viernes, 22 de mayo de 2015

Ensayo sobre el país barrabrava para un hijo de siete años

Por Fernando González

-Papi, acá los visitantes también van a la cancha?
La pregunta fue directa y al corazón. Imanol, mi hijo de siete años, miraba asombrado como los hinchas del Hull City subían al tren con sus camisetas a rayas negras y naranjas. Dos mujeres le sonreían a él, que tenía puesta una camiseta blanca del Tottenham. 

Los dos equipos se iban a enfrentar en Londres, en una hora y media. Y en el vagón detenido todavía en la estación Liverpool Street había unos 40 hinchas, repartidos entre unos 30 del viejo Tottenham londinense y otros 10 del humilde Hull City que esa tarde iba a ser condenado al descenso tras ser derrotado por dos a cero.

Nosotros seguimos al Tottenham por esas afinidades incomprensibles que los hinchas del futbol tenemos con equipos de otros países y disfrutábamos el privilegio de un fin de semana futbolero en Europa. Le acababa de contar quiénes eran Ossie Ardiles y Julio Ricardo Villa, los argentinos que habían brillado en el Tottenham. Pero la novedad para Imanol es que no había tensión arriba de aquel tren urbano. No había miedo ni desesperación por el encuentro de las dos parcialidades camino a la cancha. Tampoco había policías por allí, ni nadie parecia necesitarlos. Recién los vimos más cerca del estadio y se ocupaban de ordenar la llegada de los hinchas.

Mi hijo me miraba y me interrogaba con los ojos. ¿Entonces los visitantes podían ir a la cancha y nadie tenía que salir herido? ¿Sucedía que el fútbol podía ser un deporte para disfrutar, apasionarse, morir de alegría o de tristeza pero no morir literalmente bajo el peso insoportable de la violencia? Entonces tomé conciencia del límite que habíamos traspasado en la Argentina. Hacía 48 horas, una decena de energúmenos con la camiseta de Boca respaldado por otros cientos de energúmenos que los alentaban en vez de intentar detenerlos, habían rociado con gas pimienta a varios jugadores de River en una muestra más de esa decadencia cultural conocida como viveza criolla. El chiste, la estupidez, la salvajada o como quiera llamárselo, le costó a Boca la eliminación del torneo de campeones de América y una suspensión de su estadio.

El escándalo no había pasado desapercibido en Londres ni en ningún otro lugar del planeta. La noche anterior, mientras viajábamos en el subterráneo y leíamos el diario gratuito The Evening Standard, Imanol lo descubrió en una de las páginas. Allí estaban las tres fotos inmensas con los jugadores de River heridos y un anuncio elocuente. En el sitio web del diario, informaba el Standard, podrían verse las imágenes más "escalofriantes" del ataque en la cancha de Boca. Imanol no habla el inglés suficiente como para captar la magnitud pero entendió todo. Algo terrible había pasado en la Argentina y sus siete años lo comprendían perfectamente.

Entre aquellas fotos y lo del tren al día siguiente supe que había llegado el momento de explicarle a Imanol las primeras nociones sobre las carencias del país adolescente. Sobre sus derrumbes innecesarios y su predilección por volver a chocarse contra los mismos escombros. No era fácil hablarle de los fracasos de la Argentina dejando a resguardo el amor por el país lejano y preservando el latido existencial de la argentinidad. No era fácil, claro. Y mucho más difícil se hizo un día después, cuando fuimos al estadio Vicente Calderón de Madrid para ver como Messi se coronaba campeón. Allí volvió a ver como las camisetas del Atlético de Madrid y las del Barcelona tomaban cerveza unas al lado de las otras en los bares. Y como los hinchas locales aplaudieron la celebración de los campeones en su cancha dejando por unos minutos su fanatismo histórico. Era difícil explicarle a Imanol el país barrabrava ante la contundencia de todo lo que acababa de ver pero ensayé un par de frases para que tratara de entender porque no podíamos resolver un dilema tan pequeño como el de mantener la concordia entre los argentinos fanáticos de dos equipos de fútbol diferentes.

Porque la tolerancia no necesita de los presupuestos abultados ni del PBI de una sociedad desarrollada. La tolerancia tiene que ver con la prioridad por la educación y con el mensaje que las dirigencias les transmiten a sus ciudadanos. La tolerancia es una opción de vida. Se puede tardar mucho tiempo en dejar de ser un país pobre pero el camino es más corto si se elige ser tolerante. Le conté a Imanol que ellos, los ingleses, también habían sufrido el escarnio de la violencia en el fútbol. Que sus barrabravas se llamaban hooligans y que sólo la decision del Estado, el Gobierno, la policia, los clubes y los hinchas habían podido terminar con el flagelo. Que los hooligans ahora eran sólo un mal recuerdo y que el fútbol se podía disfrutar como él lo estaba disfrutando ahora.

- ¿Y vos crees que los visitantes van a volver a la cancha y no nos vamos a pelear más?
La pregunta, otra vez, era simple y lógica. Pero la respuesta no. Le dije a Imanol lo que todo padre responde cuando lo invade el pesimismo.
- Ojalá…

Ojalá Imanol pueda decirte pronto que sí, que somos capaces de resolver un tema tan menor como la violencia en el fútbol. Ojalá que sí podamos hacerlo porque eso significará que también podremos resolver cuestiones más complejas como la inflación, la inseguridad y la pobreza. Ojalá que la Argentina cambie pronto sus prioridades para poder salir de este ensueño de atraso y de ideales perdidos. Ojalá que ningún presidente vuelva, como Cristina, a elogiar a los barrabravas por cadena nacional o a financiar su profesión mafiosa y sus viajes al Mundial con plata del Estado. Ojalá Macri no vuelva a pasar diez años por la presidencia de Boca sin resolver la relación oscura del club con los violentos. Ojalá Massa pueda evitar alguna vez que la barra explote los quioscos de la cancha de Tigre. Ojalá no vuelvan a manejar el fútbol tipos como Julio Grondona. Y que podamos ver los partidos sin ser ametrallados con propaganda política de la peor estofa. Ojalá que los hinchas pacíficos no volvamos a ser cómplices regalándoles el aplauso, el silencio o la pasividad a la impunidad barrabrava. Ojalá que el fútbol vuelva a ser una fiesta para todos los sectores sociales. Un pasatiempo formidable para compartir en familia y seguir transmitiéndolo como parte del adn a hijos y nietos. Todo eso es lo que te digo Imanol cuando te digo ojalá. Pero te confieso que estamos muy lejos de conseguirlo. El ojalá de hoy es apenas una expresión de deseos. Pero no creas que pienso rendirme. El ojalá de hoy es también un compromiso para que el futuro no sea siempre ese viaje triste y decepcionante a la Argentina de los sueños imposibles.

© El Cronista

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