domingo, 21 de junio de 2015

Casamiento con cinturón de castidad

Por Jorge Fernández Díaz
Cuando el amor ha sido una comedia, forzosamente el matrimonio tiene que derivar en un drama, decía Lamartine. Tenemos el placer de participarles la inminente boda entre Cristina y Daniel, que es un obligado acuerdo de impotencias. Ella intentó hasta el último minuto evitar entregarle su retórica revolución progresista a ese insólito conservador popular a quien despreciaba, pero no encontró en todo su reino un novio genuino con dote suficiente, y entonces optó por un apresurado acuerdo nupcial de conveniencia.

Aunque, claro está, tomó algunos recaudos, como ponerle un cinturón de castidad al consorte para que éste no pudiera serle infiel a sus espaldas. Zannini tiene la llave del cinturón, y jura que no le permitirán a Scioli ninguna relación carnal que no figure en el contrato. La debilidad electoral del "proyecto" se certifica con esta entente: si el pueblo pensara como esa minoría intensa llamada cristinismo, si la mayoría de los argentinos estuviera de acuerdo con los escribas del relato glorioso y con el éxito total de la obra, las encuestas habrían detectado naturalmente a un heredero puro que encarnara la lógica de la continuidad y la ortodoxia. Pero resulta que a nadie registra el radar, salvo a ese motonauta solitario e inescrutable que navega en otras aguas. No queda más que subir a su lancha y tratar de torcerle el rumbo.

La fórmula entre Zannini y Scioli es la combinación entre un experto en hacer daño y un especialista en hacer la plancha. Algunos piensan con malicia algo que los kirchneristas desean con fervor. Que a Scioli efectivamente le interesa más ser presidente que gobernar. En esta hipótesis tan novedosa y conveniente para los cristinistas, que el propio sciolismo a veces irradia con la intención de mostrar al gobernador como un ser inofensivo, Néstor quería la plata para hacer política y Daniel quiere el poder para aumentar la fama. Lleguemos a Balcarce 50, lo demás no importa, suele proclamar el ajedrecista naranja, avivando esos rumores. No es precisamente una consigna sanmartiniana. Pero de ahí a pensar que la filosofía de flotar en la corriente puede convertirse en el modus operandi de su gestión presidencial hay un paso largo. Una cosa es llegar y otra muy distinta es permanecer en esa silla eléctrica. El asunto tiene mucha miga, puesto que le resultará difícil cautivar a la sociedad sin ofrecerle transformaciones y, a la vez, cada una de ellas será una especie de afrenta para sus socios dogmáticos, quienes creen que cae en herejías todo aquel que pretende tocar un solo ladrillo de su preciosa catedral.

No pasaría demasiado si Scioli aceptara la nada misma, salvo tal vez que se derrumbaría en la mediocridad, y eso tendría luego para el peronismo efectos devastadores. A eso tal vez se agregaría una delicada crisis económica, dado que no parece sustentable en el tiempo esta estrategia de remiendos cuyo único mérito es que se difieran los problemas de fondo y aguante la ficción. Pero si Scioli estableciera una agenda para volver al crédito, solucionar el tema holdouts, bajar el déficit, atemperar la inflación, levantar el cepo y atraer inversores privados, los sumos sacerdotes con quienes pactó podrían entender que el eventual mandatario está traicionando la liturgia. Y, por lo tanto, que es un traidor a la patria. La histórica misiva de Randazzo transparenta, en ese sentido, el juego del miedo: Zannini es la "garantía de que nada de lo conquistado se perderá", escribió el señor de los trenes.

La táctica para que esa "garantía" sea de hierro incluye variados trucos, pero acaso el principal consista en mudar al kirchnerismo de domicilio. Hasta diciembre funcionará en la Casa Rosada. Y desde entonces lo hará en un edificio antiguo ubicado en la zona del Congreso. Los seguidores de Laclau, para quien el parlamentarismo era nefasto, se convertirán de la noche a la mañana en parlamentaristas de la primera hora. Ya lo adelantó Kunkel. En el próximo período, las cuestiones trascendentes pasarán por el Parlamento. "Evidentemente, vamos a entrar en la etapa más institucional del funcionamiento del peronismo y el Congreso", le dijo a Diego Sehinkman. Como el liderazgo político estará repartido, "vamos a avanzar hacia la institucionalidad y dejar atrás esta etapa de conducción centralizada". Y agregó un concepto delicioso: "Los legisladores nacionales vamos a darle la gobernabilidad que merezca a quien ejerza el Poder Ejecutivo". Pasado en limpio, diputados y senadores de la doctora decidirán en cada cámara y en cada comisión si aprueban o desaprueban las nuevas medidas del jefe del Estado. No sería nada de extrañar que, en un escenario de eventual enfrentamiento, le derogaran los superpoderes y no le renovaran la ley de emergencia económica. Es una fase donde los kirchneristas se pasearán cínicamente por los programas políticos sacando patente de republicanos. Somos populistas totalitarios si ganamos y somos institucionalistas indignamos si perdemos.

La palabra "gobernabilidad" en boca de Kunkel suena amenazante y hace juego con el fallido de Jozami. Ronda la idea de apriete en puerta y de cruentas batallas internas en el Frente para la Victoria, que ya no es un partido cohesionado, sino una alianza entre dos que se odian y que buscarán derrotarse mutuamente. La alternativa a esa grave conflagración consiste en que Scioli acepte un estilo más bien delarruista y se vuelva insignificante. Es por eso que los peronistas a secas, enojadísimos por estas horas con la designación de su verdugo oficial (el maoísta que les ha cortado tantas veces los dedos desde la Secretaría Legal y Técnica), buscan darle volumen político a Scioli para que no se resigne a ser prisionero. En ese submundo, hay peronistas preocupados ante la insólita fatalidad de un gobierno de doble comando, algo que no luce muy bien de cara a una campaña nacional. Y otros para quienes, de ganar las elecciones generales, el titán naranja se apoderará sin duda de la chequera y colonizará a los rebeldes. En esta última versión, el peronismo volvería a cambiar de piel y dejaría por el camino a su anterior líder y su célebre formato ideológico. Un importante gobernador peronista usó en reserva esta metáfora luctuosa: "El kirchnerismo es un padre golpeador y abusivo que está agonizando. No vamos ahora a recriminarle al borde de la cama todo lo que nos hizo. Porque además corremos el riesgo de que cambie el testamento. Dejaremos piadosamente que todo termine, y nos quedaremos con la herencia". Como puede verse, los dos bandos hacen gala de una vocación caníbal y de una autoestima a prueba de balas. Uno de los dos está profundamente equivocado. Carlyle tenía razón: "La música en una boda me recuerda siempre a la que acompaña a los soldados que se van a la guerra".

Esa música desafina estos días en la opinión pública, mientras los encuestadores más serios aseguran que los pretendientes no deberían alquilar todavía el jaqué ni hacerse los rulos: Scioli se mantiene arriba, pero sólo a cinco puntos; la compulsa sigue abierta y con pronóstico de ballottage. Y nadie sabe, a ciencia cierta, cómo impactará en el electorado independiente la entronización vicepresidencial de este Rasputín de cabotaje. Ni siquiera lo sabe la novia, que aspiraba al socialismo nacional y se conforma ahora con la patria sciolista, bajo el imperio del viejo refrán: "Más vale una mala boda que un buen entierro".

© La Nación

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