Por Guillermo Piro |
La superstición, al igual que la mentira, no es una
característica exclusiva de nuestra especie. El profesor Ethan Malgrado, del
zoológico de Viena, acaba de publicar un artículo en el diario Der Spiegel
basado en la observación realizada sobre un grupo de palomas torcazas (Columba
palumbus), especie muy extendida por la Europa templada, norte de Africa y
Oriente Medio, con ciertos hábitos migratorios particulares.
El experimento
consistió en poner a esos pájaros en una situación en la que, a intervalos
determinados y frecuentes, llovía del cielo una pequeña dosis de maíz
triturado. Cuando a una paloma le sucedía recibir un premio, tendía a repetir
lo que estaba haciendo en ese momento: estirar las alas, inclinarse, etc. Dado
que los premios llovían sin regularidad pero con frecuencia, no era raro que la
segunda lluvia tuviera lugar mientras la paloma repetía el comportamiento de la
vez anterior. Resumiendo: las palomas tendían a interpretar la llegada del
premio como el efecto de sus comportamientos especiales.
Después de una larga experimentación se obtuvieron así
palomas que, por superstición, manifestaban los comportamientos más bizarros,
como alargar o retraer el cuello, hacer una pirueta o dar dos pasos hacia
atrás. Y todo eso en función de la obtención del premio. “La superstición nace
así –escribe el profesor Malgrado– estableciendo una falsa relación de causa y
efecto entre dos acontecimientos en realidad independientes”. En otras palabras,
se trata de un error de funcionamiento en un tipo bastante común de
aprendizaje: el de “por asociación”.
No es difícil entonces, concluye el profesor Malgrado,
producir animales supersticiosos, y hace extensivo este comportamiento a ratas,
mirlos, tortugas, cacatúas, perros, gatos y chimpancés, en quienes extendió sus
experimentos. “En nuestra especie –dice–, pero probablemente también en otras,
el error, o sea, la confusión entre causalidad y casualidad, depende de cuán
fuerte es la tendencia a pasar por alto la presencia de asociaciones, olvidando
los numerosos casos de ausencia, cuando los dos acontecimientos tienen lugar de
manera independiente”.
Ejemplo: puede suceder mil veces que asistamos a un
accidente sin que éste haya sido precedido por el paso de un gato negro que ha
atravesado la calle, y puede suceder mil veces que un gato negro atraviese la
calle sin que nada suceda; pero si una vez en dos mil sucede que los dos
acontecimientos coinciden, la asociación es tomada al pie de la letra como relación
causa y efecto, y por consiguiente recordada, enfatizada, exagerada, contada a
diestra y siniestra. Entre nosotros, en realidad, ni siquiera es necesario que
el error de asociación se verifique de manera personal, como en las distintas
especies animales en las que Malgrado basó sus experimentos: basta que hayamos
oído hablar de ella para que la volvamos de inmediato una tradición.
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