sábado, 5 de marzo de 2016

Macri, entre la imagen y el tiempo

El programa del presidente enfrenta un desafío de sincronía entre objetivos económicos y fortaleza política.

Por Ignacio Fidanza
La administración de Mauricio Macri empezó a ver el corazón del agujero negro que deberá atravesar para soñar con un futuro más agradable que este presente opaco de ajustes a medio camino, conflicto laboral –por ahora- de baja intensidad y triunfos políticos con gusto a poco.

Si se concreta la derogación de las leyes cerrojo y de pago soberano, Prat Gay finalmente accederá al famoso financiamiento externo, regresado antibiótico para todos los males argentinos. Pero esa es otra discusión.

Lo interesante es observar el cruce de dos curvas. El descenso de la aprobación del Presidente y de su Gobierno –más acentuada- y la proyectada recuperación de la economía argentina.

El gobierno de Macri tiene una debilidad estructural: para alcanzar el quórum en el Congreso depende de dos adversarios peronistas, Miguel Angel Pichetto en el Senado y Sergio Massa en Diputados. Macri se apalanca en su popularidad para sortear ese déficit, consciente que ningún político sensato –o calculador- quiere confrontar con el sentir de la mayoría.

Es decir que su Gobierno, a diferencia de los de Carlos Menem y Cristina y Néstor Kirchner, no cuenta con un respaldo legislativo propio que funcione como retaguardia para cuando las circunstancias exijan o impongan una pérdida de popularidad. Dicho de otra manera: ¿Cuánto tardarían Pichetto o Massa en abandonar su perfil dialoguista si la popularidad de Macri cayera por debajo del 50 por ciento? ¿Qué harían si el grueso de la sociedad estuviera enojada o decepcionada con el Gobierno?

El problema es la sincronía de los tiempos que tiene por delante. El plan Prat Gay es de una candidez enternecedora: La pagamos a los holdouts, salimos del default, tomamos deuda y con eso empujamos obra pública sin emitir. Así, se reduce la inflación y se crece al mismo tiempo. Una pregunta se impone: ¿Si era tan sencillo, porqué todavía quedan en el mundo economías en recesión?

Pero seamos optimistas. Supongamos que lo planeado ocurre. Igual restan algunos interrogantes: ¿Cuánto tarda en ponerse en marcha la obra pública? ¿En llegar la prometida lluvia de inversiones, que según el ministro Cabrera ya suma 20 mil millones de dólares desesperados por montar fábricas y otros emprendimientos en el país?

Cualquier empresario sabe que entre que decide invertir y esa determinación se traduce en empleos reales, pasa –según el sector- al menos un año. La economía real exige un sinfín de decisiones que llevan tiempo, desde conseguir el lugar para montar la fábrica, importar la maquinaria, contratar al personal idóneo, hasta analizar en profundidad cual será el contexto macroeconómico.

Veamos la macroeconomía. El consenso de los economistas cree que este año la Argentina en el mejor de los casos terminará en cero y en el peor caerá dos puntos del PBI. Los más optimistas vaticinan para el año próximo un crecimiento de un punto. Hipótesis que por otro lado se choca de frente con el ajuste anunciado por Prat Gay para el 2017, que es incluso más drástico que el de este año. La pregunta obvia es: ¿Ajustará Macri en un año electoral?

Es el drama del gradualismo, cuando se parte de una situación tan crítica como la que dejaron Cristina y Kicillof. Gradualismo significa que si creemos a la meta de Prat Gay de terminar en el 2019 con déficit cero, todo el mandato de Macri será una interminable sucesión de ajustes.

¿De dónde obtendrá el Gobierno, capital político para semejante esfuerzo? ¿Cómo pasará el test decisivo de las parlamentarias del año próximo? ¿Con qué candidatos? No abundan y Michetti ya dijo que no cuenten con ella para bajar a la provincia.

Los sondeos de febrero revelan una preocupante caída en la imagen positiva del presidente –de seis a nueve puntos- y la creciente sensación de que el futuro no será todo lo brillante que se esperaba.

Y esto nos lleva a la variable que falta en el análisis de Prat Gay: El tiempo. Un bien muy escaso que al gobierno de Macri no le sobra. A mediados del año próximo el proceso electoral ya estará plenamente lanzado. Es decir que para marzo o abril la recuperación de la economía debería sentirse con la fuerza suficiente, para revertir la tendencia de declive político actual.

Describir estos desafíos no significa –necesariamente- impugnar el rumbo del Gobierno ni vaticinar su fracaso. Macri ha demostrado que tiene talento y perseverancia para ordenar situaciones muy complejas. Pero en ningún lugar esta escrito que el éxito final está garantizado.

Por ejemplo, cierta arrogancia de sus principales colaboradores está enajenando el apoyo de aliados claves en el peronismo. ¿Se puede revertir? Se puede. ¿Era necesario generar esa fricción? Para nada. ¿Tiene costos? Por supuesto.

Acaso el problema central en este punto es que contra todo lo que proclama la incesante campaña de la Jefatura de Gabinete con sus juegos de imágenes idílicas y bondadosas, Macri parece creer que gobernar es administrar relaciones de interés; y en ese pragmatismo implacable, olvida la fuerza de construir afecto con los distintos.

Una extraña mezcla de pensamiento político naif y mercantilización de las relaciones de poder, se empalma entonces con la suficiencia del doble estándar ético típico de la cultura corporativa. Eso es lo que gobierna en estos días.

© LPO

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