Por Jorge Fernández Díaz |
Cuando el amor ha sido una comedia, forzosamente el
matrimonio tiene que derivar en un drama, decía Lamartine. Tenemos el placer de
participarles la inminente boda entre Cristina y Daniel, que es un obligado
acuerdo de impotencias. Ella intentó hasta el último minuto evitar entregarle
su retórica revolución progresista a ese insólito conservador popular a quien
despreciaba, pero no encontró en todo su reino un novio genuino con dote
suficiente, y entonces optó por un apresurado acuerdo nupcial de conveniencia.
Aunque, claro está, tomó algunos recaudos, como ponerle un cinturón de castidad
al consorte para que éste no pudiera serle infiel a sus espaldas. Zannini tiene
la llave del cinturón, y jura que no le permitirán a Scioli ninguna relación
carnal que no figure en el contrato. La debilidad electoral del
"proyecto" se certifica con esta entente: si el pueblo pensara como
esa minoría intensa llamada cristinismo, si la mayoría de los argentinos
estuviera de acuerdo con los escribas del relato glorioso y con el éxito total
de la obra, las encuestas habrían detectado naturalmente a un heredero puro que
encarnara la lógica de la continuidad y la ortodoxia. Pero resulta que a nadie
registra el radar, salvo a ese motonauta solitario e inescrutable que navega en
otras aguas. No queda más que subir a su lancha y tratar de torcerle el rumbo.
La fórmula entre Zannini y Scioli es la combinación entre un
experto en hacer daño y un especialista en hacer la plancha. Algunos piensan
con malicia algo que los kirchneristas desean con fervor. Que a Scioli
efectivamente le interesa más ser presidente que gobernar. En esta hipótesis
tan novedosa y conveniente para los cristinistas, que el propio sciolismo a
veces irradia con la intención de mostrar al gobernador como un ser inofensivo,
Néstor quería la plata para hacer política y Daniel quiere el poder para
aumentar la fama. Lleguemos a Balcarce 50, lo demás no importa, suele proclamar
el ajedrecista naranja, avivando esos rumores. No es precisamente una consigna
sanmartiniana. Pero de ahí a pensar que la filosofía de flotar en la corriente
puede convertirse en el modus operandi de su gestión presidencial hay un paso
largo. Una cosa es llegar y otra muy distinta es permanecer en esa silla
eléctrica. El asunto tiene mucha miga, puesto que le resultará difícil cautivar
a la sociedad sin ofrecerle transformaciones y, a la vez, cada una de ellas
será una especie de afrenta para sus socios dogmáticos, quienes creen que cae
en herejías todo aquel que pretende tocar un solo ladrillo de su preciosa
catedral.
No pasaría demasiado si Scioli aceptara la nada misma, salvo
tal vez que se derrumbaría en la mediocridad, y eso tendría luego para el
peronismo efectos devastadores. A eso tal vez se agregaría una delicada crisis
económica, dado que no parece sustentable en el tiempo esta estrategia de
remiendos cuyo único mérito es que se difieran los problemas de fondo y aguante
la ficción. Pero si Scioli estableciera una agenda para volver al crédito,
solucionar el tema holdouts, bajar el déficit, atemperar la inflación, levantar
el cepo y atraer inversores privados, los sumos sacerdotes con quienes pactó
podrían entender que el eventual mandatario está traicionando la liturgia. Y,
por lo tanto, que es un traidor a la patria. La histórica misiva de Randazzo
transparenta, en ese sentido, el juego del miedo: Zannini es la "garantía
de que nada de lo conquistado se perderá", escribió el señor de los
trenes.
La táctica para que esa "garantía" sea de hierro
incluye variados trucos, pero acaso el principal consista en mudar al
kirchnerismo de domicilio. Hasta diciembre funcionará en la Casa Rosada. Y
desde entonces lo hará en un edificio antiguo ubicado en la zona del Congreso.
Los seguidores de Laclau, para quien el parlamentarismo era nefasto, se
convertirán de la noche a la mañana en parlamentaristas de la primera hora. Ya
lo adelantó Kunkel. En el próximo período, las cuestiones trascendentes pasarán
por el Parlamento. "Evidentemente, vamos a entrar en la etapa más
institucional del funcionamiento del peronismo y el Congreso", le dijo a
Diego Sehinkman. Como el liderazgo político estará repartido, "vamos a
avanzar hacia la institucionalidad y dejar atrás esta etapa de conducción
centralizada". Y agregó un concepto delicioso: "Los legisladores
nacionales vamos a darle la gobernabilidad que merezca a quien ejerza el Poder
Ejecutivo". Pasado en limpio, diputados y senadores de la doctora
decidirán en cada cámara y en cada comisión si aprueban o desaprueban las
nuevas medidas del jefe del Estado. No sería nada de extrañar que, en un
escenario de eventual enfrentamiento, le derogaran los superpoderes y no le
renovaran la ley de emergencia económica. Es una fase donde los kirchneristas
se pasearán cínicamente por los programas políticos sacando patente de republicanos.
Somos populistas totalitarios si ganamos y somos institucionalistas indignamos
si perdemos.
La palabra "gobernabilidad" en boca de Kunkel
suena amenazante y hace juego con el fallido de Jozami. Ronda la idea de
apriete en puerta y de cruentas batallas internas en el Frente para la
Victoria, que ya no es un partido cohesionado, sino una alianza entre dos que
se odian y que buscarán derrotarse mutuamente. La alternativa a esa grave
conflagración consiste en que Scioli acepte un estilo más bien delarruista y se
vuelva insignificante. Es por eso que los peronistas a secas, enojadísimos por
estas horas con la designación de su verdugo oficial (el maoísta que les ha
cortado tantas veces los dedos desde la Secretaría Legal y Técnica), buscan
darle volumen político a Scioli para que no se resigne a ser prisionero. En ese
submundo, hay peronistas preocupados ante la insólita fatalidad de un gobierno
de doble comando, algo que no luce muy bien de cara a una campaña nacional. Y
otros para quienes, de ganar las elecciones generales, el titán naranja se
apoderará sin duda de la chequera y colonizará a los rebeldes. En esta última
versión, el peronismo volvería a cambiar de piel y dejaría por el camino a su
anterior líder y su célebre formato ideológico. Un importante gobernador
peronista usó en reserva esta metáfora luctuosa: "El kirchnerismo es un
padre golpeador y abusivo que está agonizando. No vamos ahora a recriminarle al
borde de la cama todo lo que nos hizo. Porque además corremos el riesgo de que
cambie el testamento. Dejaremos piadosamente que todo termine, y nos quedaremos
con la herencia". Como puede verse, los dos bandos hacen gala de una
vocación caníbal y de una autoestima a prueba de balas. Uno de los dos está
profundamente equivocado. Carlyle tenía razón: "La música en una boda me
recuerda siempre a la que acompaña a los soldados que se van a la guerra".
Esa música desafina estos días en la opinión pública,
mientras los encuestadores más serios aseguran que los pretendientes no
deberían alquilar todavía el jaqué ni hacerse los rulos: Scioli se mantiene
arriba, pero sólo a cinco puntos; la compulsa sigue abierta y con pronóstico de
ballottage. Y nadie sabe, a ciencia cierta, cómo impactará en el electorado
independiente la entronización vicepresidencial de este Rasputín de cabotaje.
Ni siquiera lo sabe la novia, que aspiraba al socialismo nacional y se conforma
ahora con la patria sciolista, bajo el imperio del viejo refrán: "Más vale
una mala boda que un buen entierro".
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