que en las victorias se nos juega la vida y las hacemos depender de mitos personales. Por eso ante las derrotas, como en un circo romano, buscamos culpables con fruición: alguien tiene que pagar con la autoría de la desdicha del pueblo. Lo que pasa en una cancha involucra nuestra identidad. Es el todo o nada de un triunfalismo que festeja hasta los fraudes del juego y que a ellos les da un tono divino.

Ni bien se pateó el último penal, lo primero que hizo Messi fue quitarse el brazalete de capitán. Todo un gesto de aquel niño adolescente que dejó la Argentina con el sueño de jugar para la selección. Ese chico de trece años que se infiltraba en la soledad de su habitación el cuádriceps cada día en una pierna distinta sin ninguna certeza de llegar a ser profesional.

Ayer ese hombre que sonríe a cada rato en la cancha, dijo que ya no da más. Al petiso al que ninguna tirada de camiseta lo frenaba, lo ensordeció una presión social constante e insoportable. Diez años siendo discutido: que no canta el himno, que no tiene personalidad, que en las finales arruga, que en el Barça?

Messi sufrió una marca personal de la sociedad que Neymar jamás sufrirá. Intentaron hacerlo pelear con Cristiano Ronaldo hasta el hartazgo. Maradona lo buscó hasta el agotamiento con sus declaraciones sucias.

Messi, ese N°10 que nunca busca las cámaras, que habla poco y que jamás insulta quizá sea demasiado moderno para este país primitivo que adora la controversia infecunda y que consume como droga los caudillismos redentores y pedantes.

Una cultura voraz se fagocitó a un artista, a un prestidigitador de la pelota. El rey del Olimpo del fútbol no quería tener su propia Iglesia, ni ser venerado como un semidiós.

Llora maldito, maldito Messi... sólo querías divertirte como un niño, sólo querías jugar a la pelota.

© La Nación

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