martes, 10 de mayo de 2016

Al final el periodismo militante resultó ser Periodismo de Estado

Por Pablo Mendelevich
Al cortarse el suculento chorro de dineros públicos volcados por el kirchnerismo a sus propios medios de comunicación -confesos o implícitos- y al abolirse de manera simultánea el concepto partidista que traían Télam, Canal 7 y Radio Nacional el periodismo militante entró en quiebra. No es para celebrarlo, porque muchos periodistas que se ganaban la vida en medios K -con diverso grado de adhesión o fanatismo oficialista- se quedaron sin trabajo o están peleando para cobrar lo que les adeudan los amigos y socios del poder anterior que prácticamente se fugaron. 

Pero desde el punto de vista del interés colectivo no sólo se terminó con un atisbo totalitario y con una injusticia -la de que se hiciera propaganda partidista con envoltorio periodístico sostenida mediante impuestos pagados por todos- sino que se aclaró un formidable malentendido, el del llamado periodismo militante. No había tal cosa: era simplemente periodismo de Estado. Cuando el kirchnerismo perdió el control del Estado, el periodismo militante, entendido como epifenómeno político, entró en descomposición. Aunque sus figuras más pintorescas sobrevivan.

La sola yunta de los conceptos quiebra y militancia chirría como una uña en el pizarrón. La quiebra de empresas o grupos empresarios habla de un fracaso en el mundo de los negocios, mientras la militancia está asociada con intimidades perdurables: las convicciones, la defensa de las ideas, la entrega a una causa. ¿Puede quebrar la militancia? No en sentido comercial.

Acá las revelaciones han sido escasas. Los llamados periodistas militantes ya sabían que la plata para sus salarios y sus productoras salía de la amainada publicidad oficial, es decir, carecía de un origen genuino, como la venta de publicidad comercial o la circulación. Lo que se desmoronó no fueron las convicciones de los periodistas militantes (aunque es de suponer una pérdida de entusiasmo) sino varias de las empresas periodísticas de audiencias magras que los cobijaban, sencillamente porque quienes extraían la plata de las arcas públicas perdieron las elecciones y en simultáneo, huelga decirlo, la llave del tesoro que los mantenía aprovisionados.

También se reconocían como periodistas militantes quienes cobraban altísimos salarios en los medios del Estado, podría decirse entonces, por militar periodísticamente. En conjunto era un aparato carísimo. Sincronizado con las cadenas presidenciales, la propaganda de Fútbol para Todos, las inauguraciones a repetición y hasta la cartelería callejera de Presidencia de la Nación que anunciaba un inminente cordón cuneta, ese aparato le rindió frutos al kirchnerismo en forma despareja. Fue eficaz, quizás, para consagrar el relato, pero luego flaqueó porque no consiguió conservar a las multitudes encantadas. ¿Terminó siendo contraproducente? En sus discursos Cristina Kirchner solía culpar de todos los males al sujeto único "los medios": nunca hacía distingo de los que ella controlaba. Numerosos y onerosos, el aporte de los medios propios, para la presidenta, ni siquiera movía la aguja. Pero igual los sostenía.

Era fácil para cualquiera, pero parece que no para los kirchneristas, advertir que semejante maquinaria terminaría sus días ni bien se produjera una alternancia en la Casa Rosada. Cebada por su propio relato, la épica kirchnerista desparramó cierta ilusión de continuidad ad infinitum, la misma que llevó al sistema de corrupción a no pertrecharse para resistir a la curiosidad de la Justicia federal si algún día ésta se despertaba. La tosquedad de falsificar documentos públicos para encubrir maniobras de lavado, por ejemplo, confirma que campeaba en los ambientes kirchneristas una irreflexiva certeza de perpetuidad.

Periodismo militante, como alguna vez ya se dijo, es un oxímoron. El buen periodismo antepone la búsqueda de la verdad a cualquier gusto personal, algo que un predicador no entiende porque es alguien que dice haber hecho suya la verdad que ya encontró. Ser fanático, enemigo de la duda, es lo más incompatible con el trabajo periodístico.

No conviene confundir periodismo militante con prensa partidaria. Periódicos partidarios como el nacionalista La Fronda, el comunista La Hora o, entre muchos otros, el socialista La Vanguardia, fundado por Juan B. Justo, tuvieron gran importancia en la historia política argentina, pero quienes escribían allí solían definirse como periodistas a secas. O periodistas "y" políticos. Desde luego que no recibían un peso del Estado. Si eran rentados los sostenía el partido. Esa prensa tenía más honestidad intelectual que el periodismo de Estado del kirchnerismo porque no usurpaba los formatos de la prensa convencional. La usurpación es, en verdad, una tentación relacionada con la credibilidad. Sucede con aquellos avisos que pretenden usar la misma tipografía de las noticias del diario en el que van a publicarse y a las cuales el mismo diario les suelen fijar límites, por empezar estampando la advertencia "espacio de publicidad".

Por cierto que es muy bueno que existan medios y periodistas de diversas posturas y que cada cual tiene derecho a hacer su oferta periodística como le plazca. La diversidad enriquece la democracia. El problema del periodismo militante inventado por el kirchnerismo era que iba de la mano de persecuciones gubernamentales a medios críticos, discriminaciones en el manejo de información oficial y de ataques al periodismo profesional, acusado de hacer contrabando ideológico a favor de grupos hegemónicos y de obedecer órdenes de los dueños de los diarios, una afirmación cuya rusticidad cuanto menos ventila la ignorancia sobre el funcionamiento del mundo periodístico de quien la hace.

Algo de fanatismo conjugado con la posibilidad individual de conseguir fuentes de financiamiento privadas o sindicales probablemente estire el recuerdo de lo que fue el periodismo de Estado. Dirá el tiempo si del aparato propagandístico del kirchnerismo quedan dos, tres o más exponentes de los que como Víctor Hugo Morales ahora ponen "las manos en el fuego" por Cristina Kirchner cuando les toca informar sobre corrupción, ritual ígneo que ningún político del partido de la imputada se animó a empardar.

© La Nación

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