domingo, 22 de mayo de 2016

Meritocracia: ¿Es creíble la "cultura del esfuerzo"?

¿Pueden coexistir el mérito y la igualdad?

Por Raquel San Martín

Fueron dos chispas disímiles las que encendieron la mecha de la discusión. Hace dos semanas, el gobierno bonaerense decidió volver al sistema de calificaciones numérico del 1 al 10 en las escuelas de la provincia, en lo que se entendió como "el regreso de los aplazos". "La meritocracia es un valor que debe ser aprendido", dijo la gobernadora, María Eugenia Vidal, al justificar la reforma.

Unos días antes, la empresa General Motors difundió un spot publicitario para su nuevo modelo de Chevrolet, en el que retrata un mundo de "meritócratas", donde "toda persona tiene lo que se merece", "el que llegó llegó por su cuenta, sin que nadie le regale nada" y "sabe que cuanto más trabaja, más suerte tiene". En las redes sociales las reacciones de rechazo virulento fueron inmediatas, y en poco tiempo existía ya el "contraspot" que hablaba de "un mundo donde casi nadie tiene lo que se merece", el que llega es "un hipster caprichoso con tía gerenta", "cunita de oro" y "careteo de sacrificio".

En distintos espacios, de los medios a las redes sociales, la meritocracia fue por algunos días objeto de posiciones encontradas de trazo grueso y con aroma a grieta: para algunos, estaba vinculada con la "derecha neoliberal" y el "gobierno para los ricos" del presidente Mauricio Macri; para otros, representaba una reivindicación justa de valores "perdidos" bajo capas de corrupción, acomodos y nepotismos de larga data. En cualquier caso, los desencuentros funcionaron como indicadores de algo más profundo: la idea del progreso personal y familiar a fuerza de trabajo y talento toca un nervio sensible de la sociedad argentina, y puede moverse tanto en las aguas de la corrección política como en las del malentendido, y de ciertas tensiones entre clases sociales que se agudizan en tiempos de crisis.

Más aún, señalan algunos expertos, mientras se le pide a la escuela que promueva el mérito, fuera de ella predomina una escala de valores que privilegia mucho más las relaciones con el poder, la informalidad, la corrupción y el lobby como vías al éxito. ¿Se opone la meritocracia a la igualdad? ¿Puede existir una "meritocracia progresista"? ¿Es creíble hablar en la Argentina de una "cultura del esfuerzo"?

A pesar de que hay varias instituciones que funcionan con sus principios, es en el ámbito de la escuela donde la meritocracia suele estar más vapuleada, supuesta y negada, con sentidos diversos.

"El gran aporte de la Modernidad es que nuestra sociedad esté abierta al talento, que ya no se mueva por la familia y la herencia, sino que las personas pueden demostrar lo que son y pueden hacer. Pero los talentos están distribuidos de manera desigual y hay condicionamientos sociales, económicos, familiares y culturales. Para que la carrera abierta al talento sea justa, el punto de partida tiene que ser justo. La única opción meritocrática justa es la que iguala el terreno de juego. La escuela tiene que igualar ese terreno para que todos tengan el mismo punto de partida -dice Mariano Narodowski, profesor e investigador en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT)-. Lograrlo, por otra parte, lleva varias generaciones. Aunque reciban más recursos, los chicos más pobres no van a igualar a los chicos de clase media, salvo que esa inversión se sostenga por muchos años."

Correr con ventaja

Es en las aulas también donde las desigualdades de origen muestran sus impactos más poderosos, que chocan contra el ideal meritocrático que la fundó, un ideal de las clases medias, por cierto. "La historia de la escuela es la historia de los sectores medios, porque esos sectores lograron que la escuela tomara como propios sus modos de ver la vida -apunta Myriam Southwell, especialista en educación-. Sabemos que la idea de meritocracia se entronca con dimensiones que la condicionan: origen social y capital cultural dan mejores herramientas de supervivencia. La escuela tiene que exigir y ver que se produzcan los aprendizajes, pero para llegar a eso hay que acompañar más a aquellos que están en desventaja."

¿Será una forma de combinar igualdad y mérito? No es menor la cuestión, porque está en el corazón del origen de nuestra escuela. "La escuela argentina obedece a ciertos principios y valores fundacionales igualitarios. Más allá del valor del ascenso social y la asimilación, se la pensó también como motor de equidad. Los principios meritocráticos están bastante subordinados a estos valores de equidad que siempre fueron el contrapeso de la desigualdad, que dejada a su plena libertad produce más desigualdad", dice Sergio Visacovsky, investigador del Conicet y director del Centro de Investigaciones Sociales del IDES.

Como cuando se le pide que solucione la pobreza o el comportamiento en las calles, de la escuela también se espera que promueva la "cultura del esfuerzo", aunque fuera de ella no siempre se verifique que nuestra sociedad lo valora. "Mi impresión es que a la escuela se le sigue pidiendo esto, al mismo tiempo que en la sociedad no tiene el mismo peso. La idea del esfuerzo se vincula con una lógica de funcionamiento de las sociedades, que hoy están atravesadas por otras dinámicas. La gratificación rápida, la inmediatez contrastan fuertemente con la idea de mérito", dice Sandra Ziegler, investigadora del área de Educación de Flacso.

