domingo, 6 de diciembre de 2015

Cristina inauguró su relato como líder opositora

La victimización y el probable faltazo al traspaso, marcan 
el inicio de su nuevo rol.

Por Ignacio Fidanza
Cristina Kirchner no está haciendo nada original para quien se tome el trabajo de repasar su extensa carrera política. Siempre usó el escándalo y la tensión como método para ocupar el centro de la escena y acumular capital político.

Lo hizo cuando era minoría en el peronismo y literalmente volvía locos a sus compañeros en el Senado, al punto que la expulsaron de las reuniones de bloque. 

Con su habitual falta de límites, Cristina juega con fibras sensibles para desprevenidos y culposos: mujer sola, viuda, maltratada. Todo vale y todo es insumo para la construcción de un relato épico-lacrimoso, más cerca de la telenovela de la tarde que de los desafíos complejos que plantea administrar un Estado moderno.

Experta luchadora en el barro, está logrando arruinarle a Macri ese tránsito dorado e irrepetible, entre que un presidente resulta electo y su asunción. Un limbo que es todo promesa y expectativa, cuando la gente -aún con los recelos de decenas de decepciones acumuladas-, suele recrear cierta esperanza.

En un lugar común atribuir lo que hace la todavía Presidenta, a algún tipo de desequilibrio emocional. Pero como comentó un viejo operador que la conoce de lejos: "Tiendo a desconfiar de los locos que siempre se equivocan en favor suyo".

Dicho de otra manera: El melodrama del traspaso sirve a Cristina para polarizar con Macri. Es decir, barrió de un plumazo a los esforzados peronistas que siguen soñando con reemplazarla en el liderazgo: ¿Alguien sabe en qué andan o incluso alguien le presta atención en estas horas a las reflexiones bienintencionadas de Scioli o Urtubey?

Cristina, como los emperadores romanos decadentes, parece entender bien el gusto de la platea por el Circo. Y para qué negarlo, tiene un talento particular para montar extraordinarios fuegos de artificio que logran distraer al público de esos "elefantes", a los que en su cinismo infinito pide prestar atención. Por ejemplo, que entrega un país con un déficit similar al que dejó Alfonsin en el 89, sin reservas, con una de las inflaciones más altas del mundo y con cuatro años de crecimiento casi nulo. Espléndidos elefantes que el sainete del traspaso impide observar en toda su magnitud.

La obra, como se viene desarrollando, solo contempla un desenlace lógico: Su ausencia en la ceremonia del traspaso. Como un pase a la clandestinidad que augura futuras "resistencias" con el objetivo implícito de regresar al poder, luego de una larga marcha, que es obvio, ella piensa liderar.

El libreto es transparente: Mujer maltratada por el millonario déspota, ella que tan primorosamente le cultivo un cantero de malvones amarillos, con sus propias manos, no tiene más remedio que decir, casi con dolor, hasta aquí llegamos. Limite desgarrador desde lo institucional, pero ineludible desde la propia dignidad.

Entonces, queda el último adiós con sus chicos, sus adorables militantes, un último acto aprovechando la parafernalia de la Presidencia, con pantallas gigantes, transmisiones en vivo por la televisión pública y la larga cadena de medios adictos, edificados con el presupuesto del Estado. Acto que, como corresponde, está previsto para la noche del miércoles, apenas unas horas antes que concluya su mandato. Porque estará dolida, pero si hay algo que sabe es sacarle el jugo al presupuesto público. Hasta el último minuto.

Luego la excusa, pueril y con otro dejo de melodrama, la necesidad íntima de ir a ver la asunción de la hermana de su difunto marido, que le exige apresurar el traspaso y de no ser posible, deja flotando la posibilidad de un faltazo, acaso planeado desde el mismo minuto en que entendió que Macri sería su sucesor.

Todavía quedan algunas horas para que recapacite, para que alguien la haga pensar en otra manera de reconstrucción o acaso incluso con pragmatismo: ¿Qué mejor final después de tanto drama y tensión que presentarse toda sonrisas, con su seducción conocida -que la tiene cuando quiere- y mansamente entregarle a Macri la banda y el bastón, donde él quiere? Sería también una manera de taparle la boca a varios, otro de sus entretenimientos predilectos.

© LPO

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