sábado, 11 de junio de 2016

DISIDENTES / De Chacho a Lilita

Semejanzas y diferencias entre aquel Alvarez y la Carrió 
de hoy. Las internas cruzadas de Macri.

Por Roberto García
Una delgada línea separa el continente de Elisa Carrió en el mundo Macri de aquel núcleo político que dominaba Carlos “Chacho” Alvarez en tiempos de Fernando de la Rúa. Tienta la tentación del paralelismo, ya que coinciden en la novedad de llegar al poder por una obligada entente –basada en la repulsa a varios peronismos–, contribuir en primera fila a ese aterrizaje, compartir con cierto recelo una misma administración y destacarse por denuncias estelares que sedujeron al periodismo y al instinto de algunos sectores sociales.

Si bien abundan las comparaciones entre un gobierno encabezado por el radicalismo de entonces y otro hoy por el PRO, curiosamente no se registran ensayos sobre la similitud de estas figuras mediáticas que integraron esas formaciones y, por momentos, han alternado en posiciones superiores a sus propios cargos, sea la diputada que parece una ministra sin cartera o una inspectora de declaraciones juradas, o sea aquella fugaz estrella de la “nueva política” que renunció a la vicepresidencia con la esperanza de un premio mayor y hoy descansa sus músculos en una embajada en el Uruguay, obtenida como simpatizante cristinista. Esa incidencia superlativa de ambos provocó que uno se convirtiera en el fulminante inicial para la caída del presidente y, en el caso de la diputada, las causas que asume la han transformado en una tormentosa complicación para Mauricio Macri, más que la de cualquier dirigente de la oposición, incluyendo en el juicio a otra rival de fuste para ocupar titulares: la viuda de Kirchner.

Así por lo menos piensa, en voz baja, buena parte del corazón oficialista que se infarta ante la eventualidad de ser nombrado por la legisladora, tanto que repiten lo mismo a la hora de opinar sobre ella, se escabullen con la misma elusión: “A Lilita la respeto mucho”.  La Carrió flagela a más de un funcionario e íntimo (de Prat-Gay a Peña, de Michetti a Aranguren, de Caputo a Calcaterra, de Angelici a Arribas), se divierte y enoja, confiesa entre amigos que el único ministro en serio es Rogelio Frigerio. Lo que supone, claro, una ponderación miniaturista y devaluada sobre los 21 restantes miembros del Gabinete, del “equipo” del que suele presumir Mauricio. Pero su voz objetora se detiene ante Macri, lo protege a pesar de involuntarias reservas sobre su pasado económico, está encadenada al personaje principal bajo la excusa de que su declinación alentaría el regreso del ogro filantrópico de mil brazos, el peronismo.

Hasta se la sospecha como traductora pública del ingeniero, su otro yo para declarar lo que la investidura le impide, al menos cuando la hiriente dama acomete contra Ricardo Lorenzetti, Sergio Massa y el propio Papa. Cualquiera sea el rol, tanto revoleo semántico y sobreoferta descalificatoria generan desgaste institucional, quizás con menos daño que el de aquel Alvarez de la Alianza que devastó a De la Rúa, intoxicado de ambición y vestido à la mode en la lucha contra la corrupción. En su caso, claro, lo presidía un encono por sus disturbios matrimoniales, por la difusión de peripecias como la noche en que le arrojaron los bártulos a la calle, entuerto que atribuyó a espías del Presidente. Después, ya ensoberbecido por la opacidad de su jefe, reveló el presunto soborno por la Banelco en el Congreso y plantó su dimisión en acto público, que más de un cercano entendió como el principio de otro 17 de octubre del 45.

Hilo rojo. Si bien los universos de fermentación se complementan, hay un hilo que separa a Carrió de Alvarez: uno pretendió sin pudor el beneficio de la herencia anticipada; en cambio, la otra semeja una esposa contumaz que en pos del aseo ordena y altera los papeles del marido, los guarda y archiva según su criterio, a pesar de que éste le reclama sin éxito que no los toque. Son sublevaciones diferentes.

  Además, la imparable Carrió ya manifestó su deseo: ir por la senaduría de la provincia de Buenos Aires, vencer en la interna al radicalismo, litigar y desplazar a Jorge Macri de la competencia –quien, habrá que observarlo, no se ha lanzado a la candidatura sin la venia de su primo–, incorporar quizás en la fórmula como transacción a Esteban Bullrich y derrotar, al final, a un peronismo partido en varias expresiones. Compleja esa llegada electoral al 2017; ni Duran Barba se atreverá a sostener que en ese distrito bonaerense se gana solamente con la bandera de la transparencia, la denuncia inveterada y la promesa de encarcelar corruptos. A menos, claro, que los préstamos y el blanqueo provean otros menesteres para la postulante, subsidios, asistencias o favores habituales para ese electorado ávido y necesitado.

De ahí que la diputada no encendiera ninguna llamarada sobre la exteriorización de capitales no declarados, y tampoco se opondrá, claro, a la gira y roadshow que el segundo de Prat-Gay, Luis Caputo, realizará por distintas capitales financieras para amplificar el ejercicio. Su gobierno necesita la plata para poder respirar, hasta puede decir que es la última bala de ese material para seguir vigente. Incluso dispone de una justificación: se les advertirá a los bancos, los grandes lavadores, para que aconsejen a sus clientes negros volver a la vida blanca. La solución final. Aunque repugne.

 Y en cuanto al terremoto de sus declaraciones, tal vez afecten menos al Presidente que otras internas mal resueltas que caracterizan su administración: ya no es un duende el que rumorea disidencias, ni se ocultan los intereses encontrados. En cualquier diario, por ejemplo, se puede encontrar la firma de quien adscribe a la política austera de Federico Sturzenegger, opuesta a la de otro que cuestiona su fijación de tasas, o un vecino de Alfonso Prat-Gay que cuestiona a Rogelio Frigerio por mano larga en cualquier negociación política o cercanos a este ministro que se quejan –también en público– porque el titular de Hacienda demora o suspende promesas de pago ya consentidas a gobernadores o intendentes. Más firmas.

Cada uno , a su modo, jura que así no se puede gobernar, que siete o nueve personas a cargo de la economía sólo pueden provocar descuartizamientos en ese cuerpo. Parece que le hablaran a Macri, como la misma Carrió que denuncia a propios y extraños. Pero sin resultados ciertos para ninguna capilla en seis meses debido a la costumbre de ufanarse por cometer errores y corregirse, como si equivocarse fuese una virtud. Impensable en un gobierno de Ceos.

© Perfil

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