¿Qué tan meritocrática es nuestra sociedad, entonces? "Poco. Nuestra cultura de base católica define el éxito en términos más humanísticos que comerciales, y suele atribuir, no sin razón, el éxito comercial a ?méritos' debatibles como las relaciones, el cabildeo o el ‘curro'. Algo de esto se refleja en nuestra visión del éxito económico como ilícito, el ‘nadie hace dinero trabajando', la identificación del empresario con el villano o la creencia de que el Estado tiene que garantizar el bienestar apropiado indebidamente por ese empresario villano -apunta el economista Eduardo Levy Yeyati-. Es cierto que el Estado debe redistribuir, pero para eso hace falta el esfuerzo de todos, y para que este llamado al esfuerzo sea creíble, el éxito debe ser más transparente, justificable y accesible."

Será que, al calor de los vaivenes políticos y sociales de las últimas décadas, el ideal de la meritocracia fue reemplazado para algunos en la constatación de su contrario. "La idea del rechazo a la meritocracia expresa un problema de percepción: todo el éxito está bajo sospecha -dice Iván Petrella, a cargo del área de Cooperación Internacional en el Ministerio de Cultura-. La democracia depende de que los ciudadanos sientan que pueden mejorar, proyectarse al futuro, que el éxito de uno no se produce aplastando al otro, que las reglas son claras y consistentes para todos. Obviamente hay cosas de nuestra sociedad y de nuestra política que indican lo contrario, pero mirando en perspectiva global, la Argentina es una democracia privilegiada donde las oportunidades para crecer y mejorar como personas y como sociedad están presentes."

El caso argentino tiene, en este punto, cierta singularidad. Aunque la idea de mérito tiene un lugar central en el imaginario de la clase media, en el país no se institucionalizaron mecanismos meritocráticos como existen en otros países: el acceso a puestos de la administración pública en Francia; exámenes de ingreso selectivos en Japón, o algunas universidades de élite para el acceso a ciertas profesiones liberales en Estados Unidos. Los orígenes sociales y trayectorias educativas de nuestras élites políticas, por ejemplo, muestran esa diversidad. Sin embargo, las restricciones existen y operan.

"Hablar de escuela meritocrática me suena anticuado. La moral protestante del premio al esfuerzo choca con una realidad de exitosos de relaciones y rentas. La igualdad de oportunidades de la meritocracia mal entendida replica las inequidades de origen. Una meritocracia progresista (con perdón del oxímoron) apuntaría a igualar oportunidades de manera dinámica, corrigiendo esas inequidades, para que la cultura del esfuerzo sea mínimamente creíble", sigue Levy Yeyati.

Más pruebas para este argumento. "Una cultura basada en el esfuerzo y el talento concibe dos elementos como negativos: la herencia y la renta, que es el esfuerzo de otro. En la Argentina la herencia juega un papel importante, en términos económicos y también sociales, porque vivimos en una sociedad muy segmentada socioeconómica y culturalmente. Y nuestra economía es básicamente rentista, lo que implica que el riesgo y la innovación están en segundo plano", describe Narodowski.

La segmentación de la que habla, que atraviesa y hace heterogéneas a las propias clases sociales, también se verifica entre ellas. Dice Visacovsky que, durante la crisis de 2001 y 2002, en sus investigaciones, las personas de clase media apelaban al principio del trabajo duro que lleva al progreso para entender lo que les pasaba. "Es un esquema pensado para dar respuesta al éxito, pero se acudía a ese modelo para tratar de mostrar que había una injusticia, que algo había cambiado, que si habían trabajado merecían que les fuera bien y eso no estaba sucediendo -recuerda-. Se veía en ese momento lo que ya en los años 90 se había registrado como ‘crisis de valores', con la imagen cada vez más deteriorada de la política y la corrupción. Y con algo que se fue acentuado en los años siguientes: la crítica a los sectores más marginados que reciben ayuda del Estado, sectores que ‘no se habían esforzado lo suficiente' pero tenían acceso a bienes y servicios."

Para Ziegler, "la idea de merecer se vincula con distintos sentidos comunes. Los sectores medios que impugnan a los sectores bajos tienen una idea del mérito más tradicional, como si todos estuvieran en el mismo punto de partida. No es así. Y quienes critican la meritocracia por ‘neoliberal’ se basan en algo que la sociología ha enseñado: en condiciones de desigualdad de base, por más que se abran oportunidades, los resultados son diferentes y pueden terminar incrementando la desigualdad". Ni el esfuerzo es "de derecha", entonces, ni la inclusión de todos como sea en la escuela -supuestamente "de izquierda" - asegura que las desigualdades se reduzcan, como mostró la última década. "No sirve el elogio fácil ni el rechazo total a la meritocracia. Hay que buscar cómo hacer desde la política pública para equiparar situaciones de desigualdad", dice Petrella.

Un elemento coyuntural complica la discusión. En tiempos de incertidumbre y dificultades económicas, los recursos se perciben escasos y el riesgo de perderlo todo reaparece. "En ese clima, si prevalece la meritocracia por sobre el cuidado, entra a jugar la idea de la competencia desigual", advierte Southwell. Un recuerdo más, quizás, de que los ecos de la crisis de 2001 no nos han abandonado.

© La Nación

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