domingo, 22 de mayo de 2016

Debate crucial en el corazón del Gobierno

Por Jorge Fernández Díaz
"Empiecen a conversar con ellos", habilitó Mauricio Macri. Con esa simple orden terminó la intensa discusión de petit comité y comenzó una discreta ronda de contactos con el peronismo. El objetivo pueden ser algunas treguas y convenios parciales, como quiere el jefe de Gabinete, o un eventual Acuerdo del Bicentenario, como anhelan otros miembros de la mesa chica. Es altamente improbable que Macri haya pensado en la máxima de Erich Fromm ese jueves por la mañana, después de la surrealista aprobación de la ley antidespidos y en vísperas del veto presidencial. 

Pero el concepto viene como anillo al dedo porque representa la íntima tensión que acosa tarde o temprano a cualquier presidente argentino: "El egoísmo que genera el sistema -sostenía Fromm- hace que los gobernantes antepongan su éxito personal a su responsabilidad social". Una parte de Macri se tranquiliza al ver la fragmentación peronista y el Waterloo que protagonizaron sus rivales en la Cámara de Diputados: la tentación de seguir pulseando ley a ley, firmar micropactos de ocasión y azuzar la dispersión de los adversarios es muy grande; la conveniencia electoral recomienda esa táctica. "Gobernar dentro de un régimen democrático sería mucho más fácil si no hubiera que ganar constantemente elecciones", ironizaba Clemenceau, dándole algo de razón al Presidente.

Pero otra parte de Macri piensa que no es posible seguir adelante sin un pacto de gobernabilidad: la incertidumbre no suele ser buena compañera del crecimiento económico, el Parlamento se ha transformado en una imprevisible fábrica de buscapiés, las sesiones exóticas y sorprendentes complican a cada rato la marcha de la gestión, y se crean en los recintos y en las comisiones batallas innecesarias, que exigen un enorme y vano gasto de energía y de fondos, y además enrarecen invariablemente el clima general. El menudeo es oneroso y genera impresión de fragilidad. Y curiosamente esa estrategia política también es contradictoria con el espíritu de Cambiemos, que consiste en aplicar los estándares internacionales en cada una de las áreas de la administración pública. Con este último criterio, la Casa Rosada levantó el cepo cambiario, arregló con los holdouts, eliminó el pacto con Irán y tomó en cinco meses medidas profesionales a imagen y semejanza de las naciones más progresistas y avanzadas. En esas mismas repúblicas, sin embargo, un jefe de Estado que carece de mayorías parlamentarias no corre el albur de la táctica de los manotazos: acuerda con la oposición rumbo y timing, reduce el estrés y emite señales de tranquilidad. ¿Por qué aplicar los estándares internacionales a cualquier tema y dejar justo la política fuera de esa norma virtuosa?

El jueves hubo una reunión de "coordinación política" en Balcarce 50. Suelen participar de esa tertulia las principales espadas políticas del Gobierno y rara vez falta a la cita Ernesto Sanz. Por fortuna, no flotaba en el ambiente ninguna clase de euforia después de haber salido relativamente ilesos de las encerronas del cepo laboral kirchnerista y de las astucias del líder del Frente Renovador. Que no obstante quedó visiblemente desairado. "Sergio fue el que inició la jugada: les llevó los sindicalistas a Pichetto, y así dio comienzo el circo -recordó un ministro, que resumía la bronca unánime-. Sergio nos mintió".

Resulta tranquilizador saber que el Gobierno no cayó en el "síndrome del tirador": cuando un policía sale triunfante de un tiroteo puede ingenuamente sentirse invulnerable y actuar con imprudencia. Hasta que un día le meten un balazo. Por lo contrario, Sanz planteó allí la necesidad imperiosa de atenuar esta clase de emboscadas. "¿Pero con quién hacer un acuerdo si están todos atomizados? -le preguntó Macri-. No tenemos un interlocutor confiable." Uno de sus colaboradores más cercanos puso las dudas sobre la mesa: "Si nosotros creamos a ese interlocutor puede ser peligroso, Mauricio. Hoy los tenemos divididos; podemos unificarlos enfrente". Esa opinión hizo asentir al Presidente, pero no clausuró la otra vía. Se barajó entonces negociar con Gioja, titular del pejotismo, aunque su representatividad es bastante relativa. "Bueno, ¿y entonces con quién?", insistió Macri. Los nombres, para comenzar a hablar, surgieron solos: Pichetto, Urtubey, Perotti, Uñac y Bordet. Es decir: el peronismo que más rechazo ha demostrado por la erosión destituyente. Más tarde, en todo caso, deberían incluir en la lista al peronismo de cercanías (Schiaretti, De la Sota y otros en similar estado de colaboración) y por fin a los chúcaros renovadores de Massa. La meta: un acuerdo por un puñado de leyes fundamentales, políticas de Estado serias y consensuadas, y también algunas iniciativas puntuales que hagan previsibles las próximas temporadas legislativas. Nada muy distinto de lo que ofrecía Pichetto antes de las enojosas escaramuzas.

Los tanteos para un virtual acuerdo comenzaron por decisión de Macri el mismo jueves y siguieron con el máximo sigilo las siguientes 48 horas. Nadie sabe si funcionará ni qué volumen y alcance podrá tener. Los obstáculos no son pocos. Pero les convendría a los hombres del Presidente releer a Peter Drucker: "Lo más importante en una negociación es escuchar lo que no se dice". ¿Y qué es lo que calla el momento histórico? El peronismo está maltrecho, sin liderazgos ni cajas, y el 80% de sus dirigentes tienen un único consenso tácito: Cristina no debe regresar. Necesitan, objetivamente, que Cambiemos pague la fiesta y se desgaste en esa tarea amarga, y a la vez que se aleje la chance de que la gran dama resucite: no les conviene, en consecuencia, un descarrilamiento prematuro. El peronismo necesita sacarle plata al Gobierno y a la vez ganar tiempo para resolver sus propias contradicciones y reconstituirse como una alternativa. Precisa, además, borronear el estigma de que es siempre un agente desestabilizador cuando no le toca gobernar.

Cambiemos, por su parte, parece haber retomado la iniciativa. Esta misma semana estuvo acompañado por todos los mandatarios provinciales y por los caciques del sindicalismo, y María Eugenia Vidal logró el aval de casi todo el arco político en su petición por el Fondo del Conurbano. Pero el Gobierno no puede confiar en estas fotos ni en el clima social, que hoy lo sigue beneficiando, pero que resulta sumamente inestable. Es posible que la macroeconomía mejore en los próximos tres meses, pero es prácticamente imposible que haya grandes noticias en la micro: recién en 2017 se notarán en el bolsillo los resultados de estas cirugías. Cada parte de un pacto de gobernabilidad aporta sus fortalezas, pero también sus debilidades.

La discusión interna en el Gobierno se complejizó el viernes por la tarde en Olivos. Los múltiples tratos coyunturales que se tejen en Diputados hicieron dudar si el Acuerdo del Bicentenario no debía ser un mero negocio de alianzas para cerrar únicamente con senadores y gobernadores, y para asfaltar la agenda del Congreso durante los próximos dos años. Aquí conviven dos valoraciones diferentes: unos piensan en la Moncloa; otros, en los desafíos de la semana que viene. Macri levantó la sesión conviniendo en que volverían a analizar el asunto este mismo lunes, pero no retiró la orden inicial: "Sigan conversando con ellos", dijo. Y se quedó pensando. "Una vez que tomás una decisión -decía Emerson- el universo entero conspira para hacer que ocurra." El problema es que la decisión debe ser la correcta.


© La Nación

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