sábado, 27 de febrero de 2016

De jefe a Jefe

En su reunión con Macri, Francisco podrá  tener un anticipo del discurso del martes.

Por Roberto García
Finalmente, hoy un jefe de Estado entrevista a un Jefe de Estado, ambos en actividad: privilegio excepcional de argentinos, más para la egolatría nacionalista y alimento del pechito autóctono. Si uno en su momento se sacó la lotería mundial, el otro hace poco ganó también impensadamente el sorteo local. Dos hombres con suerte. Y aunque hubo peripecias menores entre ellos, desde hoy primarán besos y deseos propicios, bondades para Antonia, esa damita que no podrá olvidar en su vasto registro los próximos cuatro años. 

Y tal vez los cuatro siguientes si le va bien al padre. Tiene una ventaja sobre la memoria presidencial de Iván, al que Bergoglio obsequió escarpines por medio de su abuela, un recuerdo sentimental perdido en una cristalería: destinos distintos que los inocentes tampoco planearon. Llegan al saludo el Papa y Macri, entonces, con la expectativa de mitigar un ardor mutuo del cual apenas hubo urticaria, y con la seguridad de que si Francisco apagó cristianamente el incendio que le había provocado Cristina, ¿cómo no va a recomponer ciertas menudencias con Mauricio, que no será un católico empedernido pero sí un devoto que jamás irritaría a la Iglesia? Aunque, claro, no es lo mismo escuchar las confesiones de una señora compungida entre cuatro paredes que a un ingeniero poco escrutable a quien hasta los amigos dicen que le cuesta dar las gracias.

Nadie precisa las causas de la fría escaramuza que, hasta hoy, distanciaba al Pontífice del nuevo mandatario argentino, a pesar de que al llegar al Vaticano permitió en el acontecimiento que el Macri intendente estuviera una línea de sillas más adelante que la propia Cristina presidenta. Una informalidad diplomática que hoy no toleraría un embajador entorchado como Rogelio Pfirter, de formación rigurosa pero apegado a los símbolos del siglo XIX. Macri, entonces, quien se insinuaba como candidato opositor, dispuso inesperadamente de una llave vaticana: José María del Corral, funcionario suyo en el área de Educación porteña, cargo que logró por alguna versación y cierta sugerencia del obispado de Bergoglio, quien entusiasmado se había largado a Roma apenas conocida la noticia del advenimiento y, desde entonces, quedó a la vera del Papa. Como en Buenos Aires, casi un protegido. Pero luego sucedieron controversias y hasta la suspicacia de que Francisco apostaba a otro caballo en la carrera electoral, una víctima más de las encuestas (a propósito de “caballos”, algún lamento e inquietud habrá en Roma por la intervención judicial a un importante gremio que solía ser generoso con las obras vaticanas). Además de cierta preferencia por Daniel Scioli, como se sabe, ciertos viajeros atizaban críticas a conductas anteriores de Macri, relaciones o negocios medianamente ciertos, influencias en suma que lograron su objetivo: trastienda del confesionario. Como en el caso de Alfonso Prat-Gay, a quien se suponía un aspirante de hierro a cierto cargo para ordenar las non sanctas finanzas de la Iglesia Católica y que fue demolido por el chismorreo de asiduos y confiables visitantes del Santo Padre, esos que hasta pernoctan en su cercanía y coleccionan millas por cruzar tanto el Atlántico. En esa sorda disputa, Francisco no tuvo un gesto de cortesía con Macri ni cuando éste ganó la Rosada; se amparó en un protocolo como excusa cuando él se ha permitido más de un desafuero personal, como enviarle una carta al presidente de China a través de un mensajero propio (el politicólogo peronista Ricardo Romano). Deben dominar, en ocasiones, ciertas características humanas, aun en esos máximos elegidos, como nunca olvidar ni perdonar a Sergio Massa por alguna afrenta pasada que impulsó el matrimonio Kirchner y bajo el hábito argentino de condenar más al verdugo que al autor intelectual. Es lo que tal vez, algún día, digan Boudou o Jaime. Tampoco, en sus porfías con el peronismo interior que lo acucia desde adolescente, parece propenso a cierta simpatía por José Manuel de la Sota).

 Habrá hoy, por supuesto, catilinarias de Bergoglio como las cuatro de Cicerón, en nombre de la paz social y el terror reverencial –y hasta comprensible– a episodios de violencia, a los “baños de sangre” que tanto temía ya en tiempos de Cristina como si la Historia se repitiera en círculo. También, claro, alguna referencia despectiva al libre mercado que presuntamente navega en las venas de Macri y que, en los últimos tiempos, genera más reparos en la Iglesia que el nazismo o el comunismo en otras épocas. Se alineará el Presidente a los designios del Papa, como corresponde a su función, seguramente se anotará en alguna contribución al drama de los refugiados que sólo de Siria, y en Turquía, suman más de dos millones. Tanto Macri como su corte han hecho un curso acelerado sobre el tema, como de otras cuestiones internacionales por la índole de visitantes que ahora frecuentan. Y tal vez él mismo le confiese a su contertulio religioso parte de lo que le ofrecerá al país el próximo 1º de marzo, en su discurso en el Congreso, con la curiosidad de que para entonces los intereses del Papa pueden coincidir con los de su irritante objetor, Jaime Duran Barba, el consejero del ingeniero: no hacer ola con la administración anterior, no exagerar con el castigo al enemigo vencido, hablar del futuro más que del pasado, evitar cuestionamiento a la naturaleza moral del kirchnerismo –reservándole esa tarea improbable a la Justicia que designó el propio kirchnerismo–, esquivar la tempestad en vez de ingresar en ella. Abundan las citas y ejemplos para esta teoría.

 Quien más aguarda ese mensaje, sin embargo, es una ausente física del cónclave, Cristina del Sur. No habla (con el costo personal que eso significa para quienes la rodean), se contiene, cierra los puños, apenas si reenvía párrafos de Kicillof como si fuera su gurú de vida, olvidándose de que antes tuvo gurúes de ese tipo llamados Lavagna, Prat-Gay o Lousteau. Se prepara para responder, acumula energías, se burla del cartoon de ciertos ministros macristas, como si no hubieran ocurrido en su gobierno y parece inquietarse por el cinturón gástrico que se cierne sobre sus causas judiciales, el que metafóricamente en algunos casos produce milagros –lo puede recomendar una gobernadora en actividad– y, en otros, rotundos fracasos. Espera el supermartes de Macri de la semana entrante, el anunciado discurso, la ocasión para replicar y volver a jugar. Que es una forma de hablar.

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