Por qué se fue el
general y espía preferido de la Presidenta. Desobediencia
y cadena de torpezas.
Por Roberto García |
Nadie imagina que Cristina
Fernández de Kirchner removió al general César Milani por la
chismografía de feria que, la noche anterior al desenlace, por televisión había
vertido Elisa Carrió. Ofendida en sus buenas costumbres, la diputada opositora describió
al militar como fiestero, alcohólico y mujeriego, cargos de llamarada
periodística y nula implicación penal.
Hasta prometió nombres como una
inspectora de sábanas, ni que estuviera en un programa de la tarde. No fue esa
amenaza el gatillo que percutó al jefe del Ejército, otro barco cargado de
secretos que navega sin rumbo en el Océano, otro Stiuso con la lengua
congelada en el freezer. Tampoco, se supone, para desplazarlo la mandataria
se refugió en las “razones
estrictamente personales” que invocó Milani en su despedida
obligada, sugerente excusa que podría aludir a cuestiones de salud. Aunque el
entonces influyente uniformado de inteligencia atraviesa complicaciones médicas
que lo obligan a una tercera colonoscopia en pocos meses, suspendida la última
esta semana por el episodio imprevisto de su partida. No parece que padezca
riesgo de vida, menos inminente.
Dos curiosidades: l) La mudez oficial para explicar la exoneración del
general más querido por la familia Kirchner en todos sus años de gobierno, al
que defendieron con capa, espada y palabra por infinidad de servicios
prestados, y que parecía incluso autorizado a tramar su propia continuidad
–como si figurara en la Constitución– en caso de que Daniel Scioli llegara al
gobierno en diciembre próximo. Así lo expuso tres días antes en Rosario al
anunciar los planes del Ejército para los dos años venideros, sin pensar
siquiera en una transición en diciembre. Tal era la comunión entre
Cristina, el gobernador bonaerense y el general que, aparte de
compartir reuniones de trabajo, el candidato Scioli se refería a Milani como
“César”, aplicando en el nombre su mejor entonación de locutor amoroso. No era
neutro, como tampoco lo fue con él Nilda Garré, ahora en tren de diputada. 2)
Cuesta entender, sin embargo –casi es el colmo para su actividad–, que el más
avezado y poderoso zar de los espías, Milani, tanto para oficialistas como para
opositores, poseedor de recursos cuantiosos y hasta non sanctos, fuera
sorprendido por la decisión de Cristina cuando Carlos Zannini lo
citó a la Casa Rosada para decirle dos veces “estamos comprometidos”, ya
que en la primera ocasión el general no entendió que le solicitaban el pase a
retiro, que se tenía que ir. A pesar, claro, de que él había tenido un incidente
verbal con el propio Zannini en Rosario tres días antes, pelotera que a su
entender no tendría escalada por la naturaleza de su relación con la Presidenta
y el funcionario devenido hoy en candidato a la vicepresidencia. Olvidó que el
ahora heredero sucesorio unos días antes también había sido
verdugo del vástago político por el que cobraba derechos intelectuales,
Florencio Randazzo, objeto de presiones, favores, subsidios y
lisonjas para encumbrarlo ante caudillos, intendentes y gobernadores de todo el
país, vendiéndolo al ministro como el más fiel al proyecto. Dos traspiés
públicos, dos amigos liquidados en una sola semana por un Zannini que disimula
su alineamiento más que Scioli, pero también manejado por un control remoto
femenino. Justo es admitir que la amistad verdadera de Zannini, en el campo
militar, no era tan íntima con Milani como lo escon el jefe
del Estado Mayor Conjunto, el general Luis Carena, un confidente a
toda hora. Si hasta se sospecha que esta autoridad debe haber recomendado al
general Luis Cundom como reemplazante de Milani, más cuartelero que Milani y
alejado de la inteligencia (aunque ahora se interesará parcialmente en esa
materia para cubrirse, ya que siempre un uniformado que vivió en los 70 “algo
habrá hecho”). De esa designación ni lo notificaron a Milani.
Rumores. Hay un alud de versiones: no pueden parar las causas en el norte por
lesa humanidad contra Milani, indagatorias que comprometerían al mismo gobierno
que lo protegió o encubrió. No obstante, quienes merodean esos tribunales tan
semejantes a los de Comodoro Py descreen de este dato; más bien suponen –como
Hebe de Bonafini– que Milani ya se despegó de esos procesos, que sus diligentes
abogados y otros aportaron suficiente material para desentenderlo de
torturas y desapariciones. Al menos mientras estaba en la cima. Garantías
menores, en cambio, se advertían sobre el trámite de
enriquecimiento ilícito denunciado ante el juez Rafecas, quizás
por la flojedad de papeles en relación con el origen de los créditos que
presentó el jefe del Ejército recién retirado (algunos, comentan, provendrían
de proveedores de la Fuerza).
Claro que otro colmo sería que en el actual gobierno alguien se incomode
por imputaciones de este tipo, ya que de la Presidenta para abajo están casi
todos nominados en ese rubro. Otros trascendidos señalaban diferencias por
demandas de reconstitución salarial exigidas por Milani: no es atendible,
parece que Cristina anuncia esa recomposición en la próxima cena de camaradería
militar. También atribuyeron chispazos al ascenso controversial de un oficial,
cuestión nimia en ese nivel de autoridad o, lo más probable, críticas por el
escaso anticipo de los organismos de inteligencia y de Milani en consecuencia del
allanamiento a una empresa de Lázaro Báez por parte del juez Casanello
o a investigaciones periodísticas sobre este tema tan caro al equilibrio
familiar de los Kirchner.
¿Esta suma de faltas forzó la tarjeta roja? Difícil, nadie ignora que
los magistrados ya no son un problema para la administración, Zannini –y alguien
de su cofradía de apellido Penna en los servicios– ha logrado hacer desfilar a
la Justicia con más esmero que en los tiempos de Stiuso. Delicias de la
democracia.
Quizás el general se preocupó mucho por el futuro (el de La Ñata y sus
ocupantes, por ejemplo) y se entregó a esos menesteres olvidando compromisos
del gobierno que le pagaba el sueldo, lo que irritó a la Casa Rosada. O, como
otros aseguran, quiso imponer sus charreteras y su criterio en las nuevas
formas de control que los espías del oficialismo ejercerán sobre la ciudadanía
(un código que Zannini dice digitar por orden de la Presidenta). Tocó Milani
entonces el cable con mayor voltaje, cuestionó una jerarquía
inalcanzable –ya que no hay Poder Judicial ordenado si no se controla
la Inteligencia, según la premisa de vida en la biblia kirchnerista–, se creyó
como Randazzo lo que no era y, a pesar de la sumisión y las tareas realizadas
por orden y cuenta de otros, se fue a la banquina de un papirotazo. Justo
cuando tenía el auto en el medio de la carretera.
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